Jueves 19 de noviembre del 2009, 3h15 p.m.
Emma estaba en el comedor del internado que se situaba en los valles apartados de París, junto con su mejor amiga, Chloe.
Muy pocas veces comía allí, pues en realidad, la comida era pésima. Había decidido comer allí a petición de Chloe, pero apenas y le dio una probada a la comida.
Se encontraban en una mesa común, hundidas en sus conversaciones de quinceañeras. Que la comida del instituto era malísima, que las habitaciones eran un lujo, que el profesor de matemáticas estaba buenísimo, que la vigilante de cuarto les trataba peor que cadetes… en fin, una infinidad de cosas acerca del instituto.
Ese día el menú se basaba en una sopa de verduras, puré de papas con una ensalada griega y pollo asado. No se veía tan mal, aparte de que la bebida era opcional según compraras en la máquina situada en el comedor.
―Ahí vienen ―advirtió Chloe.
Eran dos chicas con aspecto reluciente. Ambas eran rubias, una con una tonalidad más oscura que la otra, pero de todas formas, lucía fabulosa. Al par de chicas se las conocía como las populares, y cuando se trata de populares, siempre son airadas, mirando sobre el hombro al resto.
Las dos rubias ―también de la edad de Emma― se sentaron una mesa al lado que la de Chloe y Emma. No tardaron en llegar un par de chicos a flirtear con ambas, lo cual no era extraño.
Chloe y Emma silenciaron su conversación al ver la presencia de esa bola de oxigenados.
Madison ―la rubia de una tonalidad más oscura― tomó la mano de uno de los chicos que se sentó allí, dándole a entender que ella también coqueteaba con él.
Emma los veía con atención, por un lado celosa, y por otro… no supo reconocer cuál era la otra sensación.
Madison percibió la atención de Emma encima de su grupo. Meneó su cabello con gloria y rio como toda una dama.
―¿Ya la viste? ―se dirigió a su amigo especial.
Emma se coloró cuando el chico regresó a ver. Era muy apuesto, «aunque imposible», se había dicho. Desvió la mirada pero su sentido auditivo seguía presente en aquella mesa.
―No quiero fijar mi atención en otra. ―Había regresado a ver a Madison.
―Está muy gorda para ti, ¿no?
Madison rio, fingiendo arrepentimiento. Mía ―la otra rubia― y los otros muchachos siguieron la risa de Madison, como si les fuera obligación.
Emma, al escuchar eso, se sintió mal. Tomó su bolso mientras su amiga le decía «No les hagas caso, Emma, espera», pero ella ya se había levantado con su bolso al hombro y estaba ya a varios metros del sitio.
En cuanto salió por las puertas del comedor, se echó a correr. Estuvo pensando en el comentario de Madison. «Estoy gorda. Debo bajar de peso. Estoy gorda. Debo bajar de peso», se repetía a sí misma.
Fue corriendo al baño de su habitación, para estar segura que nadie la escuchase. Entró y cerró la puerta con seguro detrás de ella. Y metió su dedo por la garganta, causándose vómito.
Jueves 19 de noviembre del 2009, 3h32 p.m.
Chloe corrió tras ella. En cuanto llegó, se dio cuenta que la puerta de la habitación quedó abierta. Escuchó sonidos enfermizos provenientes del cuarto de baño. Se acercó un poco más y se dio cuenta que era la mismísima Emma vomitando.
―¿Emma? ―llamó desde afuera.
―Chloe ―Emma respondió con la voz quebrada.
―¿Qué sucede? ¿Te sientes mal?
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Una historia de bulimia más
General Fiction[Finalista en los Premios Watty 2014] Emma Bondt había caído en la bulimia como muchas chicas, y ―como en la mayoría de los casos―, esa inseguridad se había creado gracias a los malos comentarios de sus compañeros escolares. Aun cuando su mejor amig...