Where I Belong

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Cuando estiré mis brazos fue como si no me hubiera movido durante semanas, y el hecho de que mi boca estuviera más seca que un desierto solo acentuaba esa sensación de soledad. Me levanté de la cama sin evitar ese habitual estrujamiento en las entrañas que me pedía que huyera, que me alejara de ese lugar donde sólo me hacían daño. Pero alguien tenía que pagar las cuentas, y una presión en el estómago no lo iba a hacer.

Decidí que ese día me arreglaría mejor por fuera, ya que lo de adentro estaba hecho una mierda. Me puse mis pantalones arriba del tobillo favoritos, unos rojos; y una camisa negra de manga corta que hacia destacar mi corbatín escarlata. Me afeité y puse una cantidad generosa de gel en mi cabello rebelde antes de hacerme unos huevos para el desayuno.

Eran casi las ocho cuando salí de mi apartamento y jamás me había sentido más miserable en toda mi puta vida. Caminé durante veinte minutos hasta la parada de autobuses más cercana y esperé otros diez a que uno se dignara a pasar, recibiendo esas miradas tan conocidas y al mismo tiempo hostiles. El conductor era el de siempre desde hace dos años y siempre se limitaba a recibirme el pasaje, no fuera que esa asquerosa enfermedad se le pegara. Ni siquiera intentaba ocultar el desagrado. Eso era lo que más dolía.

Con el tiempo me había acostumbrado a cualquier tipo de maltrato. Desde la secundaria conocía los golpes en las costillas y el levantamiento de los dedos medios, para mí no era extraño que me ignoraran o que me insultaran todo los días.

Llegué a mi oficina con quince minutos de sobra que usé para hundirme en mis problemas y revisar de nuevo el reporte de ventas que tenía que entregar en la junta directiva de ese día. Un golpe en la puerta me anunció que tenía compañía y los insultos vinieron después.

-Oye, marica. Ya va a empezar la junta. La jefa quiere tu reporte en cinco minutos en su escritorio.

-En eso estoy, Dave.

-¿No me oíste, princesa? ¡Lo quiere YA!- no pude evitar entrecerrar los ojos con desprecio y apoyar mis puños en la mesa, un gesto que me valdría varias semanas de burlas aún más constantes.- ¿Te estás enojando, princesita?

Sabía que no podía buscarme más problemas, si lo hacía me echarían por ser mi cuarta llamada de atención, así que giré sobre mis talones y le di la espalda a Karofsky, dando la vuelta para salir. Excepto que él no planeaba dejarme.

-Así es cómo me gusta, marica.

Seguí caminando hacia adelante intentando no desmoronarme en el pasillo con todas esas personas al pendiente de mí, y respiré con alivio cuando vislumbré la puerta de mi jefa. Toqué un par de veces y esperé un suave "pasa". Santana estaba leyendo los reportes de otros departamentos con esa línea en el ceño de concentración, y me quedé ahí parado mientras se desocupaba. Alzó su oscura mirada e inclinó un poco la cabeza para que sus lentes no le estorbaran al verme, y cuando dejó a un lado todo ese papeleo comentó lo que había sido tan obvio para el resto del personal.

-¿Quién te molestó esta vez, Anderson?- resoplé un poco cuando le contesté.

-¿Soy tan transparente?

-Como libro abierto, Anderson. Pero aún tienes eso de llorar un poco cuando te molestas.- esa sucia manía la había adquirido desde muy chico, cuando mi hermano Cooper me criticaba hasta el cansancio, pero no me molestaba tanto como la lástima en la voz de las personas.

-También me molesta que uses tu tono maternal conmigo, Santana. Pero no te preocupes, que llorar no es nuevo para los maricas.- solté con un poco más de agresividad de la necesaria.

-Blaine...- susurró mi jefa.

-¡No Santana!, estoy harto de todo, ya no puedo más.- ahora que había explotado el gran peso en mis hombros y la presión tan conocida en el estómago parecían querer desvanecerse, pero se negaban a irse, entonces yo me negué a callarme.- Te agradezco que hayas tenido tanta paciencia conmigo. Si alguna vez me necesitas, sabes dónde encontrarme, pero no será en una de estas oficinas, no más.

Once Upon A TimeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora