capítulo veintiuno.

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Samantha inspiró, y después suspiró, un suspiro tan depresivo que quiso llorar porque sentía pena por si misma.

Su mente invocaba la imagen de Justin solo en su habitación, mientras ella se marchaba de ella, se había ido de la habitación, y de su casa, había estado en la playa, y después al regresar a su casa de nuevo, se había encerrado en su habitación. Se sentía mal. Si, mal. Y no encontraba ningún motivo para sonreír.

Se sentía como una tonta, sabía que el único que le sacaría una sonrisa, sería Justin, pero no acudiría a él.

Ella había sido la que había puesto un punto y final a lo que tenían y así se iba a quedar, era mejor.

Era lo mejor.

Aún recordaba el intenso dolor que consumía el pecho cuando el amor se rompía, aún podía recordar lo amarga que eran las lágrimas de un desamor. Lo doloroso que era todo. Y no quería revivirlo de nuevo.

No quería, y no se iba a permitir sufrir de nuevo. Llamaron a la puerta y ella ignoró los suaves toques. Pero, al parecer su bella amiga rubia, no había captado el mensaje, porque abrió la puerta, y entró en la habitación.

-Creo que me voy a ir un par de semanas de aquí –comentó Sam.

-¿Qué? –la sorpresa de Caitlin la hizo sonreír tristemente.

-Es lo mejor.

-Vale, bien. Ahora cuéntame que narices ha pasado entre Justin y tú. Porque por la cara que tenéis ambos, no diría que os vayáis juntos de vacaciones.

-¿Justin se va? –preguntó con sorpresa samantha.

Silencio.

-Uhm… me parece que no lo sabías –susurró su amiga con un poco de culpa, miró a su mejor amiga a los ojos, que al parecer brillaban húmedos- ¿Qué pasó, sammy?

-Nada Caitlin –contestó la castaña recomponiendo su compostura-simplemente; todo tiene un final.

Los bellos ojos azules, se clavaron en los suyos, y samantha sintió un pinchazo en su corazón, a pesar de que no eran del mismo color, los dos hermanos miraban de igual forma; penetrante, intensamente. Justin la hacía temblar.

Y su amiga la hacía sentirse más vulnerable de lo normal.

-Sam…

-No Caitlin… ni lo intentes, sé que es tu hermano y lo quieres, pero…

-Tú también lo quieres –determinó su amiga.

-¿Y? –preguntó sin negar nada.

-Lo estás dejando ir –se quejó Caitlin, y ella miró hacía la puerta. Samantha recordó los intensos ojos de Justin en varios estados; los recordó risueños, fogosos, nublados por el deseo, y los recordó vacíos e interrogantes, como estaban cuando ella lo había dejado solo, dándole esa frase de despedida- Sam, tú lo amas. Y se va a ir sin ti.

Sammy se removió en su cama y enterró la cabeza en la almohada.

-Es lo mejor –dijo.

-No lo es; el también te ama –se quejó de nuevo la rubia.

-Lo sé –susurró.

-¿Perdona? ¿Lo sabes y lo dejas irse? ¡samantha! Dios mío, eres una maldita cabezota, sabes bien que mi hermano jamás se ha detenido por una mujer, él iba ante todo, por una vez, se ha parado ante ti. Dios, si casi parecíais un matrimonio, y tú… tú lo dejas irse.

Dos lágrimas cayeron por las mejillas de samantha y enseguida las secó.

-Mira, Caitlin… sé que no me entiendes, ¿vale? Sé que es un hombre magnifico, pero, ¿no comprendes que se va a acabar cansando de mi? ¿Qué no estoy echa para algo duradero? Prefiero que se quede así, a que acabemos odiándon…

-¡Mierda, samantha! –la interrumpió su amiga- ¡El no es Javier!

Samantha sintió que el color se le iba de la cara, se sintió desfallecer y un frío intenso recorrerle el cuerpo, miró a su amiga a los ojos, que mostraban algo de culpa, pero orgullo al mismo tiempo.

El corazón se le heló y la cabeza le zumbó…

-Sé que no es Javier –dijo secamente.

-¡Pues parece que no lo entiendes! Porque un hombre, que era un estúpido te dejara no significa que todos lo vayan a hacer. Hay gente que vale la pena, como mi hermano, que no lo digo porque sea de mi sangre. Pero sé que es leal, y cuando quiere algo lo cuida hasta con su vida, y sé que a ti te quiere.

-Caitlin, mi familia es un fracaso –se quejó la castaña.

-Tu familia, Sam, no tú. Tú lo has dicho; tu familia.

-Si, mi familia, mi sangre, todos sin excepción; mi padre, mi madre, mi hermano, y yo no voy a ser menos.

-Tú padre y tu madre nunca se han amado, según me has contado. Y tú hermano no es que sea… el mejor de los hombres.

-Vale, ya. Eso son excusas.

-No… excusas son lo que tu pones –le espetó la rubia- primero pones a tu familia, después a Javier.

-¿Te parece poco que para una vez que me enamoré, mi novio me dejó en el altar? –gimoteó la castaña.

Una ducha diferente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora