24
Ahora estoy en la oficina.
Vuelvo a tener una bonita vista al río, un hermoso escritorio de acero y vidrio, y montones de casos aburridos con los que facturarles horas extras a los clientes.
En vez de trabajar, simplemente me quedo mirando fijamente a través de la ventana desde que llego hasta que es la hora de irme. Nadie me dice nada, después de todo, las horas se facturan de todas formas. Aún así, un par de veces he visto a mi tío Billy mirándome con una expresión extraña. Preocupación tal vez, pero lo cierto es que a mí no me importa.Regresé hace casi dos meses ya. He hablado con Martha casi a diario, con Matt también, y David me mantiene al día con las novedades de la firma. Por suerte se han recuperado bastante bien del golpe, tienen nuevos clientes y en general van viento en popa. No hablo con nadie más. Por supuesto, hay ciertas frases sociales que soy incapaz de evitar, pero no me molesto en entablar ninguna conversación.
Simplemente, no tengo ganas. Cada vez que el teléfono suena corto la llamada sin atenderla ni molestarme en ver el número. Antes lo hacía, pero casi siempre quienes llamaban eran Henry o mi familia y aún no he perdonado a ninguno. Les prometí que regresaría y lo hice. Pero eso es todo.
El día está gris, y el sol no se refleja en las aguas aceradas del río. Mejor así. Hace frío, de ese frío que se te mete en los huesos junto con la humedad. El día se ve como yo me siento.
Un timbre agudo me indica que el teléfono está sonando otra vez. Para variar, el que lo hace es el de mi escritorio, no mi móvil. Me quedo mirando el aparato, inmóvil, tratando seriamente de decidir si levantar el tubo o no, cuando deja de sonar. Creo que he tardado en decidirme.
Sobre mi escritorio se acumulan diversas carpetas de los casos que se supone que debería estar llevando. Tomo una, sólo por matar el tiempo, pero en cuanto leo que el cliente está en Londres la suelto como si me hubiese quemado, y las pocas intenciones que pude haber tenido de hacer algo productivo se esfuman en el aire.
Vuelvo a mirar por la ventana. Tal vez duerma un rato en el lujoso sillón de cuero que completa la decoración de mi oficina. No está bien visto, pero tampoco sería la primera vez que lo hago. Sin embargo, mi idea se ve momentáneamente interrumpida cuando se abre la puerta de mi oficina.
-¿Emily? -pregunta mi tío Billy con mucho cuidado, como si yo fuera un animal peligroso que podría atacarlo en cualquier momento. En respuesta, simplemente giro mi silla hasta quedar enfrentada a la puerta y a él. - ¿Quieres hablar un momento? -me encojo de hombros, y mi tío debe tomarlo por una respuesta positiva, ya que entra a la oficina y cierra la puerta detrás de sí -. Me gustaría preguntarte cómo estás, pero me parece que sería un poco tonto. Sé que estás molesta y herida por lo que sucedió, pero tienes que entender que no podía terminar de otra forma. ¿Qué pensabas, que podrías cambiar tu nombre y vivir una falsa vida sin que nadie lo descubriese jamás? Era imposible, y lo sabes muy bien. Pero ahora has regresado, y tienes una vida que vivir. No puedes quedarte sentada mirando por la ventana todos los días. Tienes que reaccionar. Te ayudaré si lo que quieres es regresar a Londres. Tendrás una oficina y podrás dirigir la firma allí, pero por favor, no puedes seguir así.
En algún momento de su discurso, una tras otra, las lágrimas empezaron a caer por mis mejillas, y ahora temo que si digo algo, me romperé en un millón de cristales.
Así que vuelvo a girar mi silla hacia el río, y no me molesto en mirar hacia atrás cuando por fin me atrevo a hablar.-Sólo vete.
~*~
En algún momento, una ensalada aparece sobre mi escritorio. Seguramente la trajo una secretaria con un sueldo demasiado bajo y muy poco tiempo libre. Agradezco el gesto, pero apenas tengo hambre. Sin embargo, me obligo a comer algo. He perdido mucho peso, mis mejillas están hundidas y la ropa me queda floja. En cuanto termino, me giro y vuelvo a mi principal actividad diaria: no hacer nada.
~*~
En cuanto es la hora de irme, recojo mis cosas y cruzo la puerta sin molestarme en saludar a nadie. Teóricamente debería haber un coche esperándome, por mi estatus en la firma y tal, pero el lugar en el que generalmente se estaciona hoy se encuentra vacío. Miro a mi alrededor por si está cerca, pero una fina llovizna que ha comenzado a caer me entorpece la visión de manera considerable. Regreso al resguardo del edificio, y allí la recepcionista me confirma que el coche hoy no vendrá. No me da muchos detalles, más que hay un mecánico involucrado en todo el asunto y que hoy tendré que regresar por mis propios medios a mi casa. Sé que no le caigo muy bien, apenas la saludó y seguramente soy la persona menos simpática de todo el lugar. Tampoco pretendo cambiar eso ahora. Suelto un gruñido por toda respuesta y vuelvo a dirigirme hacia el exterior, donde la llovizna ya se ha transformado en un chaparrón en toda regla. Genial, ni siquiera llevo un paraguas conmigo.
Camino con la esperanza de conseguir algún taxi, todos están ocupados. Como voy en el mismo sentido que el tránsito tengo que tirarme cada pocos pasos para vigilar que no se me escape ninguna oportunidad, aunque sé que es inútil. Los pocos vehículos que circulan lo hacen a toda velocidad, y es muy claro que no están buscando pasajeros.
Detrás mío hay alguien más en la misma situación. Peor, diría yo, porque esa persona corre agitando los brazos y gritando algo. Me llama la atención. Me detengo con la excusa de vigilar el tránsito, aunque en realidad observó a la figura que corre debajo de la lluvia. Lo reconozco en cuanto está a unos pasos se mí, y la sorpresa es tan grande que no soy capaz de moverme.
-¡Mia!
Parpadeo estúpidamente mientras intento encontrar las palabras. Lentamente, la voz me vuelve.
-¿Colin?
-Pensé que no te encontraría, y que si lo hacía, ya no querrías saber nada de mí. Después de cómome comporté, de las cosas que hice...
No lo dejo terminar la frase. Me arrojo a sus brazos, y con todas las emociones que no sentí en estos dos meses, uno mis labios con los suyos, y el me devuelve el beso com creces. Nos fundimos el uno en el otro durante lo que se siente como una eternidad, sin que nada más importe. Ni la lluvia, ni los coches que pasan velozmente a nuestro alrededor. Nada.
-Creí que jamás volvería a verte -le digo cuando nos separamos, aún abrazada a él.
-Fui un imbécil. Cuando Martha me trajo la carta, comprendí que dejarte ir fue el error más tonto que cometí -responde, apoyando su mejilla en mi cabeza y sujetándome con fuerza.
-Pero volviste -murmuro con los ojos cerrados.
-Volví -me asegura -. Y no volveré a perderte nunca más.
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De Princesa a Plebeya COMPLETADA
ChickLitEmily Abbott es una chica que lo tiene todo. Es elegante, culta, joven, hermosa, y rica. Increíblemente rica. Su familia está compuesta por la aristocracia estadounidense más antigua: sus abuelos poseen una firma de transportes marítimos, su madre e...