«No os hagáis promesas eternas, que al final todos sólo piensan en Marutá», le digo a una pareja de enamorados que serpenteaba bajo la sombra de un árbol florido. Me miran con ojos rasgados y amarillentos, sacan sus lenguas partidas y se van huyendo por el lado donde más da el sol. Yo ocupo su sitio y espero en paz a que lleguen los niños haciendo temblar el suelo. De pronto asoman dos renacuajos de pelo castaño y ojos claros preguntándome muy seriamente: «Eres el Hombre de Marutá, ¿verdad?». Me aclaro la voz y les contesto: «Lo he visto desde muy cerca». Los críos se quedan sin habla y dan un paso atrás para llamar a sus amigos. Yo sonrío complacido al ver llegan a mis muchachos harapientos.«Estuve en lo que llaman el "Bosque Hueco". Es el jardín que está justo antes de la puerta a Marutá. Todos los árboles allí dan de fruto manzanas negras que al madurar se vuelven invisibles. Se dice que los que mueren en ese jardín renacen como gusanos con un hambre más voraz que la de un oso tras hibernar. He oído a muchos afirmar que éste es el castigo para aquellos que se atreven a acercarse a la NADA que se esconde en Marutá».
Como siempre, uno de los niños pregunta qué es la NADA, y yo le digo que la NADA es el todo de este mundo, su verdad y su mentira, su núcleo y su corteza. No tiene forma, no tiene medidas, sin embargo, todos saben desde que nacen que hay NADA y que conseguirlo es una de las misiones en su vida, aunque nadie lo alcanza.
«¿Alguien más ha visto Marutá?», pregunta ingenuamente un muchacho del dolor que venía con los niños. «Os puedo mostrar las fotografías de las cinco únicas personas en este mundo que se han podido acercar a Marutá. Una de ellas es la mía, la del Bosque Hueco. Estas otras tres fueron tomadas desde el puente hacia las Colinas Sosas. Y la última es una foto de la puerta de Marutá».
Uno de los niños se queja gritando: «¡Pero si no se ve casi nada! Puede ser perfectamente una foto trucada». Yo me relamo los labios y le digo que se fije bien, que en todas ellas hay manzanas negras opacas tiradas por el suelo. Aquella era la manera por la que uno podía demostrar que había estado cerca de Marutá, pues en ninguna otra parte del mundo nacen manzanas así.
Los niños ponen caras de enfado felinas, me arañan con sus insultos y se van gateando.
***
Me despierta el olor a cocido quemado y coquitos. Mamá cuela la yerba y desfila con el colador por la cocina esparciendo el aroma a carbón. La puerta abierta me deja ver una tarde rojiza que se pasea por el jardín como si la casa fuera suya. Ésta de vez en cuando me mira, sonríe, y sigue caminando mientras duerme a las plantas. Mamá me pone una taza sobre la mesa y yo la agarro con las dos manos, soplando el humillo. Ella sale a apagar el brasero exclamando: «Pucha, ¡qué frío!», y yo sorbo un poco de cocido. El viento mientras tanto lanza piropos a los techos y levanta las faldas a los árboles. En esas llega papá bajándose de un Línea 5.
–Las calles más solas que mis risas.
–Entrá, que justo acabo hacer cocido quemado. Seguro te helaste. ¿Trajiste pió la medicina?
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Los caminos hacia Marutá (Edición 2016) [Completo]
Fantasía«Fui a Eirre una vez y oí mil nombres, pero entre todos ellos siempre el que más saliva dejaba era Marutá. Permanecí en aquel lugar para intentar saber por qué lo mencionaban tanto, qué le veían. Me introduje tanto en su mundo que formé parte del mi...