Until death... Oh, wait!

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La luna ya brillaba encima de la tierra, grande y blanca como solo en noches especiales, como la noche de hoy, como la de hace dos meses, cuando lo conocí.

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Desde que había muerto en uno de esos horribles accidentes automovilísticos hace 20 años, mientras íbamos a una competencia de coros desde la Academia Dalton, me dedicaba a vagar por el cementerio de noche y día, observando el dolor de las personas que acababan de perder a sus seres queridos, sin saber que nosotros jamás los dejaríamos mientras no nos olvidaran, sin saber que para nosotros nada duele y que en lugar vemos las cosas buenas en todos lados.

Así que sí, vagaba. Iba y venía por todo el lugar, intentando pasar desapercibido, sin lograrlo la mayoría del tiempo. Me encantaba estar en lugares cerrados con gente a mi alrededor, como en los viejos tiempos, pero siempre me las arreglaba para hablar en voz alta (contraria a la opinión pública, los fantasmas sí hablamos y en ocasiones podemos hacer que nos vean, eso lo aprendí por las malas), o mover cosas sin querer.

Mi "after-life" iba muy bien, hasta que un día de buenas a primeras mi buen amigo, el enterrador Figgins, que se encargaba de arreglar mi tumba y las de otras personas abandonadas, se jubiló. Era muy viejo, lo entendía, pero aun así lo iba a extrañar.

Estaba con él en la oficina cuando el nuevo enterrador llegó. Era muy grande, usaba camisas de franela y al parecer nunca se sacaba la gorra. Pero esa sonrisa, tan amable y cálida, me dijo que él sería un buen amigo también.

- Tú debes ser Burt Hummel, mucho gusto.- funfurruñó mi amigo, dio la vuelta y sacó un papel arrugado de su escritorio- Toma, ten.

- ¿Qué es esto?- contestó Burt mientras examinaba el papel.

- Es una lista de las tumbas a las que nadie viene a visitar, las mantengo arregladas por si algún día...- Figgins dejó de hablar y en su lugar agregó- Le encargó en especial la número 206.- Me giré sorprendido para ver el rostro melancólico del viejo.

- ¿Anderson, Blaine D.? ¿Puedo preguntar quién es?- Figgins agachó la mirada.

- Hace 20 años las competencias de coros estaban en su apogeo. De Westerville el coro favorito era el de la Academia Dalton, los muchachos se fueron a competir a Chicago y tuvieron un terrible accidente, sólo sobrevivió el profesor. Blaine era el líder vocal, un muchacho realmente agradable por lo que escuché en su funeral. Por eso me dio mucha tristeza que su familia se mudara después de su entierro, dejándolo aquí.

- Eso es horrible.- escuchamos que alguien dijo. Los tres volteamos para ver a la persona que acababa de entrar al cuartito, y aunque pareciera imposible, puedo jurar que el corazón inexistente, muerto y frío que tenía, dio un pequeño salto.

En la entrada se alzaba una delicada figura, un chico de mi edad, con piel blanca, casi tanto como la mía, y ojos azules, de ese tono que era mi favorito en las mañanas. "Perfecto", susurré inconscientemente. El chico miró en mi dirección atravesándome con su mirada de hielo, y se quedó ahí, viéndome a los ojos sin saberlo.

- Este de aquí es mi hijo Kurt.

- Ajá.- gruñó el viejo Figgins.- Espero que tengas agallas muchacho, porque este no es lugar para delicados.- Kurt levantó su frente y dijo con un afilado tono de orgullo.

- Apuesto que esa es la razón por la que se jubila, ¿no es así?- una ligera risa salió de mis labios sin que pudiera evitarlo.

- ¡Kurt!- dijo su padre- Lo siento mucho, Sr. Figgins, a veces no sé qué se le mete en la cabeza a este muchacho.- Mi amigo se le quedo viendo a Kurt fijamente, hasta que una sonrisa curvó sus labios arrugados y unas carcajadas salieron de su boca.

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