9. Recuerdos

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Elva Blanco

Abrí la ventana intentando no bostezar. El aire cálido invadió mi habitación del segundo piso y me di cuenta de que llevaba una simple camiseta de tirantes y unos pantalones demasiado cortos, así que me agaché y saqué la cabeza por el hueco de la ventana.

-¡¿Leon?! ¿Qué estás haciendo aquí?- grité, intentando colocarme los pelos de loca que seguramente tenía a aquellas horas.

-Buenos días, bella durmiente. Creo que tengo algo tuyo.

¿Algo mío? ¿A parte de mi corazón, dignidad, y amor eterno, qué podía tener?

-¿Ah sí?

-.- me contestó él. Levantó el puño cerrado, como si contuviera algo.

Yo me quedé callada, apenas consciente de la situación.

-¿Elva? ¿Puedo subir o quieres que te lo deje en la puerta?- se rió ante mi desconcierto.

-No, sube, sube. La puerta está abierta, solo tienes que empujar un poco.

Leon me sonrió y dio la vuelta a mi cabaña para entrar por la puerta principal. Inmediatamente corrí al baño y me lavé la cara, intenté peinarme pero no lo conseguí, y me puse un sujetador y una camiseta limpia segundos antes de que llamara a mi puerta.

Estaba segura de que yo tenía unas ojeras impresionantes, pero Leon parecía fresco como una rosa, como si hubiera dormido las ocho horas que a mí me faltaban.

-Hola.- me dijo él sonriente. Yo, como respuesta, intenté controlar mi pulso, que se había disparado totalmente. Tendría que aprender a controlarme, o si no, lo que me esperaba...- Creo que tengo algo tuyo.- me repitió. Yo lo miré, cuestionándolo.

-No recuerdo haber perdido nada.

Volvió a sonreír como toda respuesta, y extendió el puño. Yo coloqué lentamente mi palma extendida bajo él, y Leon abrió el puño. Sentí caer algo frío y duro e inmediatamente supe qué era. Mi piedra de la suerte.

Era una piedra que me había regalado mi abuela cuando era muy pequeña, en forma de estrella de cinco puntas con un agujero en el medio. Era el último recuerdo que me quedaba de ella. Siempre la había llevado conmigo encima, siempre, siempre, siempre. En el bolso, en la bota, colgada al cuello, en el bolsillo del pantalón o incluso debajo de la camiseta, enganchada al cinturón. Nunca salía de casa sin ella, nunca la había perdido. Hasta la noche anterior.

Comencé a pensar lo tonta que había sido. Si hubiera perdido la piedra, nunca me lo habría perdonado a mí misma... pero ni siquiera me había dado cuenta de que la había perdido.

Me tiré a los brazos de Leon sin pensarlo, intentando no llorar.

-¿Es algo importante?- me preguntó él, sin dejar de abrazarme.

No contesté, porque creía que si habría la boca, me saldría un sollozo y no una palabra. ¿Qué hubiera dicho mi abuela?

-¿Estás bien?- me preguntó él separándose de mí unos centímetros. Me miró a los ojos y sentí cómo se me llenaban de lágrimas, y yo seguía conteniendo las ganas de llorar.

-S-sí.- conseguí balbucear. Me di cuenta de lo cerca que estábamos y me separé de él. Me fui a sentarme a mi cama, apretando la piedra hasta hacerme daño.- Gracias, Leon.

Él se sentó a mi lado.

-Gracias a que la pisé esta mañana y, cuando la cogí, vi que tenía tu nombre grabado por detrás.

Las Fieras Fútbol Club 6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora