Cambios

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Marcos no dice nada, no sabe que decir ni que esperar de mí. Se sienta a mi lado y empieza a llorar en silencio. Le dejo llorar apoyado en mi hombro mientras le explico las decisiones que he tomado.

La casa, se la puede quedar pero necesito la mitad del dinero para volver a empezar, o podemos venderla. Mi coche, en realidad, es suyo pero le tengo cariño y lo quiero. No quiero que me llame, ni saber de él. No quiero que nadie me siga. Quiero ser libre. También le digo que, por ahora, los papeles seguirán conmigo.

Cuando termino de esto hago lo que me prometí no haría. Grito y le echo en cara todo. Las mentiras, el tiempo perdido, las infidelidades, las drogas. Todo. Y acabo llorando y corriendo a mi habitación.

Me escondo en mi habitación a llorar y oigo a Marcos salir de la suya con un portazo. Necesito ayuda, necesito un abrazo, una hostia, un consejo... algo. Me siento tan sola, tan perdida. No me queda nada, mi única familia era él.

En un último momento de desesperación llamo a Rubén en busca de apoyo pero no contesta. Seguro que está trabajando o viviendo. Él tendrá una vida a parte de mí, la verdad es que no se mucho sobre él. Sin pensar en nada más, cojo mis llaves y me dirijo a dónde empezó todo. Allí tiene que acabar.

Marcos ha estado aquí, hace poco. El piso huele a su perfume. Lo único que quedan son los muebles vacíos ¿dónde están las cosas que sobrevivieron a mi devastación? En la habitación, en cajas perfectamente etiquetadas, están mis posesiones. Toda mi vida, la de verdad, cabe en siete cajas.

      - Dejaste la puerta abierta- salto al escuchar su voz- ¿Qué haces?

      - Viendo fotos- le paso algunas de mi niñez- ¿Qué haces aquí?

      - Tú me llamaste- señala una de las fotos- ¿Cuándo dejaste de ser tan mona?

Era la tercera vez que revisaba la lista de pasajeros. Todavía faltaban 15 minutos para que cerrasen la puerta de embarque y Rubén no llegaba. Lo había llamado cinco veces y cinco veces mi llamada había sido desviada al buzón de voz.

¿Dónde cojones está? Parece que, después de todo, sí que voy a pasar la semana sola. Cuando llaman por última vez a los pasajeros de mi vuelo me tomo la pastilla para el mareo y en seguida empiezo a notar el sueño. Cierro los ojos y cuando los vuelvo a abrir estamos en París.

Después de tener a todos los clientes acomodados en sus respectivas habitaciones, voy al mostrador a cancelar la habitación que sobra. Es una lástima, solo me devuelven el sesenta por ciento pero vaya... eso que me voy a gastar en helados y vino.

El fin de semana tengo todo el tiempo libre ya que, al ser San Valentín, han decidido pasar el tiempo en parejas en lugar de ejerciendo de turistas. Yo, por mi parte, conozco toda la parte turística de París y decido visitar la periferia donde todo es más tranquilo.

El lunes, tras la caminata turística con el grupo y la celebración de los nuevos compromisos, me dirijo a mi habitación para tratar de descansar. Todavía nos quedan tres días de visitas y uno libre. En el ascensor me quito los zapatos y dejo el bolso en el suelo. Últimamente por mucho que duerma siempre me siento cansada. Quizás sea por todos los cambios. Nunca me he adaptado bien a ellos, soy más bien rutinaria.

Las rutinas tienen a cambiar y, aunque te descoloquen rompiendo tus esquemas, te dan el soplo de aire fresco que necesitabas. No es que lo estuviese pasando realmente mal en el viaje, pero ver a Rubén esperándome en la puerta de mi habitación cambió todo.

      - Pareces cansada- dijo tomando mi bolso y zapatos

      - Tu también- conseguí contestar con una sonrisa.

Una última vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora