13.Hierbas para ganar un corazón

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Revisó las monedas que tintineaban en el interior de su bolsillo, ansiosa por ver qué maravillas podría tentarse con ellas mientras se adentraba entre los tenderetes. Kaupang era un centro de comercio y el lugar se llenaba de puestos ambulantes, tiendas, mercaderes de tierras remotas, productos locales y un millar de miradas, sonrisas reconocedoras, indicaciones y voces pregonando maravillas exóticas. Aideen no había visto nunca tanta gente junta pero, lejos de intimidarla, la masa de gente parecía invitarla a unirse a ella en su algarabía.

Svana le había proporcionado algo de dinero. "Para comprar las hierbas necesarias para la pócima" le había dicho, pero el peso de su bolsillo le indicaba que su paciente había sido más que generosa. Bajo su apariencia distante y altiva la joven había resultado esconder un corazón gentil, pero Aideen no tenía intención alguna de aprovecharlo para gastar más de lo necesario. Las cuentas de ámbar y las sedas de intensos colores fueron un festín para sus ojos, pero no fue hasta que estuvo frente a un puesto de especias y hierbas que se sintió realmente excitada.

El mercader tenía la piel tostada, los dientes blancos y un acento aún peor que el suyo y pronto estuvieron hablando de las diferentes formas de preparar plantas diversas, decocciones, tinturas y especias que podría ofrecerle. Compró las hierbas que le faltaban para el preparado y se permitió el capricho de adquirir camomila y stachys, la infusión resultante le ayudaba a clamar los nervios y con Klaus cerca presentía que la iba a necesitar. Estaba discutiendo las propiedades de una singular planta de hojas puntiagudas llamada "Aloe" cuando notó una voz conocida dirigiéndose a ella.

—Así que esto es lo que atrae a las mujeres. Hierbas —comentó Leiknarr socarronamente jugueteando con uno de los saquitos.

—Desde luego —le siguió la broma— nada como una infusión para ganarse el corazón de una joven.

— ¡Ah! Y yo pensando que eran sedas y alhajas lo que tenía que ofrecer, quizá por eso Gìsla tardó tanto en aceptarme.

—Si le hubierais llevado azafrán habría caído en vuestros brazos antes de que tuvierais tiempo de pestañear —ironizó con sonrisa pícara.

Aideen sonrió con sinceridad, a pesar del tenso comienzo que tuvieron Leiknarr se había convertido en un gran apoyo a la hora de integrarse en esta nueva tierra, él y su esposa. Apenas había pasado una semana y ya había sido arrastrada dos veces por Gísla a comer con ellos, aquella mujer parecía asumir que su conocimiento de plantas le aportaba también destreza en la cocina, lo que estaba bastante lejos de ser una realidad pero no por ello le hacía desistir en su empeño.

— ¿Cómo está vuestro brazo? —se interesó—. Este amable hombre estaba precisamente hablándome de una planta que podría ayudaros a que las cicatrices fueran menos visibles...

— ¡Dejad, dejad! —la interrumpió con un aspaviento—. Bastante habéis hecho ya por mi brazo, unas pequeñas marcas no le hacen daño a nadie. Y dejad de paso de tratarme tan formalmente, si voy a teneros a mi mesa y a mi brazo cada vez que me doy la vuelta preferiría que nos dejásemos de tanta pamplina.

— De todas formas déjame echar un vistazo —demandó acercándose.

Leiknarr puso los ojos en blanco con pretendida irritación y empezó a arremangarse la manga, consciente de que oponer resistencia no serviría de nada.

—Esa es una fea herida Leiknarr—comentó el mercader.

—Y podría haberlo sido mucho más Einarr. Tenía el brazo en tal estado que todos lo dimos por perdido, estaban a punto de cortármelo cuando llegó Aideen y se empeñó en salvármelo. Si no fuera por esta pequeña cabezota estarías mirando un muñón.

Hiedra y Acero [Serie Incursiones Vikingas #1] [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora