Se la había pasado muy bien con Ricardo, aunque solo hubiese sido una hora, por aquello del temor que sentía de que sus padres la supieran compartiendo la tarde con el empleado de confianza de su padre. Dulce gozó mucho esos minutos junto a él, al principio fue un poco vergonzoso porque no hallaba que decirle mientras la miraba ya en la cafetería sentados uno frente al otro. Gracias a que Ricardo mostraba mucha empatía y comenzaba a incluir temas que a ella le llamaban la atención, pudo desenvolverse y tomarle mayor confianza.
Cuando estaban sentados en ese lugar, Dulce notaba como algunas mujeres desviaban su atención hacia Ricardo, ocasionalmente la miraban a ella y esta misma hacía lo posible por que el logotipo de su camisa escolar no se distinguiera tras la mochila que aferraba a su pecho. Sin embargo, ella reconoció que más que interesarse porque fuera una estudiante de preparatoria, la miraban por el acompañante que le sonreía.
No es que Ricardo fuese un hombre de otro mundo, no, pero era muy guapo y distinguido. Más ese día que llegó ataviado con una camisa formal de seda en color azul claro que acentuaba el hermoso color gris en sus ojos, que a veces se veían azules. Por encima de la camisa, llevó un saco oscuro sin abotonar que cada que lo miraba la hacía suspirar. Evidentemente fingía que todo estaba en orden, cuando debajo de la mesa sus pies se movían liberando un poco el nerviosismo que sentía.
Pero a pesar de todo lo que pudo haber vivido, de todo ese temblor en su cuerpo por estar tan cercana a él y embriagarse con su adorable colonia masculina que a cada minuto le golpeaba el rostro, logrando que sintiera la necesidad de abrazarlo y suspirar por la eternidad ese olor. Se olvidó por unos momentos de sus desconciertos y comenzó a charlar con Ricardo como si fueran buenos amigos. De hecho él alcanzó que así fuera.
Dulce nunca antes se había sentido en libertad charlando con hombres, a menos que no fueran su padre, porque por lo regular se embargaba de vergüenza y las palabras se le trababan en los labios al querer expresar algo, esto incrementaba si se trataba de algún chico que le gustara. Porque literalmente se bloqueaba.
En cambio Ricardo, él a pesar de fascinarle, de manera inesperada había logrado que ese lado elocuente en ella aflorara. Con las palabras que usaba para llamarla, para aludir los temas de los cuales conversarían, además de su excesiva caballerosidad. Ricardo parecía un verdadero príncipe salido de un cuento de hadas, era como de ensueño. Que poco había sido el tiempo desde que lo conoció, pero que mucho lo que le ocasionaba en el interior.
— Dulce, Dulce —escuchó un golpeteó en la puerta de su habitación mientras terminaba de escribir la última hoja de su diario, en donde describía lo sucedido el día anterior. Elevó la vista hasta la puerta de madera y rodó sobre las sabanas de su cama, terminando boca arriba.
— Ya escuché, Carmencita —respondió con voz alta para ser percibida.
— Bien, hija. Apresúrate porque el joven Ricardo ha venido por ti. Dice que tu padre le pidió que viniera a recogerte —En menos de lo esperado Dulce se levantó como resorte de la cama, aun en pijama y despeinada, para aparecer frente a su nana.
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Dulzura Destruida ©
RomanceRicardo Zambrano solo tiene una cosa en mente; acabar con todo aquello que le ha impedido ser feliz desde hace tantos años. Creció con la firme idea de encontrar a Álvaro Valencia y destruirle la vida como él destruyo la suya. Para hacerlo primero d...