Misteriosa caída I

210 20 15
                                    

Misteriosa caída

La chica de nombre Kay salía de aquel gran estudio como se le era costumbre, solo que esta vez a una hora muy poco apropiada para que una señorita anduviera por la ciudad sola, siendo esta muy poco segura. Aunque por alguna extraña razón ella se sentía tan segura como si estuviera siendo escoltada por guardaespaldas corpulentos y altos que podrían derribar a cualquiera de un solo golpe.

Dobló la esquina de la calle con su bolso que se balanceaba de un lado a otro mientras colgaba en su hombro. Esa misma mañana había tenido una gran discusión con su padre sobre su futuro y desde entonces había estado en ese estudio, probablemente muy enojada como para salir de ahí, pero después de reflexionar, había decidido volver a su casa después de todo, notando que ya se había hecho considerablemente tarde y que tenía unas 40 llamadas de su madre y al menos 3 de su padre—las cuales probablemente habían sido por presión de su mujer—. Estaba cansada de eso, y se notaba en todo su espíritu.

A sus 17 años, Kay ya había considerado seriamente irse de la casa de sus padres y dejar todo su pasado atrás, pero no era capaz de hacerlo. No por cobardía, más bien la única razón era que no tenía a donde ir, ni dinero para siquiera alojarse en un motel o pagar sus estudios, que esperaba pronto iniciar. Dependía completamente de sus padres y huyendo no tendría una vida que no incluyera cosas desagradables, que implicaban delitos a los ojos de la ley o repulsión en la sociedad.

Aun recordaba, con lujos de detalles, cuando la vi ese día de nuevo en el estudio.

Entró caminando con pasos poco agraciados pero firmes.

En sus ojos se notaba, si no lo hacía ahora, no lo haría nunca. Ya se había rendido, y su pasión debía ser satisfecha, como un pequeño animal que exigía más y más sin detenerse.

Tomó posición queriendo asegurarse de su triunfo. Su mano viajo a la dura firmeza de la madera, en donde se aferró por varios minutos...Uno, dos, ¡tres!

La demostración iniciaba, mientras la música hipnotizante sonaba al ritmo de sus pasos, no al revés, su rutina era complementaria y dominante. Sus pies y brazos se movían con agilidad, siendo guiados por su alma aprisionada.

Su presión era cada vez mayor. El respirar cada vez era más difícil, pero ella sabía que debía seguir o todo se quebraría.

Empezaba a delirar. Su vida en ese momento eran sus pasos. Se sentía extasiada, en cada posición las barreras caían.

Volaba, formando círculos imaginarios a su alrededor, no quería volver. Sentía como el dolor aumentaba, así como las promesas rotas y sueños destrozados.

Era la primera vez que se mostraba como tal  en aquel escenario. Con  cada pedazo de su impura alma.

Se alzó, y con su gran fragilidad rompió el silencio, lanzando al aire puro un único, desastroso y solitario lamento, lleno de frustración y rabia. Recordando que en sus manos no se encontraba el poder, se sentía impotente, como si su vida entera se encontrara de repente con el suelo, justo como ella en ese momento.

Únicamente quería sollozar cuando se apoyó en el frío suelo, dispuesta a levantarse, cosa que logro con esfuerzo. El aire seguía faltándole y el calor corporal aumentaba, pero ella continuaría.

Con el corazón como un reloj, empezó su rutina de nuevo igual que una muñeca que acababa de recibir cuerda de una siniestra mano para que volviera a funcionar.

Sus manos lastimadas, sus pies a tal punto que podrían sangrar y ella podría caer en ese instante por la fatiga tanto física como mental, pero quería seguir sin eso importar.

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