"Brigitte Emma Hampton, despierta de una vez, no te lo repito más veces." Las palabras de mi padre retumbaban por toda la casa, cruzando por los pasillos hasta llegar a mi habitación. Resiganda me levanté de mi peciada cama, derigiendo automáticamente la vista hacía el reloj que tenía en el escritorio. Tampoco tenía otro sitio a donde mirar. Las ocho y media. Si el día ya tenía mala pinta por lo que sabía que iba a suceder, peor lo hacía el que me obligasen a despertarme tan temprano en el último mes de verano. Caminé arrastrando los pies hasta la cocina, donde me esperaba mi padre con el desayuno ya preparado. Me senté en la mesa, sin el mínimo contacto con él, ni si quiera visual, y emepcé a comer las tostadas que había preparado.
- Buenos días a ti también.
- ¿No queda nutella? O algo, las tostadas así están muy sosas. - Por primera vez me digné a mirarle, mientras observaba como se levantaba de la mesa, dejaba su taza en el fregadero y me acercaba un bote de mermelada. Mermelada, siempre había mermelada de la que a él le gustaba en esta casa. Nunca nutella o algo de chocolate para mí.
- Eso es lo que hay. Voy a la ducha. ¿Lo tienes todo preparado? En una hora como mucho salimos de casa.
Me dio un leve beso en la frente y desapareció por el pasillo. Me limité a desayunar en silencio, limpié lo que había ensuciado y me fui a mi habitación a acabar de arreglarlo todo. Me quité el pijama, cambiandolo por unos vaqueros y una vieja camiseta, y lo metí en la maleta que aún no estaba cerrada. Acabé de meter las poocas cosas que quedaban esparcidas por ahí e intenté cerrar la maleta. Como había ocurrido con las anteriores, no tuve más remedio que sentarme encima de ella, y hacer fuerza, dar pequeños saltos, para que todo encajase a la perfección y poder cerrarla. La llevé al salón junto a las otras y volví para ponerme los zapatos y recoger el neceser. Antes de cerrar la puerta, eché un último vistazo a la que hasta entonces había sido mi habitación. Nada quedaba ahí de mí, apenas un armario y un escritorio vacíos, un colchón sin nada que lo cubriese y las paredes amarillas que habia pintado unos años años atrás junto a mi madre.
- Venga Brigitte, subamos al coche o llegaremos tarde. Tus tios nos esperan a la hora de comer. - Mi padre colocó todas las cosas en el maletero. Sin pensarmelo dos veces y sin mirar atrás me subí al asiento del copiloto. Un poco más y hubiese acabado llorando.
Dejaba todo lo que conocía atrás, mi pequeño barrio a las afueras de Essex, mis amigas, mi vida; para cambiarlo por la gran ciudad.