22. Nuevos temores

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Se pasó el dorso de la mano para secarse el sudor y los cabellos que le corrían por la frente sin perder de vista a sus contrincantes. El más joven no desperdició la ocasión y se lanzó de frente contra él, obligándole a devolver su atención al combate y forzándole a desviar el arma por un margen suficientemente estrecho para marcar los progresos de su discípulo. Recobró el aliento y le lanzó un amago de sonrisa como cumplido y una maldición como aviso.Lo que había empezado como una forma de limar frustraciones se había convertido en un entrenamiento diario y el joven Aedan no dejaba de mejorar en la técnica local gracias a las atentas y socarronas lecciones que tanto Erik como él le proporcionaban.

—No está mal —concedió—, para ser un mocoso extranjero.

—¡Ja!—rió siguiendo la puya—. He estado a punto de rebanarte el cuello.

—No, Aedan, un hombre debe asumir sus debilidades y tú has necesitado que estuviera distraído para acercarte siquiera a mí, que es muy distinto. —le corrigió en tono paternalista.

—Entonces deberías distraerte menos. Quizá la próxima vez consiga alcanzarte.

Klaus meneó la cabeza con diversión manifiesta. La  insolencia de Aedan, lejos de molestarle, le resultaba agradablemente familiar.

—Eres el esclavo más descarado que he tenido. No sé por qué no te he sacrificado todavía.

—Quizá porque sabes que no seré tu esclavo mucho más tiempo y quieres que nuestras relaciones queden en buenos términos para no sufrir mi venganza.

Enarcó una ceja y se apoyó la espada en el hombro en posición de reposo con total descaro.

—Será eso.

—O —continuó, llevándose el dedo índice a los labios en expresión pensativa con tal socarronería que no pudo por menos que admirarle—, quizá es porque sabes que la reacción de mi hermana  estaría lejos de resultar amable y quieres evitar enfurecerla.

—El agradecimiento de un mocoso y la furia de una bruja—resumió—.  Así que esos son mis nuevos temores ¿Será que me estoy volviendo blando? —se volvió hacia Erik con complicidad.

—Quien sabe —se encogió de hombros sonriente.

—También puede ser que estés enamorado de Aideen y no quieras hacerle daño.

Se volvió hacia él con titánica lentitud, cargando su mirada con su furia más espesa y conteniendo la oleada de calor que le subía por el pecho mientras se preparaba para hacerle temblar. Le bastó encontrarle los ojos para ver que no era la insolencia sino el valor lo que guiaba sus palabras. Aedan le enfrentaba con los dientes apretados, consciente del delicado límite sobre el que caminaba pero con la determinación grabada en su mirada.

—¿Cómo dices?

—Un hombre debe asumir sus debilidades y si yo he necesitado pillarte distraído quizá sea porque tu mente estaba más centrada en mi hermana que en mi ataque —replicó con la barbilla en alto y el cuerpo en tensión.

—Si tú aceptas tus debilidades yo tengo que aceptar las mías —inquirió con ironía mientras se cruzaba de brazos y empezaba a caminar hacia él.

—Klaus.

—Algo así —asintió el joven tragando con fuerza.

—¿Y se puede saber qué, en el nombre de Odín, te hace pensar que tengo semejantes sentimientos por esa terca muchacha? Está claro que sólo eres un mocoso impertinente —le dedicó su sonrisa más amenazadora—, de otra forma ya sabrías que no se necesita amor para que un hombre y una mujer compartan el lecho.

—Klaus—volvió a advertir Erik.

Los puños de Aedan mostraban nudillos blancos y sus labios se habían reducido a una fina línea, Klaus era plenamente consciente de estar atacando varios lados de su orgullo y otros tantos de su paciencia pero no podía evitarlo, la mejor defensa era un buen ataque, especialmente cuando no terminaba de entender qué estaba defendiendo. Le ardían el pulso y la garganta, un ligero mareo se había apoderado de todo su cuerpo y la idea de estar tan profundamente apegado a la joven estaba siendo categóricamente rechazada por su mente hasta haber sido capaz de decidir qué opinaba y cómo podía afectar al resto de su plan...y de su vida.

—Puede que sólo sea un mocoso—comenzó, con la voz temblándole tan violentamente como los puños—, pero he visto a suficientes hombres mirar a mujeres como tú miras a mi hermana para saber que es más que el lecho lo que quieres compartir  con ella.

—¡Aedan! —la voz de Erik sonó como un trueno contra la roca viva. Era tan inusual verle enfadado que ambos hombres se volvieron hacia él con más curiosidad que miedo y viendo que por fín había logrado captar su atención carraspeó antes de proseguir—. Creo que deberías ir a refrescarte, un buen baño después del duro ejercicio es siempre reconfortante.

—Si...—accedió sin despegar los ojos de Klaus—. Creo que tomaré ese baño.

Recogió sus pertenencias y puso rumbo hacia el río, no había dado dos pasos cuando se volvió con una sonrisa socarrona en el rostro.

—Por si sirve de algo, creo que hay hombres mucho peores con los que podría acabar Aideen. Mucho más aburridos.

—¡Lárgate si no quieres que te enseñe lo que puedo hacer con tu gaznate, mocoso enclenque! —amenazó retomando la broma.

Apenas le vio desparecer por el recodo del camino inspiró hondo y se volvió hacia Erik, escapar de él no era una opción así que mejor le valía acabar con aquello cuanto antes.

—¿Crees que tiene razón? —preguntó directamente.

—Sabes que la tiene.

—Maravilloso, así que un crío insolente y un ermitaño adusto pueden decidir sobre mis sentimientos.

—No creo que nadie pueda decidir sobre sus propios sentimientos mucho menos sobre los de otros.

—Y aún así te permites darme lecciones sobre los míos —replicó combativo.

Erik soltó un largo suspiro de frustración, resultaba evidente que aquella charla sobre sentimientos ajenos le resultaba mucho más que incómoda.

—Tus sentimientos son tuyos, tus acciones también y sabes que estoy lejos de intentar manipular ninguno de ellos pero te conozco como si fueses mi propia sangre y te digo que lo que hay entre Aideen y tú va más allá de lo que has podido tener con otras mujeres. ¿No quieres creer que la forma en que la miras te delata? De acuerdo, pero escúchame bien Klaus: Nunca, jamás en todos los años que hemos compartido, te he visto debilitar tus planes por nadie y mucho menos uno que implica a Svana. Pero lo has hecho, por ella. Ahora, tienes dos opciones: negarte a aceptarlo, hacer un idiota de ti mismo y probablemente perderla, o hacerlo y trabajar para conseguir que, una vez todo esté en su sitio, Aideen decida que el suyo está a tu lado.

Y sin darle ocasión a replicarse giró sobre sus talones y se encaminó hacia el bosque, dejándole con la protesta en los labios y las ideas revueltas. No pudo evitar sonreír, tenía que ser precisamente Erik quien le abriese los ojos a golpes a pesar de tener que apartarse de su habitual talante reservado para ello. Se echó la espada al hombro y empezó a caminar con la mente urdiendo un plan muy distinto de a los que estaba acostumbrado y, sin embargo, mucho más peligroso: Había tomado una decisión.

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Y aquí tenéis la segunda parte de este día de confesiones. Tengo que reconocer que me ha costado escribir esta escena, me salían frases grandilocuentes y horribles y casi meto la pata hasta el fondo y le hago soltar a Klaus algo del tipo "Cueste lo que cueste", lo que sería traicionar al personaje y todo el trabajo detrás de él....No hay que escribir cuando una está muerta de sueño. Por otra parte, Aedan es un insolente y Erik un amor (me temo que después de esto va a salir un club de fans oficial) y yo os quiero a todas/todos y os agradezco votos, comentarios, críticas y demás cosas bonitas.

Unos bisus.

Hiedra y Acero [Serie Incursiones Vikingas #1] [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora