Capítulo 14:

14 3 1
                                    

No me atreví a moverme. Sólo me acosté en las ramas, boca arriba, admirando el cielo y los abedules que se agitaban con la brisa. No sé lo que está pasando ni por qué. Tampoco me interesa mucho.

He llegado a la conclusión de que prefiero estar en la bendita ignorancia que averiguar diversas cosas al mismo tiempo. Quisiera estar mirando este paisaje de por vida, que la película se detenta, y que no continúe hasta que yo lo decida.

Entonces, como si al vídeo le hubiesen pulsado el botón de play, vuelvo a la realidad. Escucho golpes, patadas, gemidos, chillidos, llanto... Como una horrenda música de pesadilla de fondo sobre un bello paisaje de fantasía.

Me levanto y comienzo a caminar, buscando la fuente de los lamentos. Está detrás de unos pocos arbustos y ramas.

Dos hombres con espadas y una mujer con una lanza; ella sostiene a un bebé en sus huesudos brazos. No aparentan más de veintinueve y treinta años. Es obvio que se está deliberando una ardua batalla entre los tres.

Me detengo, aún sin saber qué hacer. Mis piernas flaquean.

—¡No se lleven a mi bebé! —grita la mujer rubia, atacando con la lanza—. ¡Ayuda, por favor!

Doy varios pasos hacia adelante, ideando un plan para ayudarle. Entonces, como si todo acabase de repente, siento un dolor en mi tobillo derecho y algo que me iza hacia el cielo. Lanzo un grito ahogado. Risas, carcajadas... Eso es lo que puedo escuchar cerca de mí.

—Eso siempre funciona —dice la mujer, lanzando al infante al suelo. Muy cerca de mí.

Debo contener un grito ante lo que observo.

El "niño" es, en realidad, un cadáver en estado de descomposición. Sus ojos ya no están dentro de sus cuentas, como si se las hubiesen arrancado. Es una figura completamente pálida con la piel cubierta de moratones y con las venas traslúcidas debajo de lo que queda de piel.

«Igual que el Cazador»

Quiero vomitar cuando percibo el hedor: una combinación de alimentos putrefactos.

—Está muy flaca —dice uno de los hombres. Es pálido, con la piel llena de varios moratones y una nariz igual a una papa alargada, grande y deforme. Sus dientes están separados y no hay ninguno que muestre blancura alguna.

Su aliento es asqueroso y, al hablar, éste llega a mis fosas nasales revolviéndome el estómago.

—¿Eso qué importa, Mitch? —responde la mujer con un gruñido. Tiene el rostro igual al de una calavera y su cabello es rubio y está chamuscado—. Nos puede servir como una fuente de alimento mientras nos largamos de esta mierda de región.

Comida. Esa palabra es como una patada en mi estómago. Me tratan como un maldito animal otra vez, pero esta vez me estremezco al pensar en ello.

Ellos me quieren devorar.

Lanzo un grito mientras comienzo a luchar para escapar. Se ríen a carcajadas al ver mis inútiles intentos.

—¡Qué estúpida es! —exclama la mujer—. Acaba con ella de una vez, Dave. Me muero de hambre.

Un grandulón con el rostro con una cicatriz atravesando su ojo derecho —el cual ya estaba blanco—, dio dos pasos hacia adelante, empuñando la espada de hoja delgada y mango oxidado.

Siento una punzada de dolor, pero ahora sé que no es la lanza sin la punta de acero de Diego. El malnacido ha clavado su espada en mi vientre. Cierro los ojos con fuerza y grito lo más fuerte que puedo. Ellos vuelven a reír a carcajadas. Las lágrimas caen por mis mejillas junto con mi propia sangre derramada.

El Clan De León [#NewLifeAwards]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora