Perros de luz

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El sol, deprimido y magullado, recibía mil oraciones a la semana de los habitantes de Tjardápolis. Matías Escudo, refugiado venido de la Ictocampaña, preocupado porque la gente pasaba días y días a la interperie quemándose, ayudaba con agua y cremas caseras. Una mañana un niño del dolor le llamó «doctor» y desde entonces así se quedó. Los tjárdoren se lo creyeron y lo encerraron en el hospital del acantilado junto a los demás pseudodoctores.

Aun mientras malvivía así, no se quejaba. Con el poder que tenía en sus manos le permitían inspeccionar cada uno de los perros guardianes de la ciudad –los que de noche brillaban y espantaban a los tigres de Marutá–para intentar encontrar a la única persona que hubo en su vida, a la que había olvidado desde que el mundo se suicidó. Tenía otras ventajas, como que le trajeran té y arroz del Rízstaton. Y luego de vez en cuando tenía molestias, cuando esos soldados de alto rango venían a pedirle la mano sin flores, sin poesía, sin un sustituto para la luna ni nada.

–Hay que ver lo triste que pueden ser tus respuestas –comentó Elisa–Hue, una enfermera, mientras veía a uno de los muchachotes secarse por el pasillo–. La fregona está harta de limpiarte los pretendientes hechos polvo por la habitación.

–Mientras sigan habiendo perros en el mundo, Eli... –replicó Matías mientras se levantaba y organizarba tubitos en una esquina.

–Deberías dejar de maltrarte con eso, llevas años buscando al chucho aquél... –insistió la chica.

–¿No empieza ya el turno de Épico? –dijo con serenidad el doctor, pegando su mirada al cielo vacío de enfrente, mientras la muchacha ponía en descanso a la fregona y se calzaba para salir.

Épico aparecía por la puerta con una sonrisa de gajo.«Por qué estaría tan feliz», se preguntaba Matías. «Que el mundo se nos ha quedado en nada. Que la tierra nos rechaza y que poco a poco cada uno se va olvidando de que es humano». Cosa a reclamarle luego directamente.

–Matías, Matías...

–Respira, muchacho.

–Han traído una nueva bandada de perros de luz desde Norsmacht.

–Épico, vivíamos en el norte de Ciudad Gabriel, por favor.

–Pero con los desplazamientos y demás... pensé que tal vez... como tú... .

–Aun así, lo primero deberían ser todos los perros del norte de Ciudad Gabriel.

–Ah, ¡venga ya! No hemos encontrado nada con esos. Ninguno había oído hablar de él siquiera, Matías. Podría parar en cualquier parte.

–Tú sigue mirándoles las caras, que dice la gente que los que fueron en otra vida humanos se pueden reconocer por las detalles del rostro.

***

¿Sabes que hay dosclasesdeperros enelmundo? Los que en la vida anterior fueron humanos y los que fueron perros. ¿Quiénteha dicho a ti eso? Loleíen mielytréboles. La verdadno me fionada yo deesaobra. Venga, daleunaoportunidad, miraése por ejemplo fuehumanoseguro Que dices ¿ QueSíquetienecarade persona. Matíasqueeso no tienesentido.

Los caminos hacia Marutá (Edición 2016) [Completo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora