4. El piano

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Elva Blanco

Hice un agujero en la página de lo mucho que estaba calcando con el bolígrafo. Había estado repasando la misma palabra ("azul") durante los últimos cinco minutos. Cerré la libreta de golpe y tiré el boli al suelo. Me levanté de la cama y abrí la ventana. Estaba lloviendo, e iba a haber tormenta. Mis momentos favoritos, en los que mejor me inspiraba. Entonces, ¿por qué narices no había escrito más de cuatro palabras en la pasada media hora?

La lluvia no era torrencial, pero era de aquella de gotas gordas que repicaban contra las farolas monótonamente. A lo lejos oí un piano, pero no sabía decir si venía de la casa en la que estaba o de la mansión al otro lado de la calle.

Llevaba dos horas en la casa de Leon, y no lo había visto. No había cenado con nosotros, había subido directamente a su habitación, alegando que tenía sueño. Pero su maldita habitación estaba en frente de la mía. No había cuatro pisos ni nada... y tenía que estar yo en el cuarto, con él, el resto en la tercera planta, y Joachim y su mujer en la segunda. Por lo que compartíamos pasillo. Y, al parecer, baño. Aunque me habían asegurado que sería solo para mí, no me habría molestado en absoluto compartirlo con Leon...

El sonido de las notas del piano se hizo más fuerte, como si la persona que tocara estuviera pulsando las teclas con furia. Cerré la ventana, ahogando el sonido de la lluvia, y el piano se hizo aún más fuerte. Sabía que había una sala con varios instrumentos de música al lado de mi habitación, pero no me parecía producente que alguien lo estuviera tocando a medianoche. Sin embargo, no tenía sueño, y la curiosidad pudo conmigo.

Abrí la maleta de una patada y cogí una sudadera. Apagué la luz y un rayo iluminó el pasillo. El piano dejó de sonar un instante y luego siguió. Salí al pasillo, descalza, y no cerré la puerta, por si acaso. Anduve de puntillas un par de metros, hasta darme cuenta de que la sala de música estaba abierta de par en par. Me asomé por el marco de la puerta.

Un gran piano de cola estaba en el centro de la habitación, el suelo totalmente cubierto por partituras y tablaturas, un par de guitarras apoyadas contra la pared y muchos armarios. Leon estaba sentado de espaldas a la puerta, vestido con un pijama negro que le quedaba grande, y descalzo. A cada nota, la presión en las teclas aumentaba, el sonido haciéndose más y más fuerte. Sus pies se levantaban y se volvían a bajar sobre los pedales y su cara se reflejaba en el piano. También me reflejaba yo. Tenía los ojos cerrados y el ceño fruncido. Me giré para volver a mi habitación. La música cesó.

-Mierda-reconocí la palabra en alemán porque los tacos son lo primero que te enseñan. No me di la vuelta, más que nada porque sentía la sangre subir por todo el cuerpo hasta mis mejillas. Empecé a tener mucho calor y lamenté haber cogido la sudadera.-Lo siento. No me di cuenta de que estabas en este piso... Perdón.

Respiré un par de veces. No me había reconocido. Llevaba el pelo en un moño, y solo me había visto por detrás, así que no sabía quién era. Me relajé y me di la vuelta lentamente.

Él también estaba rojo, pero probablemente por estar tocando el piano tanto tiempo seguido y con tanta fuerza. Se había levantado de la banqueta y tenía el pelo revuelto, como si acabara de levantarse.

-Nada. No te preocupes. No estaba durmiendo. No podía dormir-conseguí decir a duras penas.

Leon asintió con la cabeza. Joder, qué guapo estaba, todo colorado, en pijama y con el pelo todo enmarañado. Aunque yo no estaría mejor, con unos pantalones cortos azules y una sudadera que me llegaba por debajo de ellos, un moño desordenado y, obviamente, roja.

Le devolví el gesto, esbozando una sonrisa.

-Bueno, ya me ib...

-Puedes quedarte-dijo él, a la vez que yo abría la boca.-Si quieres, claro.-añadió.-Yo tampoco puedo dormir.

Las Fieras Fútbol Club 6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora