1. La muerte del vikingo

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[Imagen: Klaus Haldorson. Orientativo]

Éire 871 d.c.

Se pasó los dedos por el pelo, encontrándolo pegajoso y endurecido allí donde la sangre empezaba a secarse. Suspiró frustrado y dejó que su mirada se elevase, el sol se filtraba entre las hojas de los árboles, prometiendo un día radiante, lleno de magia y bendiciones. Pero Klaus no se engañaba, se algo había aprendido de aquella isla es que el tiempo cambiaba con más rapidez que la voluntad de las mujeres cristianas bajo sus labios y por muy brillante que fuese la luz el aire olía a lluvia. Sólo esperaba que la muerte llegase antes que la tormenta.

No era así como se suponía que debía morir. La idea era caer en la batalla, con honor: el arma en la mano y la sonrisa en los labios. Las puertas del Valhala se habrían abierto para él y sólo restaría pasar la eternidad festejando ente dioses y compañeros. La idea era caer en la lucha, no a kilómetros del campo de batallas y cubierto de su propia inmundicia.

Klaus era un hombre práctico, la riqueza aportaba prosperidad y buen humor a su gente y no había forma más que segura que atacando un monasterio: La lucha era rápida, la resistencia mínima y el botín extenso. Pero incluso una presa fácil como aquella podía ocasionar imprevistos y el profundo corte que surcaba su espalda bastaba para atestiguarlo. Lo sentía palpitante, quemando con la promesa de una infección severa. El rostro de su atacante destelló en su memoria; ; era un monje joven, el miedo había guiado su espada y mojado sus pantalones y cuando Klaus se dio la vuelta al sentir el dolor no supo decir quién estaba más sorprendido, si él norteño por ser alcanzado o el irlandés por su hazaña. Había muerto un segundo después, el asombro todavía marcando su rostro.

Tratarse la herida hubiera debido ser su primera parada pero tenía necesidades más básicas que atender. Escogió una arboleda cerca del río, algo apartada del campamento y no había terminado de atarse los calzones cuando un grupo de hombres se lanzó a por él. Eran cinco campesinos, sin entrenamiento pero con considerable fuerza física, advirtió reponiéndose mientras maldecía y alcanzaba su espada. Su mano ya estaba en la empuñadura cuando el primero atacó, como respuesta le regaló un tajo en el muslo y un puñetazo en la garganta. Recogió su escudo justo a tiempo de cubrirse del siguiente ataque, le clavó la espada en el vientre a su oponente y esquivó con facilidad los envites de los otros dos. Danzaron en círculo, las miradas clavadas entre sí y la certeza de que estaban consiguiendo alejarle del campamento escociéndole en la estrategia. Atacaron a la vez, permitiéndole atravesar con su arma el hombro de uno de ellos y repeliendo al otro con el escudo justo a tiempo para ser embestido por el quinto acabando ambos en el río.

La corriente fluía rápida, llena de curvas y rocas deseosas de magullar incautos, que su oponente insistiese en ahogarle no ayudaba demasiado a evitar los golpes. Una mano se apoderó de los cabellos en su nuca, empujándole hacia lo profundo y forzándole a tragar agua violentamente. El mundo se volvió la forma en que le ardían el pecho y la herida de espalda y no quedó sino entregarse a su instinto y tantear en la oscuridad hasta dar con la garganta del irlandés y apretar rezando a Odín para que no le fallaran las fuerzas. Finalmente notó como su adversario cedía y aprovechó su cuerpo para impulsarse hacia la superficie.

Salir del río resultó una tarea más penosa de lo que esperaba, la corriente era intensa y nadar hacia la orilla requirió de la poca energía que le quedaba, asiéndose a la raíz de un roble consiguió auparse fuera del agua y arrastrarse hasta recostar su espalda contra el árbol. Su respiración era una tormenta y requirió de los restos de su atención para dominarla, dando paso a una suave somnolencia a la que Klaus no dudó en entregarse.

Soñó que el roble le sonreía, que le bañaba en luz dorada y le cubría de hiedra mientras le aconsejaba que aprendiese a amarla y no temiese demasiado a la muerte en su primer encuentro. Cuando despertó le quemaban la espalda y el desconcierto. Se sacudió los restos del sueño y examinó su estado: conservaba su espada, su hacha de mano y su vida, había perdido su escudo y ganado varias magulladuras y un corte largo y profundo en la espalda que amenazaba con convertirse en un problema si no lograba tratarla pronto.

