Desde el mismo momento en el que nace el ser humano éste está destinado a sufrir. No sé si ese pensamiento lo tuvo algún filósofo miles de años atrás y existe una de esas citas famosas que hace referencia a ello, pero, en el caso de que así fuera, he de decir que no podría estar más de acuerdo con alguien en toda mi vida.
Porque un día todo te sale mal; porque te rechaza la persona de la que estás enamorado; porque no consigues que se cumplan tus sueños; porque tu vida, en definitiva, no es como querrías que fuera… o, simplemente, porque al jodido universo se le antoja borrar del mapa a una de las personas más importantes de tu vida. Por eso y mucho más, claro, el ser humano sufre... y mucho. Porque la vida es así. Tiene un fin, aunque muchos se niegan a reconocerlo en voz alta, por si acaso se hace más real e inminente al pronunciar las palabras. Ríes y lloras, puede que incluso rías más, pero la felicidad parece durar sólo unos segundos. El dolor, en cambio, es como la niebla, aparece y desaparece, te aturde, hace que te pierdas y des rodeos por el mismo lugar una y otra vez… Y te ves obligado a aprender a vivir con él.
¿Quién iba a decir que esto me ocurriría a mí? ¿Por qué me ha pasado a mí y no a otro? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Esas han sido las únicas palabras que han llenado mi mente desde ese instante. Ese instante que lo ha cambiado todo para siempre… Porque ya nada volverá a ser como antes. Nunca. Y pensar eso es lo que más duele, pensar cada segundo que no puedes, ni podrás, hacer nada para que las cosas vuelvan al principio… Es la peor tortura que existe.
Por las mañanas, al despertar, ya no escucho ningún sonido en el piso inferior que me alerte de que ya se ha despertado, y cuando llego a casa, después de las clases, su ausencia lo envuelve todo como una manta; ya no hay nadie que me pregunte siempre, al llegar a casa, cómo me ha ido el día; ya no volveré a escuchar el sonido de sus pasos por la casa nunca más. Ni su risa, y la echo tanto de menos… Por las noches, cuando intento cerrar mis húmedos ojos, sé que ya no se asomará a mi habitación para comprobar que estoy bien antes de irse a su habitación a dormir; esa habitación que ahora está tan vacía de ella que no puedo evitar odiarla. Ya no siento las cosquillas que me hacían sus dedos en la palma de la mano cuando intentaba reconfortarme…
Son tantas cosas a las que tengo que decir adiós, tantas cosas que he perdido y que antes apenas me daba cuenta de que estaban junto a mí… Sé que todo lo que me hubiese gustado decirle, todo lo que aún me gustaría decirle, ahora no serán más que palabras vacías al aire que nadie escuchará; sin embargo, eso no impide que lo diga de todas formas cuando impera el silencio y la oscuridad en mi habitación, cuando sólo escucho los erráticos latidos de mi corazón y el susurro lastimero que sale de mis labios diciéndole que la echo de menos y que necesito que vuelva.
Ella ya no está. No está. Y no me hizo falta mucho tiempo para darme cuenta de que una parte de mí también se ha ido, con ella, la persona que siempre ha estado a mi lado desde el momento en que nací, la persona que ha hecho que no me importara en absoluto que mi vida estuviese rodeada de niebla la mayor parte del tiempo, hasta ahora.
Es curioso que quien te dio la vida, también sea capaz de arrebatártela con su partida…