15. Nuestros planes

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Tampoco aquella mañana había llegado ningún barco. Klaus se apoyó en el marco de la entrada, dejando que sus ojos recorriesen el desolado paisaje que era el puerto mientras notaba su ceño fruncirse. Lo que si llegaban eran días cada vez más cargados de viento y lluvia que agitaban el ánimo de animales y hombres por igual, haciendo que andar entre las calles de Kaupang se volviese un riesgo quebradizo, como caminar sobre hielo demasiado joven. Un árbol cercano se dobló por la fuerza del vendaval, exhalando un tortuoso crujido que irritó y satisfizo a Klaus por igual, el temporal parecía decidido a retrasar el estallido de sus planes pero no había duda alguna de que, cuando este finalmente se produjese, lo haría con devastadora intensidad.

Un bufido despectivo a su espalda le sacó de su ensimismamiento, al volver el rostro encontró a Aideen con los brazos cruzados y su mejor expresión de reproche clavándose en él. Sonrió interiormente, que ella estaba incómoda era evidente, probablemente pretendiera que le tradujese las palabras clave y así poder huir de su presencia cuanto antes, lamentablemente para la joven, Klaus tenía otras intenciones. No le gustaba estar a malas con ella, trataba de achacárselo a la importancia de su colaboración para sus planes pero era probable que su libido tuviese más que ver en el asunto, en cualquier caso, estaba decidido a terminar con su animadversión. Y si de paso conseguía retomar lo que habían empezado en el establo, mejor que mejor.

—Creí que la idea de juntarnos era que me ayudaseis a traducir los manuscritos, no que os dedicaseis a fruncir el ceño mientras miráis al horizonte—comentó mordaz en irlandés.

—¡Ah! Pero quizá deberíais preguntaros qué me lleva a fruncirlo —contestó jovial mientras se sentaba frente a ella.

—Seguramente otro de vuestros planes, que no marcha como desearíais.

—En este caso se trata de nuestros planes. Y os alegrará saber que, a pesar de con un ligero retraso, marchan con buena intensidad.

—¿Esperáis un encargo?

—Es una forma de decirlo— concedió con pretendida indiferencia.

—¿Algo para enervar a Hammar? —la curiosidad de ella era palpable.

—No algo. Alguien.

Aideen, que había ido inclinándose poco a poco hacia él, se percató súbitamente de lo cerca que se encontraban, enderezándose de golpe intentando recobrar distancia.

—¿Un aliado? —carraspeó incómoda.

—Un amigo —al ver como el desconcierto desorbitaba los ojos de la joven, añadió—. Parecéis sorprendida.

—No se me había ocurrido que pudierais tener más amistades —confesó llanamente—. Creí que se necesitaba ser tan amable como Erik para soportaros.

—Vaya, gracias por el cumplido. Os sorprenderá saber que, de hecho, no son pocos los que me tienen estima— la picó con burla.

—He oído que sois amable, lo que sólo indica que habéis sido lo suficientemente hábil para engañar a varias personas.

—Es un alivio saber que al menos me consideráis hábil —ironizó.

Aideen se encogió de hombros y dejó escapar un gemido de indiferencia, sus labios sonreían con cortesía pero le ardían los ojos y le temblaba el pulso. Klaus sonrió, consciente de que, a pesar de los intentos de la druidesa por controlar su genio, bastaría con una chispa para encenderla, y él sabía el lugar exacto al que apuntar. De hecho, encender a la joven estaba empezando a convertirse en uno de sus deseos recurrentes, deslizar las manos por sus clavículas y los labios por su piel, aprisionar sus muñecas contra el lecho, o el muro, o el suelo, o cualquier otro lugar que bastase a su agitación, agitarle el aliento, la sangre y los gemidos mientras se perdía en ella...

Hiedra y Acero [Serie Incursiones Vikingas #1] [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora