XVIII

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«Demonios», pensó Emma. Avanzó unos pasos, un poco tímidos y besó a Bruno en el cachete —él estaba sentado en el sillón de la sala principal, viendo televisión— en forma de saludo. Él se puso rígido por el beso.

—Hola —saludó ella, vacilante. Caminó alrededor del sillón y se sentó a su lado, cuidando que su vestido no se levantara mucho y recordó que no traía ropa interior. «Mierda, sólo yo olvido ropa interior», se burló mentalmente de ella misma.

—Emma —saludó él, de vuelta. Su voz y su expresión no eran las más cálidas o amables, o si quiera usuales.

—¿Estás molesto? —Emma frunció el ceño ante la confusión.

—¿Molesto? —Sopló burlón—. ¿Cómo no estarlo?

Ella se confundió más. No entendía que había hecho para que él esté así, aparte de irse sin avisar, lo cual no era muy raro, a veces pasaba.

—¿No lo entiendes, Emma? —Se giró en su puesto, quitando toda la atención del televisor para ponerla sobre Emma.

Ella negó con la cabeza. «A este chico le picó algo», pensó.

—Lo olvidaste, y era algo muy importante. —Se giró de nuevo, con una mínima atención al televisor. Era fastidioso verla, al menos para Bruno lo era en esos momentos.

—¿Qué olvidé, Bruno?

—Demonios, Emma —masculló—. El ultrasonido, ¿qué no lo recuerdas? Era hoy.

«Oh… mierda», pensó ella.—Lo siento mucho, Bruno, no era mi intención. Yo… —Se rascó la parte trasera de su cabello, tratando de disculparse en vano.

—Se trata de tu hijo, ¿lo tienes claro?

Guau… Bruno nunca había estado de esa manera, tan molesto. De hecho, siempre había sido contenido, comprensivo… hasta masoquista, así que esta actitud era muy extraña para la expectativa de Emma.

—Lo… Lo tengo claro —tartamudeó ella. Estaba muy nerviosa y no era algo que Bruno le inspirara normalmente.

Bruno cerró los ojos y lanzó un largo suspiro.

—Lo siento.

—¿Por qué? —Ahora ella sí que estaba confundida.

—Por molestarme tanto, es sólo que no tengo experiencia como padre y quiero…. No sé, quiero ser un buen padre, desde ahora. —La sinceridad era perceptible desde la otra manzana.

—No, Bruno. —Plantó su mano en el hombro de él—. Me has apoyado desde ese día en el instituto, ¿lo recuerdas? —Ella sonrió, y él también, eran buenos recuerdos para ambos—. Sé que si no me defraudaste en esos momentos, no lo harás ahora.

Él sonrió mucho más, tanto que su enfado se había esfumado. Se lanzó sobre los brazos de Emma y la abrazó muy fuerte. Ella le devolvió el abrazo, algo rígida por la falta de sus prendas íntimas.

—Iré a bañarme. —Se separó de Bruno con delicadeza—. Chloe y Noah vendrán para las ocho de la noche.

—¿Es formal?

—No, está bien si usas un jean.

—Gracias al cielo.

Emma colocó los ojos en blanco. «¿Por qué a algunos hombres no les gusta los trajes? Se ven sensuales y no creo que sean incómodos», pensó mientras caminaba por el pasillo. Entró a su habitación, borrando sus pensamientos de tal vez alguna vez usar un traje por lo cómodos que parecían y hurgó entre los trapos decorativos al cuerpo de su closet.

Una historia de bulimia másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora