Dark

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Era fácil olvidar el problema del todo. Cuando veía sus ojos azules, su cabello castallo revuelto entre mis dedos, su sonrisa dormida. Era fácil olvidar que él era peligroso.

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La campana del toque de queda sonaba por cada rincón de Westerville, y la gente corría apresurada a sus casas pobremente armados con palos, bates y atizadores de chimenea. Honestamente, sentía un dolor en el pecho al saber que estaba enamorado de uno de los malos, de los que portaban armas automáticas y robaban los negocios.

Conocí a Kurt una noche que accidentalmente no había logrado llegar al refugio antes del toque de queda. Iba caminando, intentado esconderme de los jinetes, alerta a cualquier sonido que yo hiciera o que escuchara en la calle. Ese sonido llegó sorpresivamente pronto, a la izquierda de la banqueta en la que caminaba, en un callejón angosto.

"No te haré nada, cariño."  dijo una voz rasposa y burlona. "Sólo quiero saber dónde puedo encontrar su reserva de comida." continuó diciendo, y cuidadosamente pegué mi espalda a la pared y asomé mi cabeza para ver lo que pasaba. Había una chica de cabello oscuro en cunclillas y cubriendo su cabeza; intenté reconocerla pero no podía ver su rostro y los dos jinetes frente a ella dificultaban mi visión. El hombre que estaba hablando con ella, o más bien hablándole, se encontraba de pie con la espalda a su caballo, mientras que el otro seguía montado y no parecía querer ser parte de la discusión.

"Yo no sé dónde está." dijo la chica empezando a temblar. El hombre que estaba de pie dio un par de pasos más cerca de ella y pude escuchar con claridad sus sollozos.

"Ya te dijo que no sabe nada." grité mientras me acercaba para colocarme entre ellos. El jinete que seguía montado llevaba un pasamontañas que cubría casi por completo su rostro, con excepción de sus ojos azules. Inclinó curiosamente la cabeza, como intentado desifrarme. "Por favor, déjenos en paz." susurré, prácticamente rogando.

"¿Vienes y nos retas y piensas que simplemente porque sí te dejaremos en paz?" dijo el otro jinete, que no tenía escondida la cara: tenía cejas pobladas y labios en forma de corazón, con una cicatriz pequeña cerca del ojo izquierdo que le daba una arruga involuntaria. Su cabello se veía maltratado y seco, pero con una forma graciosa al estar cortado de los lados y dejando una línea a lo largo del cráneo que parecía estar trenzada, en forma de moicano. Si estaba en lo correcto, él era Puckerman, un jinete que se había hecho famoso por los castigos que aguantó y por los catigos que otorgaba. "No será tan fácil, princesa." continuó diciendo al tiempo que se acercaba a mí. Un escalofrío de premeditación recorrió mi cuerpo, mis manos empezaron a sudar y el cabello de mi nuca me dio señales de alerta. Esto no saldría bien.

Miré hacia abajo, y pude reconocer los ojos que me veían con aprehensión, alivio y algo de pena. Tina se dejó caer y se arrastró hasta pegar la espalda contra los basureros del callejón en el que estábamos, ocultándose con los brazos consciente de lo que estaba por llegar. Miré hacia el frente, porque pude sentir cómo Puckerman me analizaba, cómo me veía con ojos hambrientos y salvajes, listo para atacar mi cuerpo. Dio un par de pasos más y fue cuando me encerró contra la pared; se acercó y ahora pude sentir su respiración en mi cuello mientras una de sus manos exploraba mi espalda por debajo de la camisa de algodón que llevaba puesta y la otra enterraba sus dedos en mi cabello.

"Eres bastante apetecible." ronroneó mordiendo mi oreja y yo maldecí mi cuerpo por responder al calor de su aliento.

"Por favor." pedí una vez más, aunque con mucha menos esperanza. Puckerman no se movió, siguió mordiendo y lamiendo mi cuello y mandíbula con experta paciencia, y yo estaba demasiado sorprendido de lo dulce que estaba siendo como para seguir rogando que parara. Podía sentir el calor de su mano en la piel de mi espalda baja y deseaba poder hacer algo para detenerlo, pero sabía que si lo resistía las cosas podían terminar peor para mí. Dejé que me tocara, todas las veces y de las diferentes formas que quisiera, sin realmente disfrutarlo pero tampoco negando la reacción de mi cuerpo. Fue cuando salió de su garganta un diminuto gemido ronco que las cosas cambiaron.

"Basta." fue lo que se escuchó después. Puckerman se tensó y giró para ver a su compañero, que seguía estoicamente montado en su caballo negro; se alejó de mí y vio con la frente en alto al otro jinete. En ese momento, el hombre del rostro cubierto lanzó hacia atrás su capa negruzca y bajó con gracia hasta pararse frente a Puckerman. Se quedaron quietos, leyendo de los ojos del otro una conversación de la que nadie más era parte, hasta que uno de ellos rompió con una sonrisa.

"Ya veo." dijo el hombre con moicano, y dio medio paso a lado para dejar que el jinete me viera con claridad. "Lo quieres para ti, Hummel." continuó diciendo con gracia en su voz. No era pregunta, pero aún asi el otro hombre respondió:

"Sí." y se quitó el pasamontañas y descubrió su rostro y honestamente, me dejó sin aliento.

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Éste realmente me gustó mucho, esperen continuación ;))

Deanna


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