Capítulo 3.- Apresurate!

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Me quedé paralizada una vez que estuve segura.

Él estaba ciego...

Un escalofrío impregnado de remordimiento me recorrió la espalda y el estómago, me sentí tonta y avergonzada y mala, pero no pude articular ninguna palabra para disculparme deinmediato, estaba inmersa en la situación.

—¡CHIMUELO! —volvió a gritar, casi como si se le fuera la voz en ello—. Por favor amigo...

Entonces vi cómo dejaba caer todo su peso contra el poste y agachó la cabeza. Al principio creí que estaba llorando, pero cerró los ojos con fuerza y volvió el rostro hacia enfrente.

Negó con la cabeza de una forma extraña, lento, como si intentara percibir algo a su alrededor. Los ladridos no cesaban a lo lejos y supuse que la persecución del hombre y el perro aún seguía.

—¡Chimuelo, ya basta amigo, déjalo! —gritó el joven otra vez. Fuerte, desesperado.

Sabía que debía hacer algo, tenía qué pero nada de mí reaccionaba, no podía pensar claramente, ¿Qué podía hacer? ¿Correr tras el perro?

No se me ocurrió más que acercarme al chico—. Oye —le dije, escuchar mi propio tono inseguro me sorprendió. Él abrió los ojos y trató de buscar mi voz.

Sus ojos verdes se concentraron frente a él, frente a mí, como si su mirada me hubiera encontrado, aunque era evidente que no podía ver mucho o tal vez nada. A partir de ese momento sólo sentí cómo todo pasó extremadamente rápido. Antes de que pudiera llegar a él, algo terrible ocurrió. Lo sentí, lo alcancé a escuchar, desde lo lejos, un sonido que llegó a mis oídos y a los de él. Mi corazón se detuvo y dejé de respirar por un segundo.

El hombre que corría había cruzado la calle. Y el perro siguió tras él.

El chillido de neumáticos con el brusco detenerse de un auto, al mismo tiempo que un profundo y corto aullido, se abrieron paso en el aire.

El joven frente a mí agrandó los ojos, dando un grito ahogado—. No... no, ¡Chimuelo!

Se soltó del poste y trató de correr hacia la calle sin mucha habilidad. Reaccioné rápidamente y lo detuve, me atravesé en su camino y rodeé su torso con mis brazos para evitar que corriera a la calle.

—¡No! —dijo más fuerte. Trataba de zafarse de mi agarre.

—¡Espera, no puedes llegar a él! ¡No puedes cruzar la calle así! —le hablé a la cara, tratando de detenerlo.

Él se calmó un poco, pero estaba desesperado, su respiración agresiva y acelerada. Comencé a preocuparme más. Pensando qué debía hacer, qué era correcto decir.

—Yo iré por él, ¿De acuerdo? —casi le grité, con un nudo en la garganta—. Pero quédate aquí, por favor.

Lo ayudé a llegar de nuevo al poste y caminé rápidamente en busca de "Chimuelo". Pude ver cómo el otro hombre (con el que me había topado en un principio) pasaba por la acera al otro lado del bulevar, en dirección contraria a la que iba. Contuve las ganas de correr tras él para golpearlo, o mínimo gritarle palabrotas desde donde estaba, pero apreté la mandíbula y me concentré en llegar al perro.

Cuando estuve cerca caminé por la calle. Vi que el auto que había participado en el accidente escapó a toda velocidad; una camioneta plateada de apariencia vieja. Apenas pude creerlo.

Volteé a todos lados, algunos de los autos que circulaban se habían detenido y los alaridos de pocas bocinas comenzaron a sonar por la calle. Algunos automovilistas me gritaron que saliera del camino, pero seguí avanzando hasta que pude encontrarlo, unos metros más adelante.

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