El domingo por la mañana se irguió temprano de la cama, tendiendo las sabanas en cuanto se espabilo un poco. Ya no hacía falta que alguien la levantara, empezaba a adaptarse en despertar puntual a las 6:00 am. Había logrado que Ricardo le cediera una hora más de sueño, no empezando el día a las 5:00 am, como él lo hacía. Al principio parecía zombie, en el transcurso de la mañana andaba medio adormitada por donde caminara, pero esta vez ya no, el cuerpo se le estaba adaptando a los cambios bruscos en su estilo de vida.
Era toda un ama de casa, en cierta forma se sentía orgullosa, aunque se entristecía también al recordar que su matrimonio no era como aparentaba ser el de sus padres, lleno de amor. A ella Ricardo le prestaba atención cuando se sentía paciente de hacerlo, la mayor parte del tiempo, la ignoraba. Ya había llorado demasiado, derramado muchas lágrimas, pero lo amaba, con todo el corazón. Para ella el lazo que los unía como casados, era sagrado, guardaba la esperanza de vivir por la eternidad con su esposo y si debía sacrificar y poner todo de su parte para lograrlo, lo haría.
Otras tantas ocasiones, la furia le corroían las entrañas y sentía enormes deseos por salir corriendo de aquel lugar hostil en donde vivía. Tirar todo y olvidar, pero después de sollozar y enterrar el rostro acongojado entre sus manos, algo la devolvía a la realidad, a ese cariño que tenía por el hombre con el que vivía. La mayor parte de las veces, Ricardo al verla llorar frente a él, se conmovía y la abrazaba. Le parecían extraños esos cambios de proceder en él, inclusive empezaba a suponer que había un trasfondo ante ese comportamiento que mostraba.
Tal vez, siendo la hacienda el lugar donde había crecido, posiblemente hubiera personas que lo conocieran, que supieran que escondía tras esa fachada sombría y pensativa que solía mostrar desde que llegaron a establecerse ahí. Pareciese que los recuerdos lo atribularan.
Dulce recordó que cierta noche, tuvo la osadía de dirigirse hacia la habitación de Ricardo, había una gran tormenta eléctrica en el exterior que ondeaba los árboles proporcionándole un aspecto macabro, así que temerosa intentó ser audaz y esperar que su esposo la acobijara a su lado sin objetar. Pero en cuanto abrió la puerta girando el pomo, y se acercó a pasos de gato sigiloso, empezó a escucharlo hablar, más bien balbucear, estaba sudoroso y se movía frenéticamente de un lado a otro.
Por lo anterior, creyó conveniente despertarlo, eso hizo, se pasmó al verlo abrir los ojos como platos, incluso pensó que él podría enojarse. No lo hizo, contrario a ello le dirigió una mirada perdida y desorientada, segundos después se volvió a recostar y le pidió que se fuera de su habitación. Ella se sorprendió ante esa pesadilla que lo estaba abrumando, quiso ignorar el que le haya pedido que se fuera y correr hacia sus brazos a abrazarlo, pero se contuvo mientras lo veía darle la espalda acurrucado en el extremo izquierdo de la cama.
- Buenos días, Ricardo. ¿Irás a la planta también hoy?, no se supone que los fines de semana no se labora -inquirió Dulce con intriga al verlo listo y dispuesto a partir tan temprano y en domingo.
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Dulzura Destruida ©
Любовные романыRicardo Zambrano solo tiene una cosa en mente; acabar con todo aquello que le ha impedido ser feliz desde hace tantos años. Creció con la firme idea de encontrar a Álvaro Valencia y destruirle la vida como él destruyo la suya. Para hacerlo primero d...