Capítulo 5 "Lo siento"

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Los próximos días después de nuestro "pequeño roce" no pasaron como imaginaba: Su actitud hacia mí resultaba cada vez más extraña ya que, aunque procuraba siempre mirarme de reojo para evitar el contacto directo con mis ojos, de vez en cuando me lanzaba una sonrisa pícara, como si lo que estaba intentando acometer fuese de mi agrado... Yo, sin embargo, intentaba evitarlo lo máximo posible; aunque, por alguna extraña razón, parecía que eso le atraía incluso más a mí.

Me acompañaba al instituto y, aunque no era invisible como el resto, se trasladaba de un lado a otro de forma que solo yo pudiese verlo. Me extrañaba que me siguiera, o al menos al instituto: este era religioso y pensaba que a los demonios no les gustaba merodear por lugares como ese. Mi mejor amigo, sin embargo, discrepó cuando aludí a esta suposición en una conversación. Afirmaba que, antiguamente, a los íncubos se les consideraba dioses, por lo que lugares como las iglesias no eran exactamente una ofensa directa o un lugar intocable para ellos...

Mientras tanto, los días seguían pasando y mi cordura se hacía más pequeña con cada uno que acababa. Me quedaban 5 días de los 10 que estableció como límite, y yo solo esperaba que no me forzase a nada. Cumpliría con mi deber a su debido tiempo. Intentaba mantener la calma, pero tenerle justo al lado por las noches no ayudaba. Efectivamente, incluso la cólera acumulada que sentíamos el uno por el otro la primera noche no evitó que se acostase en MI cama. Su cuerpo mantenía la temperatura, pero sus cuernos de carnero me molestaban. ¿Quién podía ser capaz de decir nada en aquellas circunstancias..? Yo, desde luego, en absoluto.

Debido a todo esto, mis estudios tampoco mejoraban, y aún menos la relación con mis amigos: decían que algo en mi no era igual, que no era la misma de siempre... Pero, ¿que les iba a contar? ¿¡La verdad!? "Sí... resulta que no soy yo, porque he menguado por la maldición que me atormenta desde los 5 años." Fácil...

El primer viernes llegué a casa destrozada. Intenté no mostrarlo e intentar responder al típico "¿Qué te pasa?" de mi madre con toda la normalidad que me pude permitir en mi estado. Al llegar a mi habitación me senté en el rincón del armario a ras del suelo y una lágrima se derramó por mis mejillas, suficiente para iniciar un llanto amargo que incubaba mi miedo e incertidumbre ante los acontecimientos. Creo que pasé toda la tarde llorando con mi cabeza entre mis piernas y mis manos tocando aquel frío suelo de mármol. El sol comenzó a mostrar su luminoso tono naranja a su despedida y yo, poco a poco, dejé de llorar. No me quedaban lágrimas por derramar. De repente, noté  una presencia y levanté la vista de mi regazo: era Vincent. Me sequé mis húmedas mejillas y se agachó a mi altura.

- ¿Qué te ocurre? - preguntó dulcemente.

- Nada, n-no es nada, de verdad.- respondí intentando contener mi llanto.

- Debo decirte algo. ¿Vienes?

Extendió su mano ignorando mi respuesta.

- ¿A dónde?

- Confía en mi.- me miró fijamente a los ojos con un gesto serio

Me levanté aún frotando mis mejillas para eliminar las lágrimas y me dirigí al salón. Le pedí permiso a mi madre rápidamente y seguí a Vincent, que me dirigió finalmente hasta la azotea. Después de todo el tiempo que había estado intentando recuperar el ritmo de mi vida, había olvidado este lugar en el que mi madre tendía mientras yo correteaba de un lado a otro y miraba a la lejanía desde aquel pequeño balcón que veía tan grande por aquel entonces.

Giré mi cabeza hacia el sol, que se alzaba en el firmamento y brillaba en todo su esplendor en aquella cálida tarde de verano. Entonces noté las cosquillas que provocaban el vello facial de Vincent al contacto con mi piel cerca de mi oreja. Agarró mi cintura con su mano derecha y aprovechó mi aparente ignorancia para darme un beso en la mejilla y luego dejar caer su cabeza sobre mi hombro. ¿Dónde estaba ese íncubo que pretendía matarme? Solo sentía al Vincent Brooks que conocía casi ronroneando al contacto con mi cuerpo.

- Sé que estas así por mi culpa y quería decirte que lo siento. Sé que sufres mi presencia y la pagas con los demás. Te cuesta avanzar en tu propósito. Solo quiero recordarte que te elegí por más de una razón, y no saldrás malparada si cumples mi mandato. Lo prometo.- yo seguía en silencio intentando no llorar.- Tienes diez días más, para que no te agobies más de lo que me concierne.- musitó dulce pero arrogante.

La emoción me envolvió al oír sus palabras. No podía más. Me giré y le abracé con todas mis fuerzas. Un ligero "gracias" salió de mi boca antes de volver a llorar en su regazo. Él se sobresaltó en un principio, pero no dudó en rodear sus brazos por mi cintura. No podía ver su expresión, pero me dio la sensación de que sonreía mientras los últimos rayos de sol inundaban nuestros cuerpos, haciendo de ese instante un momento inolvidable.

Vincent and I (LIBRO I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora