Crítica a los dragones del norte

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El bus de la línea 72A aún paraba en Mauvéstaton, aunque allí no quedaba nada. Hacía tiempo que la ciudad había desaparecido, con personas, besos y recuerdos incluidos. Gente que había dejado la ciudad por mucho tiempo pensó que fue el suicidio del mundo lo que la arrasó.

–Pero Mauricio sabe que fue después de eso. La verdad es que creo que la mató la soledad. Todas las paredes terminaban por volverse negras y eso a la gente la espantaba. Tomás Tifón XI ordenó a los leucoconsejales poner todos los servicios en la ciudad y hasta la hizo capital del Imperio de Arroyolba, pero el lugar era venenoso y estaba maldito: guardaba una entrada al averno, por lo que ni los rayos del sol querían acercarse.

Mauricio bajaba siempre en Mauvéstaton y se quedaba quieto por largo rato a un lado del camino empedrado, mirando los acantilados unidos sobre los que había existido la ciudad negra. Llegó a oír un día en el bus que, al parecer, un grupo de ciudadanos se aventuró a la entrada infernal y la cerró con cal. Desde ahí los rayos del sol camparon a sus anchas por la ciudad sin temor; la luz borró la maldad de las paredes y de la hierba oscura, pero de paso también las deshizo. Era sólo una teoría, aunque en verdad el nuevo pasto de Mauvéstaton era insólitamente verde, si se tenía en cuenta cómo casi todo el planeta se había sumergido en sequía.

–Oye, ¿y no crees tú que la gente no sabía que la ciudad desaparecería con eso? ¿Y si fueron en realidad al averno todos juntos? Ya sabes, si no puedes con el enemigo, únete a él. Quizá se pusieron de ofrenda para eliminar la maldición.

Mauricio siempre quería saber hasta el más mínimo detalle de todo misterio, y más desde lo que le pasó cuando era autobusero.

–Y me dirás que esto es imposible de resolver. Ya sabes que soy terco, así que no te des por vencida tú tampoco. Oye, decías el otro día que las del fondo del bus comentaron que en una isla al norte de aquí había dragones. ¿Y si un dragón así a lo cormyr se lo tragó todo de una?

Las leyendas de dragones habían sido siempre frecuentes en Eirre. Gervasio Martínez Escudo, dracólogo, publicaría allá por el siglo trece una novela que se tornaría histórica. En ella defendía que el lago Evríca estaba habitado por dragones. Ya en el siglo décimo existían grandes gremios de cazadores de dragones, que...

–No te enrolles. Venga, bajemos a revisar. Que seguimos sin encontrar la supuesta entrada al averno. Que no duermo pensando que hemos inspeccionado toda la ciudad y no figura.

Mauricio, con su usual torpeza, baja por el camino rocoso y olvida que hay un sendero.

–Podrías recordármelo y eso, ¿sabes? Que ya estoy viejo para esto.

Revisó lo primero la casa que estaba construyendo en el tercer acantilado. Un bloque por día solamente, para ver si alguien se animaba a ayudarle a acabar. Dice que hoy sólo se quedará una media horita, pero termina por tirarse cinco construyendo aquéllo y recorriendo el pueblo, intentando fallidamente asesinar la impotencia y sin encontrar ni entradas al averno ni dragones. Entonces cae en la cuenta de que se le ha pasado el último bus.

–Porque no te gusta avisarme, pero eso no lo dic–

y tiene que decantarse por dormir entre rocas y pasto.

–Al menos di que estoy acostumbrado o algo, que me gusta la soledad, para no qued–

Diecisiete años sentado en el cómodo sillón del autobús le habían pasado factura, no había forma de encontrarse cómodo sobre la superficie pedrosa. Y además los bichos voladores sacaban su lado huyeleón. La noche aquí llegaba más temprano, de lo emocionada que estaba por poder hacer de nuevo su trabajo con normalidad. Las estrellas hacían visitas tímidas al cielo de la ciudad.

–Mi madre me contó una vez que en el Loisástaton venden futuro embotellado. Tal vez podríamos traer algo para acá y aprovechar la sanación de estas tierrras. ¿No has visto nunca esta gente que es endiabladamente feliz, pero siempre está sola? Pues Mauvéstaton para igual.

Mauricio entonces dijo en voz bajita: «podríamos hacer algo por ella», y se quedó dormido sobre el pasto frío. La luna se enamoró de él al menos tres veces durante la madrugada, aunque al final decidió no decir nada, no fuera ser que lo alejara más. El hombre se despertó cuando el sol todavía anaranjaba el paisaje.

–Ya, ya. Deja de zarandearme ¿Qué hora es? Aish, que todavía queda una hora para el primer bus, muchacha. Wi lua na momenson, vulo.

Una familia de lagartijas paseaba por el terreno, quizá de vacaciones. Mauricio en sueños imaginó los amores rotos, las gaseosas sin terminar, las tortillas a medias que se fugaron de la existencia. Molesto porque le leyeran los sueños, se levantó y caminó hacia la parada cansado y deprimido porque de nuevo no resolvió qué hacer para rellenar Mauvéstaton. Desde la ventana del bus se despidió de la ciudad con los ojos cargados de sol matutino. Una vez que el transporte fue tragado por el paisaje, tomé mi camino hacia la cueva. Por el camino volví a toparme con las lagartijas.

–Para ser los dragones del norte sois muy pequeños. Ni alas tenéis. Ya podríais haber dado vida a esto, que tiempo habéis tenido. Siempre me habéis parecido algo vagas. Aunque puedo perdonároslo si por fin valoráis estas tierras de oro y las habitáis.

Los caminos hacia Marutá (Edición 2016) [Completo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora