En casa: bola de algodón

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El reloj marcaba las 00:00 en punto, el manto de la noche se extendía por lo largo sobre el firmamento y no había silencio más placentero que el producido a tales horas, solo irrumpido por las constantes respiraciones de quienes sueñan y viven mundos perfectos en realidades imperfectas.

En aquella casa, una totalmente diferente de la que fue testigo de aquel infierno, el silencio había dejado de reinar y ahora en su lugar se escuchaba el incesante llanto del pequeño pelinegro de cuatro meses de edad. Era un llanto realmente increíble y es que cuando aquel pequeño lloraba más valía atenderlo o podría despertar a los vecinos del barrio entero (o al menos eso pensaba Lucas), pues nunca cesaba hasta no tener a alguien atendiéndolo.

Aquella noche quien lo oyó primero fue su hermano mayor, casi siempre era así ya que su habitación quedaba junta y él tenía el sueño ligero. Lucas bufó en medio de la oscuridad y arrastrando sus pies atravesó el pasillo intentando no tropezar, dio con la puerta de al lado y al abrirla encendió la luz. Su hermanito lloraba con fuerzas, sus mejillas estaban rojas y parecía que se quedaría sin reservas de llanto en cualquier momento, aunque en realidad era imposible que Daniel dejara de llorar por alguna cosa.

-¿qué quieres ahora?-el mayor camino hasta la cuna del pequeño y lo tomó delicadamente entre sus brazos-

Y como por arte de magia el bebé se calmó, como si le hubiesen echado aquel famoso polvo de hadas, a Daniel le gustaba estar en los brazos de su hermano o de su madre. ¿Qué más podía hacer para conseguirlo que llorar?

-te has levantado hace dos horas, Daniel-le reprochaba el mayor mientras el pequeño pateaba con sus piecitos-deberías dejar de llorar solo para que yo venga a cargarte

Más el bebé solo siguió pateando y moviendo sus manitas.

Resignado, Lucas tomó el biberón que había dejado preparado la última vez que se levantó, colocó correctamente la cabeza de su hermanito sobre su brazo y empezó a darle su leche. Eso de ser el mayor era muy cansado a veces. El bebé acabó su biberón y su hermano mayor lo preparó para dormir nuevamente, sin embargo al ponerlo en su cuna Daniel empezó a patear con mayor intensidad y hacer ruiditos con su garganta.

-¿y ahora qué?-Lucas miró al pequeño con el rostro un poco serio-

No estaba enojado, claro que no, pero sí cansado, solo quería dormir.

Entonces el niño sonrió, una sonrisa tan dulce e inocente marcada por unos diminutos hoyuelos a cada lado de sus mejillas rosadas.

-oh, vaya-Lucas arqueó una ceja y tanteó con sus dedos las mejillas del bebé-tienes hoyuelos. No lo había notado

Daniel en respuesta intentó tomar la mano de su hermano que seguía hincando sus mejillas.

-no, claro que no-el mayor se arrimó en los barrotes de la cuna-no puedo quedarme contigo

Daniel tiró sus manitas sobre las mantas de la cuna.

-también tengo que dormir, bola de algodón-se quejó el pelinegro-

Más el bebé siguió inquieto en su cuna, no pretendía parar hasta conseguir lo que quería.

-está bien, está bien-Lucas zapateó en el piso, rindiéndose ante los caprichos de un bebé de cuatro meses-

Tomó a su hermanito nuevamente en brazos y con excesivo cuidado lo traslado a su habitación, puso al pequeño sobre la cama y formó un muro de almohadas para evitar que se cayera al piso, una vez todo listo apagó la luz y se acostó junto a su bola de algodón, aquello se lo decía de cariño porque realmente amaba a ese pequeño, era el único apodo que le había encontrado hasta el momento, él decía que era una bola blanca y suave como el algodón así que, ya ven, de ahí salió el primero de muchos. Así ambos pelinegros se quedaron dormidos profundamente.

Detrás del CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora