En la nieve: Sonrisas de nieve, cambios de verano

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Era un día nevado, un realmente frío, las calles se encontraban cubiertas de hielo y no había rincón que no hubiese sido acariciado por el suave manto de la blanca nieve, el sol brillaba sin lograr que sus rayos produjeran calor y aun así en la temporada se veía mucha gente en las calles, comprando, riendo, limpiando sus aceras o simplemente disfrutando de la brisa invernal. Aquel era un barrio tranquilo, o eso se daba a pensar, casas grandes, familias pequeñas, lujos caros, amor barato, tratos fuertes, palabras vanas, era el tipo de lugar que se camufla tras la fachada de ejemplar tal como la nieve se ve hermosa pero puede llegar a ser mortal, el frío es algo para lo que el humano no está adaptado, la maldad es algo a lo que se a amoldado.

En una esquina de ese lugar yacía una enorme casa de tres pisos, muy lujosa y llena de cosas que ni sus propietarios sabían para que servían, quienes pasaban la envidiaban, es decir, ¿quién no desea tener tantas comodidades?, pero el decir es fácil, el sentir complicado, pues quienes vivían allí preferían pasar sus días en las frías calles antes que seguir rodeados de tanta oscuridad disfrazada de noche sin estrellas.

-mami, tengo frío-dijo el pequeño de los ojos azules-¿por qué no podemos entrar a casa?

-porque papá está trabajando-le explicó su madre cálidamente-y yo prefiero estar aquí, viendo la nieve caer

-pero la nieve es helada-se quejó el niño-mis manos están heladas

-¿qué tal si haces un muñeco de nieve, amor?-le preguntó la castaña con una sonrisa-

El ojiazul hizo una mueca y se quedó pensativo unos segundos, es cierto, hacía un frío de infiernos aunque la comparación sea opuesta, y sus manitos estaban helándose cada vez más pero al ver a su mamá pidiéndole que siguieran afuera pensó que tal vez a ella le gustaba muchísimo ese clima, tal vez y solo tal vez él pudiera hacer un esfuerzo por verla sonreír ya que rara vez lo hacía con su padre en casa.

-está bien-el castaño asintió-¿cómo quieres el muñeco, mami?

-¿qué te parece no muy grande?-le sugirió la mujer, encantada de tener un hijo como James-para que no te canses mucho

-vale-el pequeño achinó sus ojos-¿le pondremos nombre?

-el que quieras, cariño-le dijo la de los ojos grisáceos-

James empezó a acumular grandes cantidades de nieve y de apoco a cada una les dio una forma esférica, era un trabajo cansado y sobre todo hacía que hasta sus huesos tuvieran frío pero él pensaba que lo valía, él pensaba que todo lo valía con tal de ver sonreír a alguien, aún más a alguien tan importante como su mamá.

-¡Anahí!-escuchó gritar su nombre desde la sala de la casa-

La mujer soltó un suspiro y se levantó despacio del banco donde se hallaba sentada.

-regreso enseguida, amor-miró a su hijo quién parecía concentrado en lo que hacía-

-sí, mami-asintió el castaño-

Anahí corrió la puerta de vidrio junto al patio trasero e ingresó a paso lento hasta la sala a través del pasillo de alfombra verde, allí, junto al mueble color negro se encontraba aquel hombre al que alguna vez amó.

-¿qué ocurre?-le preguntó ella-

-¿no deberías estar adentro?-él arqueó una ceja-tú y el niño se van a enfermar por tus tontos caprichosos

-Scott, sabes lo que pienso, por favor no me obligues a estar dentro de casa con tus socios aquí-le explicó la castaña con voz suave-por favor

-son puras tonterías-el ojiazul gruñó-vives en esta casa, con todas las comodidades que te doy a ti y a ese niño así que no te quejes, Anahí

Detrás del CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora