Parte I: El plan

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Parte I: El plan

Caleb's POV

—El gen A sería el dominante en comparación con el a. Digamos, por ejemplo, en el caso del color del iris: los pigmentos oscuros como el negro o castaño serían los dominantes, a diferencia de los claros como tonos azules o verdes.

El gato negro se subió a la rama del árbol que se encontraba frente a mi ventana. Casi se cae cuando una de sus garras no se sostuvo de la corteza con fuerza, y sentí la angustia del pequeño animal de forma efímera. Sonreí.

—...en un cruce de ambos progenitores puros de cada gen: AA y aa, el resultado sería 100 % de probabilidad de que el descendiente sea híbrido, es decir, Aa —el animal se acomodó sobre la fina rama y comenzó a mover su cola hacia los lados mientras se lamía la pata que causó su inestabilidad al trepar—...realmente, la genética es maravillosa cuando se le presta atención. Sin embargo, otros prefieren mirar toda la hora por la ventana en vez de escuchar la clase. ¿¡Señor Jonhson!?

La cólera del viejo profesor de biología me azotó el pecho como un látigo, y volteé mi mirada hacia él casi al instante, dejando a un lado al gato. Le sostuve su mirada, y su rostro estaba totalmente enrojecido mientras varias caras se giraron a observarme.

—¿¡Quiere, por una vez, atenderme en lugar de mirar al infinito como siempre!? Si mi clase le resulta tan aburrida, ¡puede marcharse sin problema! —bufó en señal de que había terminado su reprimenda, y cuando comenzó a girarse poco a poco hacia la pizarra, metí mis cosas dentro de la mochila y me levanté de mi asiento.

Colgué una de las asas en mi hombro y comencé a caminar entre los pupitres con indiferencia. Absolutamente todos los rostros se posaron en mí, mirando cómo me marchaba con la boca abierta mientras el profesor tartamudeaba. Sabía que lo de marcharse del aula era un decir, pero si me lo proponía lo haría con gusto.

Cuando abrí la puerta, escuché cómo llamó mi nombre con incredulidad, y la cerré al momento a mis espaldas mientras me perdía en los solitarios pasillos del centro.

Era mediados de Noviembre; apenas había comenzado el año escolar y ya me sentía fuera de lugar. De nuevo. Revolví mi pelo con una mano y me dirigí al patio trasero del edificio sin ser visto por los profesores de guardia. Tenía que hacer un pequeño esfuerzo con mi cuerpo para bloquear el torrente de emociones de todas las personas que estaban cerca de mí. Al principio no podía controlarlo, y mi pecho parecía que explotaría en cualquier momento cuando estaba rodeado de una multitud. Los sentimientos que desprenden se aglomeran: alegría, tristeza, frustración, estrés, vergüenza... todos al mismo tiempo; cada estado de ánimo.

Sin embargo, ahora era más llevadero. Podía poner una especie de barrera entre el flujo y mi cuerpo, rechazando lo que no quería sentir. Si no, a estas alturas probablemente estaría muerto.

Dejé la mochila botada con un rápido movimiento y me senté en el suelo apoyando mi espalda contra la pared. ¿En qué se había convertido mi vida? No tenía amistades; tampoco me hacían falta.

Esos niñatos hipócritas sólo hablaban de sexo, fútbol, fiestas y drogas. Ese no era mi lugar.

Sin embargo, a veces sentía el rechazo. Decían que yo era el rarito del lugar; que no debían hablar conmigo. ¿Tenía la culpa de que no me interesaran sus conversaciones?, ¿de que no sonriera como estúpido a cada momento?

Las peores, sin duda, eran las chicas. Puede que los chicos fueran unos descerebrados con el miembro siempre en alto; pero ellas eran unas arpías. Las mujeres siempre se interesan por lo mismo: ellas mismas. ¿Cuántas han sido las que han intentado interactuar conmigo? Al principio decían muchas cosas, me sonreían de oreja a oreja y eran amables. Aunque luego entre ellas sacaban los trapos sucios, y nos exhibían como trofeos si lograban tenernos en la palma de su mano.

El despertar de Caleb |PAUSADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora