Tiembla.
Él tiembla, apoyando su cabeza en mi pecho. No puedo ya más que sentir tristeza, casi dominándome. ¿Era injusto, decía? Puede.
Cerré los ojos, y estuve dispuesto a permanecer firme.
—Aléjate —exigí. Mi voz retumbó como un disparo en seco en el desolado espacio.
—No... Sabes que no me puedes pedir eso, ¿verdad? —sentí la burla en sus palabras. Antes siempre me había mostrado débil en su presencia, pero aquello había acabado desde el momento en el que el muro se vino abajo, y pude ver cómo era el mundo. Pude apreciar mi realidad, y lo único que encontré en ella fue caos, un desorden continuo, tal y como lo era él; y yo era un maniático del orden.
—Como no te alejes en este momento te enterraré el cuchillo en el estómago.
—¿En serio te atreverías a hacer eso después de todo lo que ha sucedido?
—Me has visto hacerlo... No voy a dudar solo porque eres tú. Aléjate.
Mi advertencia funcionó, porque le vi alejarse los suficiente, alzando sus manos, como si quisiera demostrar que no era culpable de nada, cuando en innumerables ocasiones habían estado manchadas de sangre de seres despreciables, y eso no lo hacía mejor a él.
Comprobé fácilmente mi teoría: su hermoso rostro no tenía ni una pizca de arrepentimiento, o siquiera temor. Aún ardía ahí en donde su cabeza había estado apoyada, y su risa intentando ser sofocada por los espasmos de su cuerpo. Que iluso que había sido. ¿Cómo había podido pensar que un espécimen como aquel, simplemente salvaje, doblegaría su naturaleza por aquello a lo que los forasteros llamaban cariño? Él no conocía ese sentimiento, solo gustaba de creer en la supervivencia del más fuerte, el más apto. Como se había clasificado a sí mismo: era un ególatra sin remedio, y yo parecía mas bien un altruista. Nada de eso encajaba en la historia que compartíamos, pero a esas alturas nada importaba.
—¿En qué piensas, pequeño incendio?
—En qué nos ha traído aquí.
—¿A nosotros? Cada quien ha venido por su cuenta.
—Imaginé que dirías algo así.
—No sé para qué nos seguimos comunicando, está claro que no es necesario decir nada. ¿Qué no nos conocemos ya lo suficiente? Acabemos con esto lo más pronto posible.
—¿Y si no quiero acabarlo? —pregunté, dejando fluir mis dudas por primera vez en mucho tiempo, sintiéndome indeciso, sacando a relucir el humano que ellos negaban que era, la humanidad que se me negaba tener.
—Si no quisieras acabarlo no estarías aquí —aseguró, con total confianza como siempre.
Dirigí mis ojos a los suyos, esperando encontrar algo, una señal que detuviera esta locura, pero no había ni rastro de ella. En sus orbes tan templados y sinceros como sus palabras no refulgía nada, ni una mínima expresión de horror. Me hallaba deleitado a veces, cuestionándome a mí mismo la verdad tras aquella cáscara vacía de humanidad, pero llena de un sentido artístico que no sabía si clasificar como dadaísta. Y es que era tan fuera de lo común, tan chocante con la realidad que lo rodeaba que simplemente dejaba anonadado a aquellos que lo veían. En un principio podría parecer algo vulgar, sin sentido, totalmente ilógico e incluso contradictorio, pero a medida que te acercabas a él, empezabas a apreciarlo, a ver su belleza... O quizás eso solo me había sucedido a mí, por tonto que veía arte en donde solo se apilaban desperdicios.
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Caída
Short StoryY tú, ¿lograrás sobrevivir a la caída? Libro de relatos cortos. No se permiten copias y/o adaptaciones. Registrado en Safe Creative bajo el código: 1407181492140