capitulo 20: te da verguenza estar conmigo

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Me dejé caer sobre una de las mesas del Starbucks y pateé con fuerza la silla metálica y liviana de enfrente. Algunas chicas que cotilleaban en la mesa contigua se giraron para verme con expresiones incómodas en sus rostros. “Que se jodan”, pensé. La sangre hervía sobre mi cabeza, y yo estaba segura de que esta vez era real y no sólo el Sol, mis oídos palpitaban internamente y mis manos retorcían el final de mi camisa. ¿Por qué Harry tenía que haber armado una escena justamente en el campus de la Universidad? ¿Y por qué se supone que tenía que haberle dicho todo a Nathan? Quiero decir, yo estaba pensando en decirle… pero no sabía cuándo. De todos modos, yo siempre encontraba un momento, y éste, definitivamente, no hubiera sido uno de los que yo escogería. Él debía odiarme.

Miré de reojo en dirección al mostrador y la caja registradora. Una chica de color de pelo como el maíz y los ojos azul pálido le sonreía demasiado a Harry, quien se limitó a pagar con expresión neutra y apoyar su barbilla en la mano mientras esperaba los cafés. 
Él había insistido en venir aquí aunque yo sólo le había gritado que quería irme a casa. Así que, cuando llegué aquí, me excusé diciendo que tenía que ir al baño. Y una vez dentro, todo lo que pude hacer fue encerrarme en un cubículo con un extraño olor a brownies rancios y llorar. Había sacado mi teléfono del bolso y había actualizado la bandeja de entrada como seis veces, esperando alguna nota de burla proveniente del anónimo. Como, por ejemplo, “¿te gusta que tu novio te haga escenitas en pleno campus?”, o quizá, “¿qué pensará el decano Rivers si yo le digo lo que han hecho?”. Pero simplemente, no había llegado nada.

Y eso me llenaba de alivio, y a la vez de miedo. Que el anónimo estuviera en silencio era más aterrador que tenerlo cerca. Él podría estar ahí, ausente, planeando metódicamente su próximo ataque. Un mortífero y horrendo ataque.

-¿Frapuccino? –dijo una voz ronca y jovial. Giré la vista, y encontré un vaso gigante de plástico con el logo de Starbucks. Fruncí los labios, y empujé el vaso hacia mí, pero no tomé un solo sorbo. Mi estómago me estaba jugando una mala pasada ahora mismo. –Y brownies –continuó, empujando un plato repleto de brownies en una pequeña pila. 
-¿Por qué lo hiciste? –grazné, contorneando la boquilla de la pajita con un dedo.
-¿Qué? –inquirió.
-No finjas que no lo sabes –lo corté. –Sólo dime por qué diantre tuviste que armar una escena en el mero campus de la Universidad.
-Él estaba a punto de besarte –musitó en un gruñido. Su rostro inmediatamente tensándose.
-No tenías que hacerlo.
-¿Bromeas? –levantó la voz. Tan fuerte, que las mismas chicas de la mesa de al lado volvieron a mirar, detallaron a Harry con la nariz arrugada, y luego se volvieron a sus propios asuntos de nuevo. –Quiero decir, no voy a pararme ahí a observar cómo flirtean.
-¡Pero yo no estaba haciendo nada! –susurré enfadada. -¡Traté de alejarlo! 
-Skylar, yo estaba allí –gruñó. –Y tú estabas con toda tu disposición de…
Di un golpe ciego con la palma de mi mano, que resonó en seco sobre la mesa. Varios clientes voltearon a mirar, pero el ambiente continuó igual de idílico. El barullo de la máquina de café se escuchaba ahogadamente, los murmullos de otros asuntos flotaban por la habitación, el olor a brownies y pasteles inundó mis fosas nasales, mareándome. -¿Quieres decir que yo sólo me paré allí y le dije “hey, bésame”? ¿Crees que yo podría hacer eso cuando estoy contigo? ¡No es así como funcionan las cosas, Harry! ¡No para mí!
-Pero yo los vi –replicó. Sus ojos tornándose oscuros. –Y, y yo no lo soporté, ¿sabes? Y no voy a hacerlo. No puedo soportar que sus manos estuvieran… tocándote –gruñó. Bufé, desviando la mirada cristalizada hacia un contenedor de servilletas metálico, de repente queriendo aventárselo por la cabeza. ¿Qué clase de chica pensaba que era?
-¿Sabes qué? –musité. –Yo no soy la mala aquí, ¿vale? Nathan intentó besarme, al igual que otras veces, y es sólo porque él no tenía idea de nosotros. Estuve a punto de decirle cuando tú apareciste y armaste un teatro gratis. Pudiste meterme en problemas, ¿sabes? Pudieron suspenderme o expulsarme. Pero eso no te importa. Todo lo que te importa es tu estúpido ego, tu orgullo y tu… tu inseguridad de mierda que siempre lo arruina todo –escupí. Mi rostro temblando de rabia. Sentía mi cuerpo entero sucumbiendo ante el calor. Los cabellos de la parte posterior de mi cuello se erizaron. Mis manos sudaban.
-Bien –murmuró, y dio un sorbo a su café tranquilamente, mientras jugueteaba con el contenedor de servilletas metálico. Fruncí el ceño. –Supongo que debí saber que te daría vergüenza estar conmigo.

Seguidamente, echó su silla para atrás, y yo extendí mi mano para tomar su muñeca con fuerza.

-¡Harry! –susurré, jalando su muñeca para que acabara sentado a regañadientes de nuevo. Sus cejas estaban fruncidas fuertemente, arrugando toda su frente, y su labio inferior rosado temblaba como si estuviera a punto de llorar, a pesar de que estaba casi segura de que él no lloraba nunca. En el radio puesto en algún lugar del techo del Starbucks, sonaba una canción de The Police que me recordaba un montón a él, principalmente porque se trataba de un tipo que observaba cada movimiento de su chica. ¿Coincidencia? No lo creo.
-¿Cómo en el cielo puedes pensar eso? –le reclamé a susurros, y él sólo convirtió la mano que no sostenía la mía en un puño. 
-Es lo menos que puedo hacer, Skylar. ¡Ni siquiera le dijiste a ese gilipollas que tienes un novio! 
-¡Iba a decirle! Pero entonces apareciste tú –rodé los ojos, y separé mi mano de la suya, entendiendo que, obviamente, él no era la víctima aquí y que se lo estaba dando a entender, evidentemente. –No puedes tratarme como si fuera un objeto y luego esperar que te ame.
-No te trato como a un maldito objeto, sencillamente te protejo porque no quiero que nadie, NADIE, te toque –espetó con amargura, casi pulverizando la pajita azul fluorescente con sus dedos al apretarla y enroscarla. 
-¿Qué se supone que quieres decir con eso? –fruncí el ceño, enojada. -¿Ahora controlas con quién debo hablar y con quién no?
-Obviamente que lo hago –respondió, cortante. ¿Desde cuándo mierda él se atrevía a hablarme así? ¿Y desde cuándo mierda estaba tan decidido a controlar mi vida? –Y no quiero que vuelvas a hablar con ese gilipollas.
-Oh, lo siento. Pero no recibí el memorándum que dice que estás a cargo de mí –respondí, casi gritando. Cuando me di cuenta, estaba levantada de la silla, mi trasero al aire, inclinada sobre la mesa y con los puños apretados. De un golpe solté el vaso de café, y agarré torpemente mi bolso del suelo, alejándome hacia atrás. Las mismas chicas ahora se hallaban volteadas, aplicando una nueva capa de lip gloss sobre sus gruesos labios rosados y prestando atención a la escenita. Me sentía humillada.
-Oye, ¿cuál es tu problema? ¿Por qué siempre tengo que terminar siendo el malo de la historia? ¡Maldición, Skylar! –gruñó por lo bajo. -¡Me vuelves loco!
-¡Y tú igual! –chillé, echando la silla para atrás y tomando fuertemente mi bolso, echándolo hacia mi hombro con torpeza. 
-¡Skylar! –gritó detrás de mí, pero yo ya había cerrado con fuerza la puerta del Starbucks, y me encaminé a la primera parada de autobús que vi. 

