5. Nadie va a llevarse a nadie

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[Imagen: Deirdre. Orientativo]

Sólo una jornada más. Sólo unas horas más y pondría rumbo de regreso al campamento y a sus hombres. O al menos eso es lo que llevaba varios días diciéndose, pero bastaba una ceja enarcada de su curandera particular para convencerle de que necesitaría recuperarse hasta cierto grado antes de que abandonar sus cuidados fuese siquiera una opción. Idea con la que estaría de acuerdo de no encontrarse escaso de tiempo y de paciencia.

Sacudió su cabeza y sus pensamientos, tratando de centrarse en la tarea que tenía entre manos y disfrutando del suave cansancio que la labor daba a sus músculos, despertándoles después del letargo de la enfermedad. Su relación con Aideen había mejorado considerablemente, jurar que no degollaría a su gente había obrado como un bálsamo, y la confianza que empezaba a desarrollarse entre ambos parecía venir cargada de ventajas. No sólo era más amable y permisiva con él sino que todo el despliegue de encantos, promesas, demostraciones de valor y argumentos intrincados que había ideado para convencer a los aldeanos de su buena voluntad había resultado innecesario. La palabra de la joven había convertido cejas alzadas y miradas temerosas en sonrisas e invitaciones a trabajar juntos y Klaus, harto de camas y comidas por las que no había sudado, no dudó en aceptar la oferta.

La mera mención de realizar tareas de campo con los demás le había granjeado un colorido despliegue de amenazas por parte de la druidesa, sin embargo, la pesca y limpieza de las presas había obtenido su beneplácito. Y así se había encontrado limpiando escamas y cortando cabezas en compañía de un grupo de mujeres que le dedicaban miradas cada vez más insinuantes y peor disimuladas.

—Desde luego los dioses os han concedido estar en los ojos de las mujeres —comentó Aideen con complicidad.

—A veces demasiados ojos le traen a un hombre más problemas que dichas —respondió con su mejor tono aleccionador.

— ¿A un hombre? —Enarcó una ceja con la duda y la diversión reflejadas en el rostro—. Tradicionalmente los problemas que acarrean las miradas han sido cosa de mujeres. Sois el primer hombre que conozco al que le molestan las atenciones del género femenino.

—No me molestan, al menos no habitualmente. Pero cuando uno se ve convertido en el objeto de deseo de varias de ellas la situación puede resultar peligrosa.

Aideen había dejado de trabajar y le dedicaba toda su atención, el mentón apoyado sobre la muñeca y la sonrisa tan cargada de expectación que Klaus no pudo por menos que entregarse a satisfacer su curiosidad. Apuntó su cuchillo hacia ella con ademán despreocupado y la voz de dar lecciones.

—Hace unos años pasé algún tiempo en Córdoba en la corte de un buen amigo. Los árabes tienen una visión muy distinta de lo que una mujer debe ser y digamos que las mujeres de su harén encontraron mis atenciones...refrescantes—añadió tras tratar de encontrar la palabra adecuada—. Todo eran sedas y sonrisas hasta que empezaron a retarse entre ellas por ver quién era mi favorita. Acabé con una cicatriz en la ingle, varias bofetadas y un amigo no demasiado dispuesto a volver a dejarme entrar en su casa.

—Bromeáis.

—Habéis visto mi cuerpo durante vuestras curas ¿No me iréis a decir que no habéis reparado en la cicatriz de mi ingle?

—Está ciertamente en una zona delicada —respondió con la risa escapándose de entre sus dientes.

—Delicada y muy preciada para mí—dijo volviendo a su pescado—. Ahora ya sabéis por qué prefiero contenerme antes de enfrentarme a un grupo de mujeres deseosas.

Hiedra y Acero [Serie Incursiones Vikingas #1] [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora