Capítulo 19

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— Que terrible todo lo que me dices, Dulce. No puedo creer que algo así de espantoso te esté sucediendo. Es inaudito —opinó Sofía quien yacía junto a Dulce sobre la orilla de una cama, ambas sentadas.

— Lo siento, Sofí. Tú siempre me intentabas hacer ver que Ricardo era extraño y yo con mi maldito amor, estaba ciega —dijo sollozando Dulce—. No me daba cuenta de que él no me amaba, que solo me engañaba. Y yo que siempre justifique sus malos tratos, por estúpida, por imbécil. Siempre pensando que era por su triste pasado. Cuando él no hacía más que maquinar cosas horrendas mientras dormíamos… ¡juntos!, mientras me besaba y mientras... hacía…mos el am...

Lo último se le dificulto demasiado de decir por qué se le trabaron las palabras y el nudo que contenía su garganta se desató.

— No puedo continuar viviendo con un hombre que me ha engañado, Sofía. Que me utilizó para una venganza donde yo no tenía nada que ver, donde —continuó hablando, posterior hizo una pausa generando una mueca de aversión con la boca al recordar la cruel realidad que percibía al saber asesino a su padre—, solo fui una víctima. La más perjudicada de todas las inmiscuidas en este revuelo —concluyó con los ojos aguados. Con aquellos luceros empañados que se negaban a esclarecerse ante tanto dolor.

— Amiga, me preocupa todo eso que me has contado, me duele verte triste. Es cierto que Ricardo nunca me inspiro confianza, sobre todo por la forma en que empezó tu relación con él. Era... no sé —intentó expresar Sofía buscando las palabras que se amoldaran a lo que su lengua intentaba articular.

— Demasiado bueno para ser verdad... ¿No es cierto? —añadió Dulce dejando salir un sollozo.

— Eso no es así, Dulce. Tú eres hermosa, lindísima amiga. Cualquier hombre, tal vez igual o más guapo que Ricardo se fijaría en ti sin pensarlo demasiado —murmuró Sofía sobándole la espalda para brindarle confort ante su alma adolorida.

— No, Sofía. Yo realmente nunca debí poner mis ojos en Ricardo. Fui tan estúpida —negó con desespero—. Como iba a pensar que un hombre de mundo como lo es él, se fijaría en una chiquilla tonta de preparatoria, cuando podía conseguir una mujer... distinta —De nuevo las lágrimas brotaron de sus luceros y recordó la mención referente a esa tipa con la que Ricardo se encontraba y supuestamente era su abogada. Ahora ya no sabía ni que pensar al respecto.

— Ya te dije que no hables de ese modo, Dulce. No te lo permitiré, ¿Me escuchaste?, olvida a ese tonto que no vale la pena —la incitó Sofía al ponerse en pie y sujetarla por ambas manos invitándola a hacer lo mismo mirándola a los ojos con firmeza—. Eres joven, bonita, talentosa, así que saldrás adelante sin ese desdichado. Aunque... lo recomendable sería que buscáramos donde puedas quedarte. Recuerda que Ricardo sabe dónde vivo y seguro te vendrá a buscar a...

— Ricardo no me buscará Sofía, él no me ama. Yo no me vine a refugiar en tu casa con el fin de que Ricardo no me encuentre, porque sé que ya consiguió lo que necesitaba de... ese señor —mencionó refiriéndose a su padre, a quien desde este entonces no quería nombrar al saber que era un vil asesino—. Y de mí. Así que no me preocupa quedarme contigo, claro, siempre y cuando tu familia este de acuerdo.

— Por supuesto que lo están, Dulce. Mi mamá ahora mismo no sabe por qué llegaste con tanta premura y envuelta en llanto, pero ella estará feliz de tenerte aquí. Le explicaremos las cosas cuando te sientas mejor de hacerlo, así podrás quedarte más tranquila con nosotros, el tiempo que sea necesario —se ofreció con amabilidad su amiga. La aludida sonrió con demasiada tristeza, pero a la vez en paz de saber que contaba con el apoyo incondicional de Sofía—. Sin embargo, se me había olvidado decirte que el próximo mes me iré a Toronto, estudiaré en esa ciudad la universidad.

Dulzura Destruida ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora