Capítulo 12

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Hipo POV

Vi a todos listos para empezar, lanzándose miradas retadoras unos a otros. Especialmente Dana y Mocoso, que parecían estar sumidos en una particular tensión. Me topé con los ojos celestes de Astrid. Pude ver, por cómo alzaba una ceja, con expresión suspicaz, que ella también se había dado cuenta.

―Bueno, me alegro de que estéis tan animados ―alegué, divertido―. Preparaos para alzar el vuelo.

Antes que los propios jinetes, los dragones reaccionaron a mis palabras, poniendo el cuerpo en tensión. El único equipo que lo hizo a la par fueron Tormenta y Astrid. Dana se unió instintivamente a la posición de salida.

―¡A VOLAR! ―grité, logrando que todos emprendieran rápidamente la marcha. No tardaron en perderse de vista.

Desdentao me gruñó. Yo no pude hacer otra cosa que reír al fijarme en él. No había que conocerle mucho para saber que estaba deseoso de volar. La soledad del arbitraje nos permitía ser un poco flexibles con nuestra rutina de vuelo. Mientras supervisáramos, nadie nos podía negar un par de piruetas en el aire.

Me acomodé en la silla, esperando a que la prótesis hiciera el conocido click en el estribo metálico. Un segundo después, ya estábamos en el aire.

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Astrid POV

Las tres nos dirigimos, a toda velocidad, a las alturas. Buscamos la suficiente para poder ver gran parte de la isla con perspectiva. A lo lejos, pude ver que Patapez imitaba nuestros movimientos, aunque a mucha menos distancia.

― ¡Allí! ―exclamó Dana, señalizándome con el dedo la zona este de la isla.

Eran difíciles de ver, pues la densa capa de árboles los protegían, pero había unos pequeños prados desperdigados por ahí. Toqué suavemente el cuello a Tormenta, en dirección a tierra. Quizás Tormenta y yo no teníamos una conexión tan extraordinaria como la de Hipo y Desdentao, pero éramos compañeras desde hacía muchos vuelos y nos conocíamos la una a la otra. Habíamos aprendido a entendernos y comunicarnos por gestos cuando estábamos en el aire. Así que, Tormenta no tardó en dirigirse al lugar exacto al que queríamos llegar.

El aterrizaje fue suave, con mucha gracia, rasgo que solía caracterizar a la dragona. Al momento, descendimos de su lomo, hundiendo nuestros pies en el suave pasto. Miré a nuestro alrededor, buscando cualquier vestigio de la dichosa planta. Resoplé al no encontrar nada.

―Deberíamos pedirle ayuda a Tormenta ―sugirió Dana―. Hipo dijo que ella sabría hacerlo.

―Sí ―admití―. En muchos sentidos, los dragones tienen sus instintos mejor entrenados y capacitados que nosotros. El problema es cómo.

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