VIII

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Emma se asustó. ¿Qué estaba haciendo Alexander? Si seguía con eso, ella ya no lo vería. ¿Qué sería de ella? ¿Qué sería del amor que ambos se tenían? Todo sería más difícil desde ahí.

Fue en ese momento cuando Emma creyó todas y cada una de las palabras de Alexander. Ella ya no sabía qué hacer, era un momento rápido y las ideas no le caían del cielo, como ella esperaría.

—¿Ah, sí? No sabes el error que cometiste, Rudeny —replicó Madison.

—Emma, pasa —pidió Alexander.

Emma maldijo cada una de las palabras que pronunció Alex, sin embargo pasó, y gracias a Dios, en el momento que cruzaba la puerta, se le ocurrió algo.

—Emma, dile todo lo que sabes —prosiguió Alex.

Ella, con total seguridad, dijo:

—Pues ustedes lo saben, yo lo sé —expresó contenta—. No hay nada que repetir. Ahora, ¿me dejan tomarles una foto? Me parece muy lindo que su relación vaya tan bien.

—¿De qué hablas, Emma? —preguntó Madison, confundida por la inesperada reacción de Emma.

—¿Cómo que de qué? Pues que ya llevan su mes juntos, ¿cómo lo olvidaste? —Emma rio.

—Ah, claro —replicó Madison, con una sonrisa de confusión.

Alexander no entendía la razón de que Emma hiciera eso, pero le pareció muy grato y oportuno. Él continúo con el juego de Emma y añadió:

—¿Lo olvidaste, amor? Pero si hoy de mañana te di hasta regalos, chiquita. —Alex rodeó a Madison por la cintura.

Emma sintió grandes celos, su estómago estaba ardiendo del coraje, pero por fuera, estaba con una gran sonrisa, que ni ella sabía cuánto duraría.

—No, pues como olvidarlo, bebé. —Madison lo besó en la boca, y lo abrazó, dándole la espalda a Emma.

Su estómago ardía mucho, el fuego de su ira se intensificaba y finalmente explotó. Mientras Madison estaba de espaldas, Emma le sacó la lengua como niña mimada. Alex, al ver eso rio, lo cual hizo que Madison se diera la vuelta. En ese instante, Emma guardó rápidamente su lengua.

—¿Y bien? ¿Podrían posar para la foto? —preguntó Emma, con amabilidad fingida.

Madison se puso al lado de Alexander, y ambos posaron sonriendo, claro que Madison más que Alexander. Cuando la foto ya estaba, Madison corrió al teléfono de Emma a ver la foto.

—Está hermosa, nena. Gracias. —Madison le dio un hipócrita beso en el cachete.

Emma se lo limpió disimuladamente y dijo:

—De nada, Maddie.

Emma ya se quería ir de ahí, odiaba verlo con Madison.  Alex se dio cuenta de la mirada que Emma le lanzaba, y la entendió. Entonces, se le ocurrió:

—Bueno, mi amor, nosotros ya nos vamos, ¿sí? —Claro que le decía a Madison.

—Está bien, bebé, pero recuerda llamarme.

—Claro, no se me olvidará.

—Chao, Emma. —Madison le dio un beso en el cachete.

—Adiós, Maddie.

Emma y Alexander salieron juntos, pero a su distancia. Ya te imaginarás a donde iban. Cuando llegaron, ambos se sentaron en el sillón, entonces Emma dijo:

—¿Entonces era verdad?

—¿Qué cosa? —preguntó Alex, mirando a las montañas, al igual que Emma.

Una historia de bulimia másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora