Capítulo 7.- Yo, otra vez

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—Seguro que estás bien, Hiccup? —preguntó Gobber por última vez para cerciorarse, tomando al mismo tiempo el maletín que había dejado en la entrada. Estaba a punto de retirarse del departamento del castaño.

—Estoy bien, Gobber. No te preocupes —forzó una sonrisa que acabó de convencer un poco al aludido. Hiccup en realidad lucía y se sentía realmente cansado, por supuesto después de pasar ese par de días en la clínica, a penas durmiendo.

Ahora que estaban de vuelta en casa, el viejo amigo de su padre había decidido visitarlos y llevarles unas cuantas cosas para llenar su nevera, ya casi vacía, con lo más indispensable. Normalmente eran él y su amigo el veterinario Ingerman quienes le ayudaban al castaño con la compra, y lo hacían con regularidad. De ninguna manera planeaban dejar al chico sólo a su suerte.

Pero Hiccup lo consideraba a veces un tanto desesperante, ya que pensaba que era completamente innecesario que sus amigos lo cuidaran y mantuvieran como a un niño, cuando realmente no quería sentirse así. La sensación de impotencia lo abrumaba demasiado, y al estar afectado por algo tan importante como no poder ver, era cosa de todo el maldito tiempo.

Había sido así especialmente cuando todo comenzó. El asunto de "ya no tener la capacidad de ver nada, ya no más".

Nunca más.

Tiempo después, él aparentemente acabó por resignarse.

—Descansa un poco, chico —dijo Gobber, justo antes de salir por la puerta. Una exhalación final y Hiccup supo que el hombre le había dedicado una mirada de lástima.

No volteó. No tenía por qué hacerlo.

Un cerebro cansado a veces hace que tus pensamientos se descarrilen hacia donde no deben. Y Hiccup lo sabía. Sentirse miserable y enfermo consigo mismo y con su condición, hasta ese punto, en realidad no había ayudado en nada.

Le hubiera gustado poder hacer algo más precisamente en este clase de situaciones. Pero se limitó a permanecer con su rostro rígido hacia la luz de la ventana.

Él no podría simplemente mirar hacia abajo y comprobarlo, pero comenzó imaginar su sombra, proyectándose a sus espaldas. Un aura de luz la cubría también, inclinada.

Sabía exactamente de dónde venía la brisa. Se concentró en sentirla.

Era socegante.

El sonido de la puerta cerrándose hizo que el apartamento entero quedara en calma.

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Astrid

La colorida tarjeta de recomendación tenía como protagonista a un regordete y adorable Bulldog café. Habían nubesillas, diamantina y arco iris ridículamente photoshopeados por todas partes.

El alegre perro también estaba rodeado de bocadillos que llovían a su alrededor. ¿Una lluvia de trocitos de carne seca puede provocar un arcoiris?

De seguro por eso ese cachorro lucía tan feliz.

Debajo un par de números de teléfono, la dirección de la clínica, e impreso en itálica negra: "Clínica veterinaria nortwest - Dr. Fishlegs Justin Ingerman"

Vet Fishlegs, que brillante manera de atraer la atención. Literalmente.

Volví a girar la tarjeta para comprobar la dirección que él me había dado, y al parecer, gracias a los dioses, había dado con ella. Después de tomar un autobús y caminar un poco, las instrucciones me llevaron al frente de un edificio departamental algo grande, cerca del puente en el centro de Berk.

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