Era la primera vez que Harry se atrevía a decirme, o mejor dicho, a gritarme con quién debía juntarme, y con quién no. Y luego decía que no me trataba como a un objeto. Quiero decir, ¿qué se supone que significamos las chicas para los chicos? ¿Trofeos? ¿Bragas que se lanzan entre ellos durante apuestas? 

Miré a mi alrededor una vez hube caminado casi cinco cuadras de la dirección opuesta para llegar a casa. Hecha una furia, tiré mi mochila sobre un banco cuya pintura estaba roída y se le marcaban gotas negras secas, producto de alguna lluvia reciente, y me hundí en él, cerrando los ojos.
¿Desde cuándo Harry se había vuelto tan patán? Quiero decir, a pesar de que yo soy la chica en esta relación y tengo todo el derecho de lisiar a las perras que lo persiguen, no lo hago, sencillamente porque confío en él. Ah, pero resulta que si viene un amigo de la Universidad a darme un inocente beso en todo su estado de ingenuidad –Nathan no tenía ni idea de nosotros hasta que Harry se lo dijo–, entonces mi novio aparece e intenta romperle la columna. ¿Eso no sólo pasa en las películas? O sea, ¿y por qué no pudo tocarme algo así como una versión mejorada de Titanic o Dear John? En vez de eso, me sentía todo el tiempo atrapada en el videojuego Call Of Duty.

-Oye, ¡espera! –gritó Harry detrás de mí, corriendo para alcanzarme. Sus mejillas estaban rojas, quizás por la rabia, o quizás por el calor, pero sus ojos estaban casi ennegrecidos. Puse las manos sobre mis caderas cuando me volteé, respirando agitadamente y sintiendo olas nerviosas recorrer mi cuerpo. Es como cuando es la primera vez que participas en una pelea y la furia comienza a acumularse en tu interior, dejándote sin respuestas coherentes. -¿Quieres dejar de actuar como si esto fuera un maldito drama?
-¡Intentaste romperle la columna a Nathan! –rugí. –Quiero decir, y también… también intentas controlarme, ¿crees que tienes el derecho de hacer eso?
-¿Por qué te importa tanto ese imbécil cuando se supone que yo soy tu maldito novio? –gritó de vuelta, sin importarle que estábamos a mitad de la acera. Pero, en realidad, a mí tampoco me importaba mucho.
-Me importa porque que seas “mi maldito novio” no quita que él sea mi amigo –le grité, casi chillando guturalmente. Mis manos temblando. 
-¡Amigo mi culo! ¡Tú no te besas con tus amigos! 
-¡Estás actuando tan jodidamente infantil, Harry! Te desconozco –escupí, achicando mis ojos.
-¿Infantil? ¡Tú eres una niña infantil! ¿En dónde quedó eso de besarse con otros tipos cuando tienes un novio? ¡Kínder Garden, Skylar! ¡Kínder-Garden! –rugió, su rostro de repente envenenándose. Sus ojos oscureciéndose.
-¡Qué lindo te queda el pesimismo, campeón! ¡Seguro que así me mantendrás contigo muchísimo tiempo más! –me burlé sarcásticamente, sintiendo un millón de voltios hacer chispas a lo largo de mi cuerpo.
-Mira, no pienso seguir discutiendo por esta gilipollez –dijo, sacudiendo su mano despectivamente. Sentía mi garganta en llamas. Luego, señaló su motocicleta. -¿Vas a subir o no?
-¡No! –dije, rodando los ojos, y me di la media vuelta sobre mis talones. Seguidamente, me encaminé con lágrimas en los ojos hacia delante, sin saber exactamente hacia dónde tenía que dirigirme ahora. 
-¡Bien! –escupió detrás de mí. 
No se sentía bien. Y él ni siquiera se había apresurado a tratar de detenerme, sino que no había escuchado más que un golpe seco resonar contra un poste de luz lejano, y luego el rugir del motor de una motocicleta alejarse en la dirección contraria. Es gracioso, cuando las personas que te tratan como una mierda se sienten ofendidos cuando tú haces lo mismo. ¿Así vamos a jugar, Harry? Que te den. Está bien. Que te den, que te den, que te den. Quizás él no era para mí, de todos modos. Por ahí dicen que las heridas también se cierran cuando abres los ojos, y quizás hoy fue el día en que yo lo hice.

Lost- segunda temporada-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora