¡Oh no!

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El reloj marcaba exactamente las doce en punto de la tarde.

El aire acondicionado había sido encendido desde hacía horas y las persianas no dejaban pasar los ligeros rayos del sol de medio día a través de las ventanas del aula.

Cada uno de los presentes en clase prestaba atención a lo que el profesor de Ética y Valores explicaba al frente. Tecleando en sus pantallas y tomando apuntes.

Mientras tanto, ahí estaba yo, con los apuntes en blanco y la mente divagando.

Qué estupidez.

Corrección, más bien, aquella clase era una estupidez. Si querían decirnos qué lo que cuentan son los sentimientos y qué el físico es lo de menos, no habrían comercializado y mucho menos vuelto una necesidad de primera la modificación genética.

Claro que yo era la menos indicada para quejarme de ello.

Me pregunté si la clase terminaría pronto. El reloj ya había avanzado cinco minutos más y el profesor seguía parloteando.

Por lo general, yo era una de esas chicas siempre atentas en clase. De aquellas que tienen sus apuntes en orden, sólo van a fiestas de vez en cuando y se duermen temprano.
Sólo que estaba siendo uno de esos días en los que no podía concentrarme en nada y a la vez en todo, como, por ejemplo, en la chica sentada a mi derecha que tecleaba a escondidas en su celular intentando enviar un mensaje a su novio. O en el chico sentado junto a la puerta que tomaba apuntes desesperadamente mientras movía las piernas y de vez en cuando rascaba el tabique de su nariz.

El timbre sonó al fin, dando por terminada la hora.

En tres toques guardé el archivo de la clase, desconecté la pantalla del pupitre y me levanté para irme.

Ya en el patio de la escuela me percaté de que el clima había cambiado bruscamente.
Hacía tan sólo cinco minutos había observado  los rayos solares intentando colarse por las persianas del aula y en aquel momento, que ya estaba yo fuera, el cielo tenía un color grisáceo y el viento corría más fresco de lo normal trayendo consigo el olor a tierra mojada.

Me froté los brazos y caminé hasta la acera.

Un automóvil negro se acercó al instante, aparcando frente a mí, de el bajó un chico castaño y de piel amorenada por el sol, bastante guapo, quien  se aproximó y abrió la puerta evitando mi mirada.

- Skyler  - murmuró para sí, antes de que yo pudiera subir.

En cuanto nos pusimos en movimiento lo llamé por el intercomunicador.

-Sabes que puedes decirme Sky ¿Verdad?-

-Supongo que solo estoy siendo profesional- contestó él, con el tono de voz que tendrías si estuvieras manejando responsablemente y hablando con la cría de tu jefe al mismo tiempo.

Cambié de tema rápidamente.

-¿En serio has venido a recogerme en un Luxus? ¿En mi primer día? Sabías que quería pasar desapercibida-

-No es culpa mía. Tuve que ir a dejar a tu padre a una reunión de trabajo antes de venir- su  voz tenía un tono demasiado  formal para mi gusto.

Suspiré y colgué.

Me molestaba tremendamente la manera en que las cosas se habían dado entre Tomas  y yo.

Mi padre lo había contratado como chófer hacía un año. El objetivo principal era el transporte de mi padre al trabajo, pero hacía un mes más o menos, mi chofer había renunciado y Tom se encargaba ahora de ambos.

LATIDOS METÁLICOS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora