23. Una semana

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El crujido de su espalda fue tan satisfactorio como el alivio de sus músculos al estirarse, atender un parto era siempre motivo de alegría cuando los resultados eran buenos pero ni en el mejor de los casos se ahorraba de padecer dolores y cansancio tras la faena. Por no hablar de su aspecto, el recogido de su pelo estaba prácticamente desecho, en su vestido había más áreas sangrientas que limpias y no necesitaba que nadie se lo confirmase para saber que ella misma parecía a punto de desplomarse. Pensó en Deirdre y en su reticencia a todo aquello que estuviese relacionado con bebés y no pudo evitar una sonrisa melancólica al pensar en lo mucho que podría llegar a echarla de menos. Si finalmente decidía hacer de aquellas tierras su hogar iba a necesitar hacer un viaje de vuelta a Èire sólo para darle explicaciones a su amiga.

Desechó sus pensamientos y ponderó la posibilidad de pedirle a Svana que ordenase preparar una bañera, habitualmente el día destinado a limpiar el cuerpo era el sábado pero no estaba segura de poder aguantar media hora más, mucho menos media semana.

—Yo en tu lugar estaría deseando lavarme —declaró Klaus mientras subía los escalones de entrada a la casa comunal y le dedicaba una mirada cargada de conmiseración.

—Me temo que si paso mucho más tiempo entre estas ropas puedo acabar lanzándome al agua por muy helada que esté—confesó burlona.

El norteño llegó a su altura justo a tiempo para verle desplegar una sonrisa juguetona con la sombra de una idea en sus ojos.

—Y yo me temo que no puedo permitir que nuestra mejor curandera se arriesgue a enfermar por un baño—comenzó con la voz rebosando galantería—. No cuando es tan fácil procurarle uno con agua caliente y todas las comodidades.

—¿Vas a prepararme una bañera? —se sorprendió.

—No...—dejó escapar un teatral bufido despectivo—. Voy a enseñarte a no volver a subestimarme jamás. Sígueme.

Se dirigió al fondo de la vivienda con la determinación de un río recién liberado, dedicando apenas un instante para verificar que se hallaban solos antes de apartar un tapiz de la pared y dejar al descubierto una puerta de madera basta. Aideen no tuvo tiempo de sorprenderse, Klaus tomó una vela y penetró en la oscuridad que presentaba el otro lado de la hoja, conminándola a seguirle.

—¿A dónde lleva este túnel?

—A una sorpresa—sonrió juguetón—. No te preocupes, está cerca.

—¿Y no hay problema en que...?

—No, ningún problema

—Pero...

—Ahora —la interrumpió presionando su dedo índice suavemente sobre sus labios y perforándola con la mirada—, basta de preguntas. Prométeme que me dejarás sorprenderte adecuadamente.

Tomó aire para protestar pero, al ver cómo Klaus enarcaba una ceja a medio camino entre la diversión y la advertencia, decidió que dejarse sorprender por aquel hombre podía no ser tan mala idea. Asintió, manteniéndole la mirada y besándole el dedo con sorna antes de comenzar a andar. El camino fue breve y el pasadizo lo suficientemente amplio para recorrerlo con comodidad y cuando salieron al exterior Aideen no pudo pronunciar palabra.

El túnel desembocaba en un claro rodeado de árboles, maleza espesa y rocas escarpadas, no debían de encontrarse demasiado lejos de la ciudad pero lo abrupto del terreno dificultaba su acceso por cualquier otra vía que la que habían tomado. Pero lo verdaderamente extraordinario era la construcción que se encontraba frente a ella: Alguien había excavado en el suelo un pozo de unos 4 metros de diámetro, lo había rodeado de baldosas de piedra y situado un par de bancos a su alrededor, resultando en una bañera gigante. Una bañera que humeaba.

Hiedra y Acero [Serie Incursiones Vikingas #1] [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora