02
Hace frío en éste apartamento.
Tiene un solo baño, y estoy bastante segura que acabo de ver cómo algo pasaba corriendo en la oscuridad.
En silencio, me sujeto el dedo anular de la mano derecha, donde debería estar mi anillo. En lugar de sentir la rigidez del metal, sólo siento el frío de mi propia piel.
Pero me siento feliz.
Mucho más feliz de lo que me sentía hace dos semanas atrás.
Y ciertamente mucho más feliz de lo que pude sentirme hace tres días.
~*~
Mis dos abuelas y mi madre estallaron en gritos de alegría mientras corrían a abrazarme, a la vez que Henry me metía el dedo en un anillo un talle demasiado chico para mí. Creo que fue en ése momento en el que el pánico hizo su plena presentación, y tuve que sentarme para no caerme redonda contra el suelo.
No recuerdo mucho del resto de la noche, y estoy bastante segura que mi familia tomó mi falta de respuesta como una señal de asombro y felicidad, pero puedo asegurar que era más bien lo contrario. Sólo recuerdo despertarme al día siguiente con un horrible dolor de cabeza y la sensación de haber cometido uno de los errores más graves de mi vida.
Las dos semanas siguientes fueron como un camino de pólvora al que le prendieron fuego. En cuanto salía del trabajo, tenía que ir corriendo a encontrarme con la organizadora de bodas que mi madre había contratado para mí. Una mujer respetable, inteligente, y que rechazaba absolutamente cada idea que se cruzaba por mi cabeza.
¿Una boda en la playa? Las gaviotas se comerán el buffet y atacarán a los invitados.
¿Vestido color champán? No pega con mi color de piel, lo mejor es un blanco perlado.
¿Luna de miel en Londres? Pero qué locura, todos saben que es mejor París (sí, lo sé, se metió hasta en la luna de miel. Y mejor no repito sus opiniones acerca de mi lencería).
Cuando cedía en una idea (la boda en la playa) y aceptaba una concesión (boda en una casa de campo), la señorita Guinis, la organizadora, se ocupaba de corregirme sutilmente (boda en una mansión de época, para quinientos invitados).
Se decidió, a la manera democrática que tiene Corea del Norte, que llegaría en carruaje y habría una pequeña ceremonia religiosa. También se decidió que llevaría zapatos de tacón bajo, que el vestido tendría una falda acampanada y muy poco escote, y que toda la música de la fiesta sería clásica, no fuera a ser que alguien oyera una canción de rock y se les cayeran las orejas.
El casamiento estaba resultando ser más molesto que mi empleo en sí. Y mucho más desagradable. Para colmo, Henry estaba mudándose a mi apartamento, para así acostumbrarnos a la convivencia.
De ésas semanas, lo único que recuerdo con claridad es cuán desgraciada y miserable me sentía, y sólo podía pensar que el resto de mi vida sería así. Lo único que puedo rescatar de esos días fue una conversación con mi tío, cuando le llevé unos expedientes que me había pedido a su oficina.
-¿Qué tal va la boda, Emily? -me preguntó distraídamente, mientras analizaba unos documentos.
-Bien, supongo. Te dejo la carpeta del caso Fice aquí, hay que volver a leer los contratos.
-Gracias, querida, pero eso no es lo que te pregunté -. Mi tío dejó los documentos sobre su escritorio y me miró fijo durante unos segundos. Usaba su mirada de abogado, esa que parece querer decir "sé cuando estás mintiendo, y no me gusta". Sin que dijera nada, me senté frente a él.
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De Princesa a Plebeya COMPLETADA
Chick-LitEmily Abbott es una chica que lo tiene todo. Es elegante, culta, joven, hermosa, y rica. Increíblemente rica. Su familia está compuesta por la aristocracia estadounidense más antigua: sus abuelos poseen una firma de transportes marítimos, su madre e...