12. Trato

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El bosque escondía un sinfín de plantas, algunas tan mortales que una sola gota de su extracción podría acabar con la vida de un hombre, algunas tan letales que una sola gota podría hacer desear a un hombre acabar con su vida. Aideen las conocía todas. Y en ese momento estaba considerando seriamente la posibilidad de usar alguna con Klaus.

Abrió la boca, notó su ceño fruncirse y su cuerpo tensarse, avanzó hacia él, con las manos quemándole por la necesidad de golpear su rostro. Pensó en gritarle, lanzarse a su cuello, dejarle en ridículo aunque tuviera que inventarse parte de aquel idioma, pensó en revelar sus tramas y sus mentiras. Pero no hizo nada de aquello, en su lugar una firme mano cubrió su boca, sujetándola contra algo grande y arrastrándola al fondo de la masa de gente, haciéndola retroceder hasta sacarla de la casa comunal. No fue hasta que estuvieron a una distancia prudente de la reunión que su captor soltó su agarre y le permitió identificarle.

—Erik —masculló malhumorada la darse la vuelta—. Debí suponerlo. Asumo que tenéis alguna razón para impedir que le cruce el rostro a vuestro amigo.

—¿Sabéis Aideen? —comentó cruzándose de brazos divertido—. Para ser una sanadora sois muy violenta.

La aludida rodó los ojos y giró sobre si misma, dispuesta a regresar y empezar lo que no había podido gracias a aquel gigante.

—Sabéis que era la única manera.

El tono seco y cansado le sorprendió tanto en él que paró en seco y le miró.

—Tomar a Aedan como parte de su botín es la única forma que tiene Klaus de asegurarse que estará a salvo, si cayese en la parte de otro hombre este podría venderlo, matarlo a trabajar o destinarlo como sacrificio. Y estaría en su derecho.

—Muy bien —concedió acercándose y sintiendo como la furia ciega iba dejando paso a una ira más calmada, más fría—Klaus se ha asegurado de que nadie más toque a mi hermano, pero no intentéis hacerme creer que cuando vuelva a esa casa encontraré que lo ha liberado.

—No pensaba hacerlo —desvió la mirada incómodo.

—Sabéis Erik, creo que empiezo a conocer a Klaus Haldorsson. Es encantador, sus viajes le han hecho saber de mundos distintos y es un líder nato, pero también es manipulador y despiadado, sabe qué decir en qué momento para lograr sus objetivos, aprovecha las debilidades de los demás para su propio beneficio y no tiene ningún escrúpulo en usar todo método a su alcance para confundir a quien se interponga en su camino.

En el tiempo que habían compartido juntos Aideen había descubierto que, a pesar de su tamaño y complexión amenazantes, Erik era un hombre bondadoso y capaz de sentir gran empatía. Era como el bosque, decidió mientras miraba sus ojos, ora verdes ora pardos dependiendo de la luz que los bañase, bajo la cautela y la amenaza de las sombras lejanas se escondía vida en su estado más puro y limpio. El problema era que un alma así venía con un repertorio de expresiones capaz de conmover a cualquier piedra y Aiden, que no destacaba por su indiferencia, casi se oyó a sí misma romperse al ver el rostro apenado del hombretón.

—Bueno, Klaus es bastante calculador pero ¿No creéis que estáis siendo muy dura con él? Es cierto que cuando quiere algo peleará por conseguirlo pero..

—¡Dijo que Aedan quedaría libre al llegar aquí!

—¿Estáis segura de que fue eso exactamente lo que dijo? —Enarcó una ceja, conocedor de la respuesta.

—Puede que no...—susurró dubitativa—. Dijo que cuando llegásemos a Kaupang y se repartiese el botín hablarían a favor de Aedan.

—Ahí lo tenéis—sonrió conciliador—. Para nosotros mentir es algo serio, la mayoría somos más simples pero la mente de Klaus va más allá, por eso él tiene mucho cuidado con qué palabras escoge. Estoy seguro que al elegir a vuestro hermano ha hablado de que es un buen muchacho y de cómo por estar en deuda con vos prefiere que se le dé un trato digno.

Hiedra y Acero [Serie Incursiones Vikingas #1] [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora