Capítulo 5

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Sé que debería estar agradecida con Colin, pero a decir verdad, podría matarlo.

Llevo en esto tres días, contando el de hoy, y me faltan otro dos días más hasta poder comenzar como secretaria. Y realmente, realmente, preferiría pasarme el día sentada frente a una computadora en vez de trapeando pisos y echando ebrios.

Mi rutina es básica pero cansadora. En cuanto llego, tengo que barrer el piso, o por lo menos lograr que parezca limpio, y repasar las mesas. Eso me toma alrededor de media hora. Luego aparece Pete, el ebrio de mi primera visita al 4-Leafe, quien parece creer que el bar es su hogar. Llega todos los días a las nueve y media de la mañana, y procede a beber sin pausa ni prisa hasta que el alcohol le llega tan profundo al cerebro que ni siquiera logra moverse. Entonces se desmaya, y a partir de ahí una de mis responsabilidades consiste en evitar que se caiga al piso o se ahogue con su propio vómito.

Desde entonces es un tiempo muerto hasta que se acerca el mediodía y empiezan a llegar los clientes que prefieren degustar un almuerzo líquido. Hasta ahora sólo hemos tenido a un pendenciero, pero por la forma que tuvo Colin de tratarlo (es decir, empujarlo a la calle), sospecho que debe ser algo habitual. Básicamente me tengo que dedicar a tomar sus pedidos y limpiar sus desastres en cuanto se largan.

A partir de las dos de la tarde las cosas empiezan a calmarse, y mis tareas se vuelven un poco más tranquilas. Es en ése momento que me tomo un rato para almorzar. Luego, de vuelta a barrer y limpiar las mesas, y dejar unos cuantos cajones de cerveza preparados para cuando los oficinistas sedientos salgan de trabajar.

Y a las cuatro y media, finalmente, me voy.

Estuve intentando buscar un nuevo apartamento, algo con agua caliente, pero no tuve suerte. Además, sospecho que a mi casera no le haría mucha gracia que le pida que me devuelva lo que me queda del mes. La otra opción, contratar a un plomero que arregle el calentador de agua, parece todavía menos probable. Y sin embargo, mientras regreso a lo que ahora es mi hogar tras salir del trabajo, me dirijo a mi apartamento mientras me planteo cómo decirle a la señora Winston, una adorable viejecita que tiene más años que el Big Ben, que necesito que arreglen el agua caliente antes de morirme de hipotermia.

Golpeo su puerta con suavidad, y al no recibir respuesta, uso cada vez más fuerza. Finalmente sale la señora Winston, con una nube de cabello color arena alrededor de la cabeza, y con una mirada que definitivamente no es amistosa.

-Oh, otra vez tú. ¿Y ahora que quieres?

De acuerdo, tal vez me equivoqué al llamarla "adorable". Más bien, perece dispuesta a sacarme los ojos o intentar asesinarme.

-Estoy teniendo un problema con la ducha, y quería saber si podría llamar a un plomero para que la solucione.

A juzgar por la mirada que me dirige, a la señora Winston sólo le falta escupir al suelo.

-Los problemas son totalmente tuyos, muchacha. Yo no tengo por qué resolverlos -me espeta con impaciencia, y yo tengo que poner un pié entre la puerta y el marco cuando intenta darme un portazo en la cara. Maldita sea, seguro que esto va a dolerme mañana.

-Señora Winston, por favor. Se supone que, como mi casera, tiene que hacerse responsable por los problemas que pueda tener el apartamento.

-¿Ah, sí? ¿Y cómo puedo estar segura que tú no has sido quien causó esos mismos problemas?

-Porque no he sido yo, señora Winston. Le agradecería que confiase en lo que le estoy diciendo, pero si no me cree, puedo conseguir a un plomero que le indique cuánto tiempo lleva sin haber agua caliente, y que le pase un presupuesto.

De Princesa a Plebeya     COMPLETADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora