Reflexiones

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Tengo treinta años y dos meses y nos encontramos en el fabuloso día de reflexión antes de las elecciones. Marcos está tumbado a mi lado con los ojos cerrados, el sol hace que su piel parezca dorada. Sus pestañas aletean rápidamente como las alas de una mariposa. El aire mueve su pelo y hace cosquillas en mi cara.

Sí, ya han pasado dos meses desde que me prometió que todo iba a ir mejor. Aunque ha pasado casi todo su tiempo detrás del volante del alcalde, venía a cenar a casa y hablábamos más. Incluso pudimos salir un fin de semana de viaje durante la Navidad.

No sé por qué aún no le he dicho que me voy una semana a París en quince días. Muy en el fondo espero que lo recuerde, es un viaje que hago todos los años, y que quiera acompañarme. Por él movería cielo y tierra para que pudiese venir.

Rueda sobre la alfombra en la que nos encontramos, ese único lujo que nos permitimos y usamos, y me mira directamente a los ojos con una sonrisa. Apoyado sobre sus antebrazos, tumbado en el suelo y sin pensar parece mucho más joven de lo que en realidad es.

- ¿Y si nos casamos?- hubiese creído que estaba bromeando si no fuese la excitación que podía advertirse en su cara

- ¿Casarnos? ¿Por qué?- vale que había pensado muchas veces en ello pero hacía tiempo que lo había dejado pasar

- Esa no es la respuesta que esperaba- su ceño fruncido me indica que está bastante molesto

- ¿Y qué esperabas? ¿Sonrisas? ¿Alegría? ¿Una lista de invitados?- estoy un poco a la defensiva porque, de cierto, ha sido él quien ha matado mi ilusión por el matrimonio. Matado y enterrado.

- No te pongas sarcástica conmigo, que te conozco- se sienta, incorporándose para estar a mi altura

- Y si tan bien me conoces... ¿no sabes cómo me hubiese gustado que me pidieses matrimonio? O ¿Cuál sería mi respuesta?

- Sólo estoy tanteando el terreno, ver cómo respondes antes de la gran actuación

De eso trata todo para él, una actuación ante su público, las personas a las que quiere complacer. Su madre, deseando ser madrina de su hijo en una iglesia y rodeada de nietos en pocos años, muchos nietos. El gilipollas del alcalde, quien cree que un hombre soltero y sin hijos a los treinta y tres años no da imagen de confianza para los votantes. Sus amigos, quienes llevan planeando su despedida de soltero desde el momento que nos conocimos.

Sin dejarme pensar en nada más y tomándome por sorpresa, Marcos me empuja suavemente sobre mi espalda y sujeta mis manos juntas, impidiendo que pueda moverme, mientras besa mi cuello y la parte superior de mis pechos. Mi corazón se acelera y empiezo a ronronear. Hacía tanto tiempo que no me tocaba de esa manera que he pasado de cero a cien en media milésima de segundo.

¡Oh, Marcos, cariño! Cada vez que me pidas que me case contigo voy a decir que no con tal de conseguir sexo de esta calidad. Si la alfombra pudiese hablar lloraría por lo que hemos hecho sobre ella durante más de tres horas seguidas. Si yo pudiese hablar ahora mismo, bueno, quizás aceptaría casarme con él con la condición de repetir esto una vez al mes, o a la semana. ¿Diariamente es mucho pedir?

Tengo la necesidad de recurrir al refranero para expresar lo que pasa a continuación. Todo lo que sube, baja. No es oro todo lo que reluce. Aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Pues eso, han sido tres horas maravillosas, en las nubes, pero es hora de bajar.

Marcos se pone en pie de un salto y mirando al reloj maldice por lo bajo. ¿Qué pasa? No sé por qué me sorprende cuando me dice que tiene que trabajar. Todos los miembros de partido van a juntarse en la sede para cenar y él tiene que estar allí.

Una última vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora