CAPÍTULO IX: DESPERTAR

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Mitsuki, cuando podía y sus amigos la dejaban, se internaba en el jardín del colegio para examinar su libro. Su tapa dura y sus hojas amarillentas al borde de la desaparición, daban cuenta de los años de vida del libro.

La joven cada vez que lo leía caía en un profundo sueño durante algunos minutos, en el cual veía el mismo rostro amado; el rostro de una mujer que a veces tenía el pelo rojo y rizado y otras tantas corto y castaño; soñaba con amores y guerra, soñaba con dolor y sufrimiento, soñaba con sacrificios... y siempre en la misma escena despertaba. Al principio solo le bastaba recostarse en su cama, pero a medida que el tiempo pasaba, y ella se adentraba en la lectura, los sueños se hicieron más profundos al punto de quedarse sin aire y sentirse encerrada, y debido a eso tuvo que buscar un mejor lugar.

Durante el tiempo que pasaba en clases se distraía junto con sus amigos; pero era diferente durante el entrenamiento de natación. Su rendimiento había bajado notablemente, incluso Bluma, que era un miembro nuevo, había alcanzado a estar a su nivel, algo que a Yuki le había llevado dos años. Cada vez que entraba al agua la sensación era diferente, algunas veces la nostalgia se apoderaba de su corazón, mientras que otras veía a su lado al extraño hombre de pelo plateado y largo, un hombre de otra época, un hombre del ayer. Por más que intentara que no le afectara no podía evitarlo, todo era más fuerte que ella.

A todos sus problemas se le sumaba uno más importante, el amor, porque no sólo calaba hondo en su cabeza sino que su corazón se presentaba como tierra fértil. Aquel problema que trataba de ocultar se llamaba Egmont. Desde que llegaron de Alemania siempre le había interesado Imre por su porte, pero a medida que los iba conociendo algo empezaba a surgir entre ella y Egmont. A pesar de que el joven era totalmente opuesto a Imre; tal vez por el trato que recibía por parte de él, comenzaba a confundirse. El siempre la había tratado con delicadeza, era con el que más conversaciones entablaba, habían aprendido sus gustos y disgustos; tal vez, porque siempre estaba un paso más adelante que ella, y fue por eso que Mitsuki lo seguía rechazando. Sin embargo, aquella noche de lluvia en la que había ido a conocer a Sakura, su repentina sinceridad y quizás, su marcada frialdad al confesar sus sentimientos, lo había cambiado todo. El beso que le fue robado en un abrir y cerrar de ojos, su cuerpo frío y húmedo recibiendo el calor de su pecho, fue sin lugar a dudas, el día que quedó marcado en su piel.

Mitsuki no estaba del todo segura si sus sentimientos correspondían al cien por ciento los de Egmont, por lo que se mantuvo firme en seguir demostrando amor por Imre, no quería que ninguno saliera herido por su culpa.

Esa tarde, la joven se decidía a partir hacia el escondite que resguardaba sus lecturas de ensueño. Tardes totalmente hermosas como aquella se habían visto pocas; el rojizo atardecer se confundía con los cabellos de la joven mientras que se agitaba entre la brisa fresca; los pies secos del sol se iban remojando en el agua fría del lago del colegio que le reservaba el mejor de los asientos hacia el oeste; pero hasta allí no llegaban los ojos del hombre; sólo algunos ojos de animalitos que acompañaban y velaban los sueños de la joven; o al menos eso pensaba Mitsuki.

Llegada la hora de que todos estudiaban en la biblioteca, y siendo uno de los días en los que no entrenaba; Mitsuki se excusó con sus amigos alegando un ligero molestar en el estómago que se apresuró a contrarrestar diciendo que si descansaba un poco se sentiría como nueva, y en ese instante partió en dirección a su cuarto. Cuando estuvo segura de que nadie la hubiera seguido se encaminó el otro lado del lago. Pasó un tiempo caminando sin una dirección fija, y tras haber atravesado un pequeño bosque frutal y floral se encontraba en el mismo lugar de siempre. Se recostó con la mirada puesta en las nubes blancas que se despedían para dar paso a las de color naranja, cerró sus ojos para conectarse con el lugar y estiró sus manos que jugaban con el aire que le daba la bienvenida, mientras alguien se acercercaba a ella esperando no ser descubierto. El resto de la tarde transcurrió lentamente y al llegar la noche Mitsuki volvió a su cuarto.

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