Prestó atención a los ruidos del bosque en busca de los sonidos habituales de un campamento pero fue en vano, debía de haber recorrido mayor distancia de la que creía. Tampoco el viento, soplando desde la batalla, traía ya ningún olor familiar. Comenzó a andar río arriba, preguntándose cuanto tiempo habría dormido, el ocaso estaba cerca por lo que no podrían haber sido menos de cinco o seis horas, pero era difícil saberlo con un cielo tan encapotado. No había recorrido demasiado trecho cuando una silueta en la periferia de su visión le hizo volver la cabeza y aunque Klaus se sabía un hombre valeroso no pudo evitar que se le helase la sangre en las venas al ver de qué se trataba.

Al otro lado del río, algo adentrado en el agua, se hallaba el cadáver del ciervo más grande que jamás hubiera visto, se trataba de un animal magnífico y Klaus hubiera lamentado sinceramente su muerte sino estuviera concentrado en lo que esta implicaba para él. Vivir en la naturaleza implicaba un juego distinto de reglas, entre ellas, beber agua de sitios fiables, que hubiese sido hervida o que al menos corriese rápida sobre piedra, nunca de ríos donde hubiera podido ser contaminada por depósitos de animales. Clavó la mirada en la bestia, su sangre dibujando en la corriente la evidencia del veneno que portaba ahora en sus venas.

Los efectos no tardaron en hacerse notar y a partir de ahí todo fue en picado. Su vientre sufría calambres cada vez más intensos y su estómago, incapaz de sosegarse, le impulsaba frecuentemente a devolver su contenido, arrebatándole el calor y llenándole de temblores. Debilitado por la batalla, la escaramuza, el río y la falta de alimento, Klaus perdió el sentido del tiempo y de paso el de la orientación, se forzaba a dar un paso tras otro, sin abandonar la orilla, convencido de que daría con el campamento antes o después. Otra arcada le forzó a detenerse nuevamente, sólo para observar que de sí no salían más que bilis y gases, la necesidad de agua limpia y alimento era tan patente que se concedió a sí mismo adentrarse en el bosque.

Era noche cerrada cuando entró en el claro y encontró bayas y hierbas para paliar el hambre, para entonces la fiebre era una realidad que ardía y enfriaba su cuerpo a partes iguales, Se desmoronó en el suelo, imaginando que tenía fuerzas para enrollarse en su capa antes de caer en un sueño febril lleno de robles que se reían de su suerte.

Cuando abrió los ojos el sol estaba ya alto. Se pasó los dedos por el pelo, encontrándolo pegajoso y endurecido allí donde la sangre empezaba a secarse. Suspiró frustrado y dejó que su mirada se elevase, el sol se filtraba entre las hojas de los árboles, prometiendo un día radiante, lleno de magia y bendiciones. Pero Klaus no se engañaba: Iba a morir. La herida de la espalda le palpitaba de dolor, se le retorcía el vientre y no recordaba cuantas veces había perdido el sentido. Demasiado agotado para orientarse, andar o incluso pensar con claridad su única salida era limitarse a esperar la muerte.

Relajó los párpados y la garganta, notaba la boca áspera y la legua pesada pero trató de ignorarlas. Abrió los ojos para contemplar la luz del sol una última vez, y entonces la vio. Adentrándose en el claro, con la túnica de blanco y los cabellos de fuego derramándose por sus hombros, se deslizaba por las hojas del suelo sin dejar huella, sin marcar este mundo. La diosa se acercó lentamente a él, sus labios cargados de promesas, de festines e hidromiel, de noches de fiesta y batallas por honor. No recordaba ninguna saga en la que recogiera a los guerreros, siempre era trabajo de las valquirias, y él no había caído en combate, pero estaba tan seguro de que era ella como de que ser hijo de su padre. Sus labios se movieron formando un nombre.

— Freya.

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Y hasta aquí el primer capitulo ¿Qué os ha parecido? Como podéis ver es un principio lento pero cargado de detalles y pistas sobre el carácter y la posición de Klaus, me gustan las bases fuertes así que los primeros, digamos, cuatro capítulos tendrá esta dinámica y se cogerá velocidad posteriormente.

Dejad estrellitas y comentarios y críticas y amor <3

Bisus



Hiedra y Acero [Serie Incursiones Vikingas #1] [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora