CAPÍTULO DIECISIETE

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En su laboratorio privado al otro lado de la ciudad, Henry Lau había decidido hacer algunos ajustes a la fórmula del carmesí. Para empezar, nunca había guardado la receta final en el laboratorio, imaginando que era una medida de seguridad prudente llevarla consigo en lugar de dejarla allí, arriesgándose a que los compinches de su cliente -o quien fuera- pudieran encontrarla. Lo ponía un poco paranoico la idea de tener que interrumpir su pequeña aventura lucrativa; después de la llamada telefónica que había hecho a su benefactor hacía un rato aquella misma noche, tenía la sensación de que su paranoia era algo más que una mera corazonada.

Había relatado todo lo ocurrido la noche anterior, desde cómo había escapado de aquellos tipos que lo habían perseguido al salir del club hasta la increíble idea de que el carmesí había tenido un efecto peligroso -se había sentido inclinado a llamarlo «vampírico»- en uno de sus clientes más recientes.

Las noticias habían sido recibidas con la usual serenidad impertérrita de su patrocinador. Le había aconsejado no transmitir ninguno de los detalles a nadie y habían acordado una reunión al anochecer del día siguiente. Tras los largos meses de secreto y anonimato, iba a encontrarse cara a cara con ese tipo.

Con menos de quince horas por delante para la reunión, Henry pensó que sería acertado ocultar la fórmula del carmesí lo mejor que pudiera, por si necesitaba alguna baza a su favor cuando fuera al encuentro con su jefe. Después de todo, no sabía exactamente con quién estaba tratando, y no era tan tonto como para no tener en cuenta que podía ser alguien con bastantes conexiones importantes en el mundo del hampa. No sería la primera vez que un chaval del sur creyera que podía jugar con auténticos matones y acabara flotando en el río Mystic.

Copió las dos fórmulas -la original y la nueva, modificada por lo que él consideraba su propia seguridad- y retiró el pendrive de su ordenador. Borró todos los rastros de informes de su disco duro y luego salió del laboratorio. Tomó carreteras secundarias para volver a la ciudad, sólo por si lo estaban siguiendo, y acabó en el North End, no muy lejos del apartamento de ______.

A ella le sorprendería saber con cuánta frecuencia pasaba cerca de allí, sólo para comprobar si estaba. Estaría más que sorprendida, reconoció. Se sentiría un poco desconcertada si tuviera una idea de lo obsesionado que estaba con ella. Odiaba no poder liberarse de ella, pero el hecho de que ella siempre hubiera insistido en mantener las distancias, particularmente desde que habían roto, únicamente contribuía a aumentar su deseo. Continuaba esperando que volviera con él, pero después de la otra noche, cuando sintió que ella se encogía al besarla, algunas de esas esperanzas se habían desvanecido.

Henry dobló una esquina con su furgoneta y se dirigió hacia la calle de ______. Tal vez aquélla sería la última vez que pasaría por delante de su casa. La última vez que se humillaría a sí mismo como un patético mirón.

Sí, pensó, pisando el freno ante una luz roja, tal vez sea la hora de cortar los lazos, avanzar. Tener una maldita vida.

Mientras su furgoneta estaba parada, Henry observó el Porche negro que avanzaba hasta un semáforo de una calle lateral y giraba a la derecha frente a él, circulando por la calle casi vacía del apartamento de _______. Se le retorció el estómago cuando echó un vistazo al conductor. Era el tipo del club, no el que había corrido tras él, sino el otro, aquel grande con el pelo negro y esa sensación letal entorno a él.

Y maldita la hora en que reconocía a la mujer que iba en el otro asiento junto al tipo.

«______.»

Dios santo. ¿Qué estaba haciendo con él? ¿La habría estado interrogando acerca de las actividades de Henry o algo así, tal vez investigaba a sus amigos y conocidos?

Sintió el pánico inundándolo como un ácido en el fondo de su garganta, pero luego Henry se dio cuenta de que eran casi las tres de la madrugada, demasiado tarde para una entrevista de la policía o la brigada antidrogas. No, fuera lo que fuese lo que ese tipo le estuviera comunicando a _________, no tenía nada que ver con una base oficial.

Henry golpeó el volante con impaciencia mientras la luz del semáforo seguía en rojo. No es que tuviera miedo de perder el Porche de vista. Sabía a dónde se dirigía. Necesitaba ver con sus propios ojos cómo era realmente ________.

Finalmente la luz cambió y Henry se puso en marcha. La furgoneta entró dando tumbos en la calle justo cuando el coche se detenía junto al apartamento de ______. Henry se detuvo a unos cuantos metros y apagó las luces. Esperó, observando con una furia que hervía a fuego lento cómo el tipo se inclinaba sobre el asiento que había al lado del conductor y le daba a ______ un largo beso.

Maldito cabrón de mierda.

El abrazo duró demasiado tiempo. Un tiempo condenadamente largo, pensó Henry, que estaba furioso. Puso en marcha la furgoneta y se adentró por la calle. Condujo despacio, evitando mirar cuando pasó por delante, y luego, lentamente, continuó su camino.

**********

Yesung se dirigía de vuelta al recinto en un estado de completa distracción, tanto que de hecho se equivocó de camino y tuvo que retroceder varias manzanas para recuperar el rumbo. Su cabeza estaba llena con el aroma de _________, con su sabor. Ella permanecía en su piel y en su lengua, y eso le traía el recuerdo de la sensación de su espléndido cuerpo aferrándose a él, envolviéndolo, provocándole una impresionante erección.

Maldita sea.

Lo que había hecho esa noche con ________ no había sido planeado y era directamente estúpido. No es que albergara mucho arrepentimiento por la forma en que había pasado las últimas horas. Nunca se había sentido tan encendido ante una mujer, y no era porque le faltaran elementos para hacer comparaciones. Echaba la culpa al hecho de que __________ era una compañera de sangre, lo cual significaba que la sangre de ella estaba viva en su interior, pero la verdad era ligeramente peor que esa.

Esa mujer simplemente había provocado en él algo que no podía explicar, y mucho menos negar. Y después de que lo hubiera liberado de la caída en picado de su pesadilla sobre su propia muerte, todo lo que quería, todo lo que necesitaba, era perderse aún más profundamente en cualquiera que fuese el hechizo que ella le estaba lanzando.

Tener a _________ desnuda debajo de él no había hecho más que aumentar su deseo. Ahora que la había tenido, simplemente quería más.

Al menos con la visita a la clínica había conseguido alguna buena noticia.

Mientras Yesung se adentraba en la propiedad del recinto, extrajo un papel arrugado del bolsillo de su chaqueta y lo colocó sobre la superficie lisa del tablero de mandos. Bajo la tenue luz interior del coche, leyó el mensaje escrito a mano hacía tan sólo un par de días.

La había sacado del cuaderno de notas que _______ tenía sobre SU escritorio: LLAMÓ HENRY. CENA DEL MUSEO MAÑANA POR LA NOCHE. ¡NO OLVIDAR!.

Henry. El nombre circuló a través de la mente de Yesung como un agresivo ácido. Henry, el tipo con el que _________ había estado en la elegante exposición de arte. La escoria humana que traficaba con el carmesí, probablemente bajo la dirección de los renegados.

Había un número de teléfono en el mensaje, de una central telefónica de la zona sur. Con esa pequeña información a su disposición, Yesung apostaba a que no le llevaría más de dos segundos localizar a ese tipo vía Internet o a través de los archivos públicos.

Yesung atravesó una verja con el Porche para dirigirse hacia la mansión de la Orden y luego entró en el espacioso y seguro garaje. Apagó las luces y el motor, cogió el trozo de papel del tablero y luego desenvainó una de sus Malebranche, colocándola en el centro de la consola ante él.
El curvo pedazo de metal era frío e implacable en su mano y así es como lo sentiría el bueno de Henry contra su garganta desnuda. Apenas podía esperar a que el sol se pusiera de nuevo para poder ir y tener una presentación formal.


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Єl вєѕö cαямєѕíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora