Donald comía una dona

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La aula de la biblioteca de la escuela era la más grande que había y la más lujosa. El director se había empeñado en la idea de que los libros merecían un espacio digno de ellos. Yo apoyaba esa idea.

En cuanto entré, el aire acondicionado me golpeó por completo. Dentro olía a libros y a aromatizante con aroma a  rosas.
Había miles y miles de estantes y libreros.
Conté, por lo menos, cinco secciones sólo en el primer piso. Cada sección contaba con sofás visiblemente cómodos y mesas circulares con seis sillas cada una.
Al lado del mostrador de recepción había un pequeño espacio con una cafetera y galletas. Podías ir tranquilamente, coger una taza, una galleta con relleno de fresa, tomar un libro y disponerte a leer cómodamente sin sufrir de un golpe de calor o de algún grito salvaje de algún estudiante rebelde corriendo por los pasillos.

También estaba el hecho de que la biblioteca escolar casi siempre se encontraba vacía. La mayoría de los alumnos preferían buscar lo que necesitaban desde sus pantallas y enviar la información hacia la nube.

Me fijé en el croquis que presentaba la pantalla holográfica. La sección de libros clásicos se encontraba en la segunda planta.
No quise tomar el ascensor y subí saltando las escaleras, la sección clásica era por mucho de las más grandes, había libros de distintos tamaños y grosores, algunos hasta se veían amarillentos y raídos. Como si fueran de otra época.

Tenía que encontrar uno que me llamara suficientemente la atención para ocuparlo como mi proyecto de literatura.

Media hora después, exhausta y confundida después de leer varios títulos interesantes decidí que tendría que enfocarme en uno solo y no seguir vagando, me conocía, sabía que seguiría leyendo más títulos y entonces nunca decidiría.
Fui recorriendo los libreros y pasando mi dedo encima de los lomos de cada libro. Estaban acomodados en orden alfabético según el título. Tenía que llegar a la C.

Allí estaba. De color verde, grueso y con las páginas algo amarillas. Lo saqué. Ya lo había leído anteriormente y me había encantado.
Serviría para la materia.

Al voltearme rumbo a una mesa me topé de frente con Dylan, justo a un lado mío, recargado en el librero y con los brazos cruzados. Estaba escrutandome con la mirada ¿Cuánto tiempo llevaba allí parado?

-Así que tienes novio- dijo.
Yo procuraba nunca mirarlo a los ojos. Sentía que si lo hacía, me perdería en el azul intenso que proyectaban.

-Así que de repente estás hablandome- respondí.

-No somos niños de kinder para jugar el quién habla primero-

Estaba muy enojada, por su exceso de confianza en si mismo y porque yo me había quedado sin palabras, pero no me moví, ni seguí con mi camino, me quedé parada al lado de él, deleitandome con su maldita presencia.

-Yo creí que eramos amigos- Me arrepentí al momento en que las palabras salieron de mis labios.

Dylan se mordió el labio y bajó la mirada hacia el suelo.

Me derretí allí mismo.

-No quieres ser mi amiga - sentenció.

-¿Por qué no?-

Me acababa de dar cuenta de que era una masoquista cuando se trataba de Dylan. Y es que su presencia me perturbaba, pero no solo su físico. Había algo en él que me hacía sentir atraída, rara.

¡Claro que había miles de chicos guapos! ¡Había miles que habían tenido el dinero suficiente para ahora ser sexys y hermosos!
Pero Dylan era otra cosa. Yo había visto a cientos de esos miles de chicos guapos y Dylan era el primero que me me atraía. Y había resultado ser esta persona, todo un misterio, un día de lo más amigable y al otro esquivo.

LATIDOS METÁLICOS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora