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Te amo...

De sus labios escaparon más sollozos silenciosos, y sus dedos frágiles seguían acariciando el vidrio roto donde se veía la foto de su amado abrazado a él, compartiendo un beso que llevó a cosas más intensas, para no decir sexo.

Su amado... Que palabra más usada y típica, pero ahora lo definía, era todo lo que tenía... El sólo era su amado, un amor ya muy inalcanzable y ficticio... Igual como la primera vez que lo vio. Tan lejos, tan difícil... Tan Frank.

Nueve años atrás...

Sus ojos aún seguían posados en el maestro, el viejo y canoso maestro de álgebra. Ni siquiera se molestó en prestar atención a los miles de números que lo confundían de sobremanera, y en vez de prestarle atención a lo que un estudiante normal debería hacer, sus ojos se fueron a el castaño unas cuantas butacas adelante de él.

Al igual que los números que el profesor anotaba, Frank tenía un gran parentesco con ellos. Pues te confundían con tan solo verlo. Y aunque fueron muy pocas las veces en que lo vio a los ojos, con sólo una mirada te perdías entre ese verde, café, o miel.

Los colores eran tan confusos, que incluso Gerard buscó entre lo más profundo de su mente tratando de recordar algún color parecido a los ojos de Frank, pero siempre fallaba, poniendo la excusa de qué al igual que Frank, el color de sus ojos eran igual de confusos que él.

Pero, siendo sinceros... ¿Quien se fijaría sólo en el color de sus ojos?

Hay tantas maravillas de Frank, tantos imperfectos que lo hacían tan perfecto... Su hermosa nariz, sus delgados y rosados labios... Sus cejas, sus manos, sus piernas, toda su anatomía podía confundirte hasta el punto de querer saber como es tan perfecto.

Tantas maravillas que desconoce y conoce, tantas expresiones tan geniales, sus muecas, los movimientos de sus manos cuando anota, como juega con su aro en el labio cuando le frustra algo, y su lindo cabello cayéndole por el rostro, dándole un aspecto que más de una chica o chico se quedaría viendo hasta el fin de los tiempos.

Él estaba tan concentrado en sus pensamientos sobre Frank, que no supo cuando todo el salón volteó hacía él, y con todo el salón, también estaba el dueño de sus pensamientos.

¡Oh dios!

¡No puede ser!

¡Volteó!

¡Me está mirando!

¿Que se supone que tengo que hacer en estas situaciones?

¿Ignorarlo, sonreírle, o desnudarme de una buena vez?

Espera...

... ¿Acabo de decir desnudarme?

— ¡Way!

Un fuerte golpe en la butaca teletransportó a Gerard a el planeta tierra, y poco a poco olvidaba Ierolandia mientras sus ojos iban al viejo que le miraban furioso desde unos cuantos metros lejos de él.

— Podría dejar de mirar al señor Iero y concentrase en la clase, ¿por favor? —todos lo voltearon a ver, inclusive esos ojos pardos que tanto admiraba. Un fuerte calor recorrió sus mejillas, y en un intento fallido de ocultarse se hizo bolita en su butaca, ignorando todas las miradas de personas desconocidas.

Pero algo que no pasó desapercibido fue la sonrisa en el rostro de Frank.

Su sonrisa, al igual que todo él, seguía siendo confuso, al igual que las operaciones de álgebra, o la cura del cáncer. O tal vez mucho más confuso.

unhappy -frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora