Escribir este fragmento ha sido un poco... diferente. Normalmente escribo con música, pero en este caso lo correcto sería decir que escribí por la música, en concreto por esta canción que os he dejado en la sección multimedia. Fue escucharla y sentir la necesidad de escribir, así que... aquí está el resultado de ese extraño enamoramiento con la canción Running Away de Midnight Hour. Tal vez sea interesante para vosotros escuchar la canción mientras lo leéis; no sé. Espero que os guste ^^
***
Correr, correr, correr. O lo que es lo mismo: huir.
Tu corazón golpea en tu pecho con ferocidad, palpita también en tus oídos. Quiere que corras más deprisa, tan aprisa como puedan moverse tus piernas. Tu respiración es inconstante, abrupta, parece que te destroza por dentro, pero es evidente que no lo hace del todo porque todavía sigues corriendo. Las manos te sudan, sientes cómo un frío ardiente te recorre la piel, desde la frente hasta los pies, y un sabor amargo permanece estancado en tu boca. Los recuerdos te avasallan sin piedad, aparecen y desaparecen en tu mente y tienen el mismo efecto que una granada: te aturden, desorientan, explotan en mil pedazos… y entonces llega el dolor. Pero aún con todo necesitas huir.
No importa por cuánto tiempo tengas que hacerlo, a dónde vas o cómo llegar a ese lugar que parece que será capaz de aliviar tu pena y dolor. Sigues corriendo. Lo esencial es ir lejos, ¿no? Puede que cuanto más lejos mejor, o puede que sea suficiente con cruzar ese pequeño puente que separa tu yo del resto de yoes en el mundo. Necesitas encontrarte de nuevo. Correr, correr, correr.
Dejar tras tu espalda aquello que te hace daño, aquello que ha desestabilizado tu mundo y lo ha sumido en un caos profundo, aquello que, sólo habiendo experimentado por unos instantes fugaces, comprobaste que con el tiempo lo haría. Tal vez no se trate de comprobar, sino más bien de decidir; de saber elegir lo que es bueno para ti mismo. Quedarte con las cosas buenas, olvidarte de las malas, ¿no es eso lo que se suele decir? Tú sólo quieres recobrar la calma que equilibra tu vida. Cerrar los ojos, sentir cómo el silencio se adueña de todo: de tu cuerpo, de tu pensamiento, de ti… lentamente. Sigue corriendo.
Llegas a la linde de un bosque, una franja infinita de árboles delimita el terreno como si fuera la muralla de un mundo desconocido. Te internas en él. Continúas corriendo, tus mejillas siguen húmedas, son el recordatorio de todos esos malos momentos, y poco a poco te vas ahogando en las hermosas melodías que se escuchan y pululan por el bosque. Las sigues entre los árboles. Más despacio. Sus voces te atrapan, te arropan. Son dulces y apacibles, y logran calmar a tu destrozado y suplicante corazón. Traen el silencio oculto en sus palabras, y aunque tú no las entiendes, sabes que es así; lo sientes. El dolor va desapareciendo, se va despegando de tu piel. ¡Sigue las voces!
La oscuridad te envuelve de pronto, tus manos no encuentran nada a lo que aferrarse más que al frío vacío y, al fin, comprendes lo que las diferentes voces no paran de repetir en tu cabeza:
Te quiero.
Te quiero.
Te quiero.
Algo hace click en tu interior. Ya no hace falta correr más. Sabes que es así.
Estás justo donde quieres estar.