Capítulo uno: Objetivos.

189 24 4
                                    


El atardecer resplandecía frente a él. Sus marrones ojos reflejaban la luz amarillenta que aquel espectáculo natural le proporcionaba. Una brisa suave corría ante tan perfecta escena, probablemente viéndolo desde otro sitio podría haber sido una escena de película, pero simplemente era un común atardecer, nada más ni nada menos que en el Olimpo.

Él suspiró antes de levantarse del frío mármol, cerrando sus ojos ante el resplandor del bellísimo sol que se ocultaba una vez más. Caminó hacia el interior del vidriado lugar, acomodándose el suave cabello con su mano derecha, repasando todos sus objetivos de la noche, sintiendo cómo poco a poco llegaba la hora de cumplir su deber en la Tierra.

- Morfeo. ¿Puedes acercarte por favor?

Él asintió, acercándose lentamente hacia su padre, Hipnos.

- Ésta noche tienes que acercarte a ella.

- ¿Ya es hoy?

- Es ahora o nunca.

El rostro de Morfeo cambió por completo, era el objetivo que había esperado durante años, décadas... o siglos. Nix, su madre, tomó el rostro de él entre sus manos y acarició sus mejillas, en el gesto maternal más grande que tuvo con él en años.

- Es hora, hijo.

Morfeo caminó entre los vidrios y mármoles del lugar más codiciado del mundo y se sentó en uno de los barandales blancos y brillantes, desplegando sus negras y ágiles alas, las cuáles le permitieron volar hacia la Tierra.

- No creas que será tan fácil.

Él miró a su padre entre despectiva y fríamente.

- Vengo preparándome durante siglos para esto. No creas que no podré.

- Será difícil, al menos por hoy.

La noche era casi perfecta para volar, a pesar de ser un dios, el clima en la Tierra no era de los mejores, Helio no había controlado del todo bien el sol, por lo que dificultaba la tarea de los demás dioses que debían volar aquella noche.

Su primer objetivo fue aquella pequeña niña que experimentaba su primer pesadilla, abrió la ventana de su habitación con el mayor cuidado posible, cerrando de a poco sus alas se acercó a la pequeña que lanzaba pequeños quejidos y bufidos.

Se sentó a su derecha en la cama, observándola cuidadosamente, sin perder algún mínimo detalle de su cuerpo. Morfeo se frotó suavemente las manos antes de colocarlas a cada lado de la cabeza de la niña. Cerró los ojos, intentando realizar aquella conexión especial que tanto necesitaba. La situación dependía única y totalmente de él.

>> Es un trabajo fácil, Morfeo. Ya hiciste esto millones de veces. <<

Volvió a cerrar los ojos, concentrándose en su tarea. Logrando su cometido, se acercó a la ventana y volvió su cabeza hacia atrás, viendo a la niña despertarse entre llanto mientras gritaba a su madre.

Desplegó sus alas y continuó con las tareas de la noche, esperando el horario exacto en dónde la tarea más grande del milenio se iba a presentar frente a él.

Las seis am marcaban en el reloj de la ciudad, Morfeo suspiró por centésima vez en la noche y desplegó sus alas otra vez, yendo hacia el lugar en dónde debía hacer la tarea para la cual se había preparado durante tantos años; enfrentarse a su enemigo más grande, Fobétor, hijo de su madre pero no de su padre.

La ventana de la habitación de ella se encontraba abierta de par en par, dejando volar las cortinas azules con estrellas blancas. Morfeo estaba preparado para aquel momento, su cerebro podía con ello, su cuerpo podía contra él.

Fobétor se encontraba sentado sobre el vientre de ella, sosteniendo sus manos y con sus piernas presionando en las de la chica. Ella hiperventilaba y él se limitaba a reír cínicamente, acercando su boca a los oídos de ella y susurrándole cosas poco audibles para Morfeo.

Era hora de actuar, entró a la habitación y tomó las manos de Fobétor, quitándolas de los brazos de ella, sintiendo cómo su enemigo comenzaba a tensionarse. Se miraron a los ojos, cruzaron miradas después de tantos años sin verse.

Fobétor seguía riendo, mientras que Morfeo intentaba controlar su cerebro, pero algo se lo impedía, algo limitaba su campo de trabajo, como si estuviese paralizado. Como si estuviese muerto.

Morfeo sintió por primera vez lo que los mortales sentían al morir, mientras que Fobétor lo miraba sin decir nada, simplemente sin quitar aquella espantosa sonrisa de placer. Segundos después, su enemigo desapareció, dejándolo desconcertado ante la situación.

Ella se despertó poco a poco, agitada, asustada, casi reviviendo. Morfeo se acercó a la ventana y desplegó sus alas, listo para volver al Olimpo.

Hipnos lo esperaba en el balcón de mármol brillante, Morfeo ocultó las alas al poner sus pies sobre el suelo.

- ¿Qué sucedió?

- Él estaba ahí, padre.

- ¿Quién?

- Fobétor. Estaba ahí.

Hipnos abrió los ojos como si la mismísima muerte estuviese pasando frente a él.

- ¿Qué estaba haciendo?

El mayor de los dos estaba exaltado.

- Estaba sobre su cuerpo, como aplastándola. Como si quisiera paralizarla por algo.

- ¿Estaba en su forma?

- Estaba como la última vez que lo vimos.

Hipnos asintió.

- Te dije que esto no sería fácil.

- Él me paralizó a mí, como si todo dependiese de mí.

- Todo depende de ti. Deberías saberlo, Morfeo. No hay nadie más que sea el encargado de solucionar esto.

- Necesito transformarme en humano para saber más de esto, no puedo perseguirla como un dios.

- Tú eres quien controla tus capacidades, no yo.

Se marchó dejando a Morfeo con muchas dudas más de las que ya tenía. Probablemente era la primera vez que había visto eso en tantos milenios y es que el mismísimo dios de los sueños estaba tan sorprendido como Lucero, la adolescente que era atormentada por Fobétor.

La siguiente noche, el dios de los sueños se acercó a la habitación de Lucero, quién no lograba conciliar el sueño dos y treinta y cinco de la mañana. Cerró sus alas al tocar el suelo de alfombra y se acercó lentamente a ella que giraba una y otra vez sobre el colchón.

Morfeo se sentó a su lado, poniendo su mano en la cabeza de ella, dejándola quieta por unos segundos. Pasó sus manos por los brazos de la chica, haciendo que su respiración se calme poco a poco. Lucero cerró los ojos y Morfeo se encargó de hacerla dormir poniendo las manos detrás de sus orejas.

Con su tarea cumplida, desplegó sus alas y voló hacia el Olimpo, pensando en que aquella noche ni ella ni él habían sido paralizados.

De a poco comenzaban a conectarse.




Muchas gracias por leer.

Me ayudan mucho votando, comentando y compartiendo.

Muchos besos.

China. X 

La última batalla de Morfeo. |EN PAUSA HASTA MARZO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora