A pocos días de haber pasado el ansiado reencuentro, el grupo aceptó convivir en el departamento de Evelyn lo que restaba del mes; todos consideraban que se lo merecían después de tanto tiempo separadas.
Cada familia ocuparía una habitación, a excepción de Lucila y Antonella, quienes compartirían cuarto al ser las únicas sin compromiso.
Afortunadamente los 13 niños habían conseguido entenderse entre sí a pocos días de iniciar la convivencia. Ahora, a una semana de eso, ya habían quedado claro los pequeños grupitos y los líderes de la manada.
Juan Martín y Lionel eran quienes ideaban los juegos y juntaban a todos para dividir las tareas, mientras que Martina y Pía lideraban el escuadrón de las muñecas y princesas. Había sido un poco difícil convencerlos de compartir todos sus juguetes entre sí, pero sus madres estaban seguras de que llegarían a ser tan unidos como alguna vez lo fueron ellas.
La parte masculina del grupo no tardó en lavarse las manos cuando el suegro de Alario les ofreció pasar unos días en una isla del interior, a pesar de que ninguno tenía ni una sola idea sobre lo que implica tener que cazar con sus propias manos lo que comerian; aunque no había nada peor que estar encerrado entre cuatro paredes con más de una docena de criaturas y las histéricas mujeres que tenían al lado.
Ese lunes, Lucila se encontraba tirada en el sillón junto a Benjamín y Bruno mirando una de las tantas películas de Marvel, mientras que en el comedor Martina, Mattia y Franco desayunaban antes de comenzar el día.
El resto de niños y mujeres se encontraban preparándose para encaminarse a La Boca, donde Eve había conseguido varios pases para el recorrido que tenían planeado en una intención de empezar a inculcarles a sus hijos la pasión y amor que todas ellas sentían por esos colores.
- Y por eso hay que estar del lado de Iron Man, chicos. - finalizó Luci con una sonrisa en el rostro.
- Pero el Capitán América tiene razón... - objetó Benjamín frunciendo el rostro.
- No, Benja. Repetí después de mi: Team IronMan. - insistió.
- ¡No! - gritó.
- ¡Sí! - también alzó la voz.
- ¡Mami! - lloriqueó el nene llamando la atención de Arianna, quien bajó casi corriendo.
- ¿No pensas rendirte? - preguntó con humor mientras tomaba a su hijo en brazos.
- No puede ser que nadie esté de mi lado. - resopló con los ojos en blanco.
- ¿Me puedo ir? - susurró Bruno con la mirada asustada.
- Andá mi amor. - Ari lo liberó de la situación y lo observó saltar del sillón para correr con su madre.
Cande ingresó al living junto a Azul mientras que Antonella venía pisandole los talones; ambas parecían discutir sobre un tema importante ya que ésta última no dejaba de insistir en que la otra la contara algo.
- ¿Por qué no me queres contar? - manifestó Antonella deteniendose a mitad de la sala.
Candela se sentó junto a su hija antes de responder.
- Porque por ahí estoy equivocada y arruino algo muy importante para vos.
- ¿Tiene que ver con Andy? - preguntó poniéndose seria de la nada.
La entrada de Eve, Lou y Flor evitó que Cande respondiera.
- Recién llamaron los chicos, dicen que se van a morir con la cantidad de mosquitos que hay. - informó Lourdes riendo.
- ¿No creen que sería lindo ir a pasar las vacaciones al interior? Allá todo es tranquilo. - propuso Lucila.
- ¿Y si vamos de sorpresa y nos quedamos unos días? La casa de mi viejo es muy espaciosa, seguro entramos todos.
Ari asintió. - Yo digo que está bien, pero después de eso no más viajes. Estoy cansada de las aviones.
- Bueno, ahora, Candela. - llamó nuevamente Anto.
- Decile de una vez lo que quiere saber, por favor. - rogó Flor con impaciencia.
- Está bien. Anto, - suspiró. - ¿vos estás segura de que Adrián está en la isla con los otros?
La correntina abrió la boca para objetar cuando cayó en la cuenta de que no estaba segura de ello, pero tampoco tenía razones para sospechar de su novio. Aunque en su interior sabía que, si bien no tenía motivos, si su amiga estaba sospechando ella también debía hacerlo.
El moderno intercomunicador que sonaba por toda la casa avisó que la camioneta de Evelyn ya estaba abajo esperandolas. Sin tiempo que perder, todas agarraron a sus hijos para partir al estadio.
Allí recorrieron el museo, la cancha, el vestuario y las oficinas del área de administración. El grupo se veía feliz de volver juntas al lugar donde todo comenzó, y que unas pequeñas personitas caminen a sus lados, sujetando sus manos con fuerza, volvía el momento mucho más emotivo.
Acabaron almorzando en el restaurante bastante cambiado que tenía La Bombonera, recordando viejos tiempos o comentando sobre como habían cambiado las cosas en esos años, pero la emoción vibrante seguía presente desde que ponían un pie dentro de la enorme institución.
- ¡Y cuando los colamos al cierre del campeonato! - vociferó Bri haciendo que todas exploten en risas.
El grupo de niños, en unas mesas más apartadas, observaba con confusión la actitud de sus madres.
- Igual nada supera el clásico, ese fue mortal. - objetó Ari.
Dai rió recordando el papelón que habían pasado esa vez, haciendo que la gaseosa se atore en su garganta y le saliera por la nariz.
- ¡Que asco, Daiana! - gritó Antonella mientras las demás se sujetaban el estómago con fuerza, tratando de calmar las risas.
- Rusia fue hermoso, igual que Madrid, pero nada se compara con volver y tenerlas a ustedes. - Ari fue la primera en sincesarse.
- ¿Quién iba a pensar que sobreviviriamos a la distancia y al tiempo?
- Pasaron tantas cosas que no quiero ni pensar en eso, quiero que éste verano sea eterno. Quiero tenerlas para siempre. - murmuró Agus.
Gaby sonrió con melancolía mientras miraba a los pequeños reír entre si. - No podemos volver a cometer los mismos errores que antes, ahora ellos nos necesitan. Siguen nuestros pasos.
- Quizás encontremos una manera de seguir unidas, hablando más seguido, por ejemplo. - Lucia las miró mal.
- No tenemos que pensar en eso ahora. Mejor vayamos saliendo que hay que preparar todo para darles una sorpresa a los chicos mañana. - sonrió Luci.
Camino al pent house compraron la cena en el Mc, porque podrían pasar mil años, pero todas seguirían odiando la cocina como a nada.
- No quiero que le digas a papi que comiste papas fritas, ¿sí? - ordenó Gaby a Lionel.
El pequeño asintió con la boca llena.
- Somos unas pésimas madres. - rió Cande.
- Se hace lo que se puede. - la defendió la otra Cande.
- Que suerte que no tengo ese problema. - musitó Luci chocando su mano con Antonella.
Agus la miró mal.- Ojalá algún día tengas seis hijos.
- Primero hay que conseguirle un novio.
- Meh. - rió la santafecina.
Siguieron hablando de estupideces, como siempre, hasta antes de la media noche. Se fueron a dormir sabiendo que el vuelo saldría a las 7 am, y que en pocas horas estarían junto a sus parejas. O eso creían.