capitulo 32

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Suspiré profundamente mientras me aplicaba montoncitos de crema sobre mi tatuaje. Martin había tenido la exacta puntería. Los ojos verdosos me miraban en blanco y negro desde el interior de mi muñeca, y yo los miraba a ellos del mismo modo en que lo miraba a él. Sonreí torcidamente, y cerré el tubo extra-largo de crema, extendiendo mis piernas sobre la hierba recién cortada del campus de la Universidad. Era lunes otra vez, pero con esos ojos ahí, mirándome, parecía que todavía era sábado, y que él todavía estaba ahí conmigo. 

Guardé el tubo en mi mochila y apoyé la cabeza en el muro del edificio, mirando al cielo. Prefería ponerme jodidamente cursi antes que leer otro infernal capítulo del libro de Mandarín. Tenía que pensar en algo para retirarme de la clase. No me estaba ayudando a distraerme de nada, y el viejo gay no ayudaba. 

La campana sonó y dejé las cursilerías de lado. Normalmente, entraba tres minutos antes de que el timbre chillara, sencillamente porque no quería escucharlo, y tampoco me apetecía soportar el discurso de la profesora Fitz –la anónima-. 
Saber que ella era la que estaba enviándonos a todos mensajes era gratificante. Quiero decir, ya no tenía que preocuparme. ¿Qué podría hacer ella, después de todo, siendo una vieja decrépita que envía mensajes para asustar a sus alumnos durante su tiempo libre? Si ella llegara a hacer algo, perdería su trabajo. Pero, aún así, lo único que no me cabía en la cabeza era, ¿por qué ella estaba haciendo esto? Apenas la conocía desde hacía tan sólo unos meses, cuando entré a la Universidad. ¿De qué querría vengarse, entonces?

Entré al aula. La sala ecoica con la pequeña tarima frente a los pupitres ya se hallaba atestada de estudiantes quitándose las mochilas de sus hombros y sentándose pesadamente en sus mesas, dispuestos a dos largas horas de disertación con la profesora –acosadora- Fitz.
Amy quitó su bolso con ambas manos de la silla para que pudiera sentarme, y me acerqué corriendo, con una sonrisa gigante en mi rostro. Sus ojos verdes se ampliaron, y su expresión decía “tienes-que-contármelo”.

-¡Cuéntamelo todo y no me ocultes nada! –susurró. Cuando abrí la boca para responderle, la puerta del aula dio un golpe seco, y todo quedó en silencio. Tan sólo se escuchó el golpetear del viento seco contra los ventanales y el ciego ventilador casi descompuesto que se inclinaba arriba sobre la pared, encima del pizarrón acrílico. Fingí sacar mi guía de mi mochila tan sólo para tener algo que hacer con las manos, pero difícilmente pude apartar la mirada de los ojos oscuros de Fitz, quienes me miraban como si fueran a perforarme el rostro. Desvié la vista, parpadeando rápidamente, y suspiré, poniendo la guía sobre la mesa.

Volví a mirar a Amélie escuchando el ruido que ejercían los tacones bajos de la profesora sobre el suelo. Mi mejor amiga me sonrió, y yo extendí mi brazo hacia ella, enseñándole el tatuaje. Ella ladeó la cabeza para leerlo, y seguidamente, se mordió el labio inferior, dedicándome una sonrisa enorme. Se rió por lo bajo, y luego ambas fijamos nuestra vista al frente. Mi sonrisa borrándose inmediatamente al darme cuenta de que los ojos de Fitz estaban puestos directamente sobre mí de nuevo. Bajé la vista hacia la guía, pasando las páginas con interés fingido. “Vieja perra”, pensé.

La puerta del aula se abrió, y todos volteamos instintivamente. Era raro que alguien llegara sin tocar, y mucho menos en presencia de Fitz. En cuanto vi la cabellera rubia ondulada sacudirse alrededor de su cara pálida y sus ojos azules clavarse en el resto de la clase, mi sangre se heló. La profesora se giró sobre sus talones y cruzó sus huesudos brazos sobre su pecho.

-Lo siento –dijo ella, respirando agitadamente. Sentí un retortijón en mi estómago al escuchar su voz otra vez.
-Llegas tarde –le recriminó Fitz hoscamente. La rubia bajó la mirada, apretando instintivamente su libro entre sus brazos.
-Lo siento –repitió. 
-Clase –Fitz se giró hacia nosotros, sosteniendo el marcador de tal manera que parecía que nos apuntaba. Bueno, que me apuntaba. -, ella es su nueva compañera. Alison Weber. 

El nombre relampagueó en mis oídos. Sí era ella. Ningún producto de mi imaginación ni nada. La puta madre. Era ella. 

Sus pasos continuaron hacia delante, ubicándose en uno de los últimos puestos del aula, a pesar de que a mi lado había algunos disponibles. No resistí el impulso de mirar hacia atrás y encontrarme una vez más con sus ojos azules como el cielo mirándome, para después girarse hacia delante. Me giré, también, mi entrecejo ligeramente frunciéndose a causa de la mortificación que de repente me invadió.

¿Qué le hice? ¿Por qué ni siquiera me habla o me mira? Claro, Alison, vete. Para eso están las amigas, ¿no?

*********

Salí corriendo del aula en cuanto el timbre sonó y Alison se hubo retirado. Anduve por el campus buscándola con la mirada, intentando hallar una cabellera singularmente rubia entre los rostros atestados y atropellados en el pasillo. Me alcé de puntillas y alargué el cuello para poder ver mejor entre la gente. 

Seguí caminando, casi con la rabia palpitando en mis venas. ¿Tienes idea de lo que se siente ser abandonada por tu mejor amiga cuando más la necesitas, y que luego tenga las bragas para volver y dejarte con la palabra atascada en la garganta? ¿Es eso lo que las amigas hacen ahora? Y ahora ella vuelve aquí, y ni siquiera tiene la gentileza de saludarme siquiera.

El pasillo olía a sudor y a puntas de lápiz. Me deslicé a través de él, buscando a mi antigua mejor amiga, quien de alguna manera olió que yo iba a buscarla después de la clase, y aprovechó la situación para escaparse. No recordaba en un pasado no muy lejano estar pensando en perseguirla cuando volviera, debido al simple hecho de que yo siempre pensé que, si algún día volvía, podríamos volver a ser como antes. Sólo ella y yo. Tonteando y encubriéndonos. 

Pero supongo que pensé mal. 

Me di la vuelta abruptamente cuando me di cuenta que mis pensamientos habían bloqueado mi sentido de la orientación y que estaba caminando hacia una puerta restringida bloqueada con barrotes de hierro oxidados. Choqué el hombro con alguien.

-¡Fíjate por dónde vas! –me gritó al tiempo que yo emití un gruñido al aire. Me levanté gruñendo. Erguí mis hombros y, a continuación, la miré. Parpadeé varias veces, intentando que mis ojos se acostumbraran de nuevo a la luz. Oh, espera, ¿esto no era un sueño? Ella también se había quedado helada.
-Oh –musitó, con un hilo de voz. Sus ojos azules mirándome bien abiertos, como si quisieran saltar de sus órbitas. Nerviosamente, jugueteó con sus manos y se aplicó una nueva capa de brillo labial rojo en sus labios delgados, mirando hacia la nada. 
-Hola –le dije, pareciendo una pregunta.
-Hola –respondió al fin, tirando el tubo del brillo labial en su bolso.
-¿Podemos hablar? –mascullé, arqueando una ceja.
-No sé. Tengo que…
-Mira, sólo será un segundo, Alison –respondí duramente. Ella vaciló, golpeteando la suela de su zapato Converse blanco sobre el suelo de concreto.
-Vale –asintió.

Lost- segunda temporada-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora