Capítulo 3 - Libertad.

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Noté como un gran vacío en el pecho, una oscuridad que me embriagaba. No sentía la mayor parte de mi cuerpo excepto mi pecho porque sentía que me ardía como si me estuviesen prendiendo fuego. Me dolía tanto que tenía que agarrarme a la cortina, la cual cayó y yo con ella, la acompañante de la mujer de la cama de al lado acudió a mi ayuda. No la veía, se me nublaba la vista. Tampoco la escuchaba. Sentí un ardor en la garganta, estaba chillando.

-¡ENFERMERA! – chillaba aunque ni yo misma me escuchaba. Salí de la habitación apresurada hacia el mostrador, las piernas me fallaban, a penas podía andar y me topaba con todos. No oía sus reproches, no sentía el choque de hombros, solo caminaba como podía. Cuando pude calmarme hablé con la enfermera.

- Perdone, ¿sabría decirme dónde está mi hermana? Se llama Taissa Romero Dólera. – digo agobiada e intentando acompasar mi respiración a un ritmo normal.

- Está en el quirófano tres, ha encontrado un objeto afilado y se ha vuelto a autolesionar, ha perdido mucha sangre.

Me pongo las manos en la cara intentando frenar el dolor pero este no cesa. Salgo corriendo hacia el quirófano tres. Espero.

Al par de horas, cuando ya me he recorrido trescientas cuarenta y ocho veces toda la sala de espera de los quirófanos veo que se abre el quirófano tres. En esas milésimas de segundos antes de descubrir qué ha pasado con mi hermana siento una mezcla de angustia, ansiedad, dolor y miedo. Miedo a que la única persona que he querido de verdad en esta vida se vaya, miedo a su ausencia. Veo que sale el cirujano, con una cara inexpresiva y que viene hacia mí. En ese momento todas las sensaciones anteriores crecen, crecen de tal manera que noto como se cierran mis vías respiratorias poco a poco.

- ¿La familia de Taissa Romero? - dice el cirujano elevando un poco la voz.

- Soy su hermana – digo acercándome para poder oír.

- Taissa está bien. – al oír esas tres palabras puedo respirar por fin y lloro, un llanto que inspira un inmenso alivio. – Tendrá que estar un tiempo en recuperación.

- Gracias por salvar a mi hermana.

Antes de darme cuenta estoy abrazándolo, supongo que por la emoción del momento. Justo cuando voy a soltarme para poder ir a ver a mi hermana noto que me devuelve el abrazo y me gusta, no por el hecho de que me lo dé él, sino porque hace mucho tiempo que no me dan uno.

- Gracias.

- Es mi trabajo. Puede pasar a verla cuando quiera. Está en la 110.

Me apresuro a llegar a su habitación, quiero decirle que jamás volverá a sufrir, que todo estará bien. La veo acostada, dormida por la anestesia, y recuerdo cada momento de esta tortura, cada vez que la arropaba y me quedaba con ella hasta que pudiese dormir, consolándola.

- Taissa, cielo, ¿cómo estás? – pregunto sentándome en el borde de su diminuta cama de hospital y frotando su brazo con mi mano en señal de apoyo. Está un poco ida por la anestesia pero aunque el médico me ha dicho que podía hablar perfectamente, no decía nada. La veía con la mirada perdida, cómo si quisiese que la dejásemos irse de una vez.

- Taissa, cariño, he conseguido que el cerdo que tenemos por padre firme los papeles para cederme tu custodia, eres libre. – le suelto la noticia para ver si así reacciona. Me mira y veo algo de luz en sus ojos y algo que pretende ser una sonrisa. Le paso la mano por la mejilla derecha y seguidamente por el pelo y se queda dormida, siempre le ha relajado muchísimo eso. Cuando ya está profundamente dormida me siento en el sillón de al lado de su cama y me pongo a ver la tele. Me quedo dormida poco después pero oigo una voz que me despierta:

- Aisha, ¿estás despierta? - abro los ojos un poco desorientada y miro a mi hermana que está susurrándome desde su cama.

- Si, cariño, ¿quieres algo? ¿Agua? ¿Tienes hambre? - pregunto mientras me levanto sobresaltada para buscar el agua y unos bocadillos.

- No no, siéntate, estoy bien.  - me dice y me siento en seguida mirándola muy atenta. - Sólo quería saber qué haríamos cuando me den el alta, si es que me la dan. - baja la mirada después de decir las últimas palabras, en señal de desesperación.

- Quiero esperar unos días o semanas, lo que me recomienden los médicos, podría sacarte ya firmando el alta pero ha sido todo muy precipitado, entiéndeme. - y asiente de una forma que da a entender que ella misma sabe que no está bien - Cuando te den el alta nos iremos de aquí, a dónde tú quieras, empezaremos una nueva vida. La semana pasada le dije a mi casero que me iba y le agradecí la estancia, así que tu eliges. - me miró con una amplia sonrisa. Sabía que quería irse, nada nos ata aquí y hasta en su propio instituto la maltrataban psicológicamente, necesitábamos escapar. Me subí a su cama y empezamos a hablar.

Estuvimos un buen rato debatiendo que sitios eran los mejores en todos los aspectos hasta que nos quedamos dormidas una junto a la otra. A la mañana siguiente la desperté con un suave tirón de pelos. Que la quisiese no significaba que dejásemos de ser hermanas y era mi obligación hacerla rabiar de vez en cuando.

Pasaban los días y Taissa cada día estaba mejor. El doctor me dijo que ya no la notaba sombría y que cuando le hacía los test de salud mental mejoraba progresivamente pero eso no indicaba que tuviera una salida inminente del hospital. Tuvo alguna decaída de ataques de ansiedad, pesadillas nocturnas en las que aparecía nuestro padre haciendo su vida más desgraciada en cada paso que daba hacia ella pero, aquello la acompañaría siempre, lo malo de los humanos es que grabamos las cosas horribles más fuerte que lo magnífico. Yo combinaba el estar allí con ir a trabajar. Mi jefa era comprensiva y me dejaba trabajar media jornada por lo mismo que me pagaba antes, era una gran mujer. Ya la avisé de que me iría, es lo único por lo que me daba pena irme.

Un mes después del segundo intento de suicidio de mi hermana el medicó apareció por la puerta dando su vuelta de cada mañana para visitar a todos sus pacientes. Taissa estaba terminando de desayunar un yogur con trocitos de kiwi, su favorito de los que le daban en el hospital.

- Buenos días Taissa, ¿cómo estás hoy? – preguntó el doctor mirando el fichero que colgaba de la cama de mi hermana para apuntar las observaciones, cómo hacía cada mañana.

- ¿Cómo voy a estar con este asco de desayuno que dais? – dijo mi hermana mientras se reía, se llevaba muy bien con el doctor y estaban todos los días con estas bromas.

- Cómo te sigas quejando no te voy a dar el alta que tenía pensado darte. – dijo con una gran sonrisa y a las dos se nos iluminó la cara. Nos miramos y ya sabíamos lo que pensábamos, nos levantamos de un salto y abrazamos al doctor. – Va chicas, es mi trabajo. – nos despegamos y nos abrazamos nosotras.

Estuve hablando con él preguntándole por el papeleo y demás, me dijo todo lo que tenía que hacer y me dio su teléfono personal por si volvía a pasar algo. Sabía que se me estaba insinuando pero sólo le di dos besos y las gracias. Después de arreglar todos los papeles y de haber hecho la maleta, cogí a mi hermana y salimos por la puerta del hospital, radiantes y libres por primera vez. Nos montamos en el coche.

- Bueno, ¿entonces vamos a nuestro lugar? – le dije con una sonrisa en la que se me podía ver hasta lo que comí ayer.

- Próxima parada: nuestro lugar.

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⏰ Última actualización: May 15, 2016 ⏰

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